ENTRANDO EN EL ESPÍRITU DE LA CUARESMA .
Antiguamente muchos pueblos de Oriente, incluyendo el pueblo hebreo, acostumbraban cubrirse la cabeza de ceniza, sobre todo cuando querían mostrar un profundo arrepentimiento. También en la primitiva Iglesia, los cristianos se vestían con un hábito penitencial y se cubrían la cabeza de ceniza para manifestar de esta manera su voluntad de convertirse. En los primeros siglos de la Iglesia, las personas que querían recibir el Sacramento de la reconciliación, se presentaban el jueves santo a la Iglesia con la cabeza cubierta de ceniza.
Ya desde el año 384 d.c. la Cuaresma marcó un tiempo de penitencia para todos los fieles y desde el siglo XI, la Iglesia católica da inicio al tiempo de Cuaresma, imponiendo la ceniza a los fieles, invitándolos a la penitencia y a la conversión.
El miércoles de ceniza marca el inicio de la Cuaresma, tiempo de preparación a la celebración de la Pascua, que termina el Jueves Santo después del medio día, recordándonos que somos creaturas y que esta vida es sólo una preparación para nuestro destino final, que es llegar a Dios en la vida eterna. Entre los católicos, la imposición de la ceniza es realizada por el Sacerdote, que hace una cruz sobre la frente de los fieles repitiendo algunas frases extraídas de la Sagrada Escritura, por ejemplo: “Recuerda que eres polvo y en polvo te convertirás” (Gn 3,19) o “Arrepiéntete y cree en el Evangelio” (Mc 1, 14-15). Estas palabras recuerdan a los fieles tres verdades fundamentales: su nada, su condición de pecadores y la realidad de la muerte.
Las cenizas se obtienen quemando las palmas del domingo de Ramos del año anterior. Según la Tradición esto recuerda, que lo que fue gloria pronto termina en la nada. El período de Cuaresma también fue utilizado para preparar a los que iban a ser bautizados en la noche Pascual, imitando a Cristo en los 40 días ayuno en el desierto.
Durante la Cuaresma hacemos penitencia para demostrar nuestro amor a Dios al prepararnos con una auténtica conversión de corazón, que no es otra cosa que la ruptura con el pecado y las malas acciones que hayamos podido cometer. La mejor forma de hacerlo es tratando de vencer nuestros instintos y malas inclinaciones. Algunas Conferencias Epíscopales sustituyen el ayuno y la abstinencia por otras formas de de penitencia, especialmente por obras de caridad, de servicio a la comunidad y otras prácticas de piedad.
La Iglesia también necesita hacer penitencia y confesar su necesidad de conversión. Ella es de Cristo, pero es humana y no es Cristo. No nos debe extrañar que en ella haya pecado. La Iglesia es “santa” porque está animada por el Espíritu de Jesús, pero es pecadora cuando no responde a ese Espíritu y se aleja del evangelio. El pecado puede estar en los fieles y en las instituciones; en la jerarquía y en el pueblo de Dios; en los pastores y en la comunidad. ¡Todos necesitamos de conversión!
Julie Meucci Martínez 11/2/2013