Mensaje navideño
Julio César Arreaza B
Nos encontramos en el pleno corazón del Adviento 2011, preparándonos para el gran acontecimiento de nuestras vidas como es el Nacimiento de Jesús en nuestros corazones.
Estamos persuadidos que los venezolanos de buena voluntad pretenden representar un mundo de amor, de justicia y de libertad, sin olvidar que hay otros mundos donde hay dolor, injusticia y falta de libertad.
El amor se siente y se da, la justicia se hace y la libertad se conquista con esfuerzo.
Nadie más que los seres humanos podemos dar y recibir amor. Somos nosotros los que podemos ser justos e injustos, en alguna oportunidad nos hemos sentido libres o prisioneros de una serie de problemas que con nuestros actos generamos. Todos somos iguales en dignidad, porque fuimos creados a imagen y semejanza de Dios.
Pertenecemos a la misma familia humana, somos del mismo siglo, de la misma época, del mismo país, tenemos la ventura de vivir el mismo tiempo, en los albores del siglo XXI y en el año Bicentenario de la Independencia.
Hemos cometido errores y equivocaciones que debemos corregir, rectificando rumbos, aprendiendo a amar a los que nos acompañan en este paso por la vida; ejerciendo la más preciada de las libertades, la libertad de conciencia, con un corazón limpio y lleno de esperanza, transitando siempre el camino recto y luchando por un mundo mejor que empieza por nosotros mismos.
En sintonía con mi maestro Luis María Olaso, deseo que en esta Navidad, concretemos nuestra Conversión: De un mundo estructurado por la idolatría del dinero, a la pobreza que es consecuencia de la solidaridad; de la tristeza del consumismo, a la alegría de la austeridad; del embotamiento y pasividad que causan los bienes materiales, a la energía e ilusión que se deducen de los bienes espirituales como el amor, la honradez, la amistad y la misericordia; del pesimismo que nos da el mundo presente, a la esperanza de salvación en Jesús; de la fe intimista a un compromiso con los más pobres; de la comodidad y la pereza, a los riesgos que nos exponen a los arduos trabajos del Evangelio; del egoísmo del ahorro a la esplendidez en la limosna y el compartir; de la envidia, la venganza y la mentira, a la necesidad de sentirse hijo de Dios y hermanos de todos; del anquilosamiento del pasado, al riesgo de asumir la propia libertad y crear un mundo nuevo según el proyecto de Dios; de un mundo mecanizado que pretende reducir al hombre a un número cuya talla es la rentabilidad, a una vida entendida como experiencia estética, habitada por Dios.
Que el mandamiento del amor que trajo al mundo en Navidad Jesús de Nazaret, penetre nuestros corazones y que todos seamos cada día más iguales y más hermanos a través del amor.