Día: 17 de octubre de 2014

La dignidad humana no se compra, es un don.

III.1. El evangelio de Mateo, hoy, nos sitúa en el corazón de las polémicas que Jesús mantiene con los dirigentes en Jerusalén y que los evangelistas sitúan al final de su vida, precediendo a la pasión (cf. Mc 12,13-17; Lc 20,20-26). Esta vez querían comprometerlo a fondo con las autoridades romanas, que vigilaban ferozmente cualquier movimiento social o político para castigar cualquier rebeldía. Oponerse al César, incluso en nombre de Dios, era ir contra la «pax romana», uno de los mitos de la época. Los espías pretenden halagarlo (Mateo sigue a Marcos y nos habla de los fariseos y los herodianos; Lucas, más coherente, nos habla de espías para entregarlo al gobernador), pero en el punto de mira está el prefecto romano Poncio Pilato, que era un gobernante de una crueldad sin miramientos, vengativa y arbitraria. Los judíos lo odiaban porque había introducido en Jerusalén bustos e insignias del César, además de haber usado el dinero sagrado del templo para construir un acueducto que llevara el agua a Jerusalén (Josefo, De Bello 2,9,2; 2,9.4).

III.2. La hierocracia y aristocracia de la ciudad santa mandan sus espías para poder deshacerse de este profeta galileo que anuncia el Reino de Dios, pero que no coincide con el reino de Roma, ni con el concepto que tienen del mismo algunos partidarios de la revolución contra Roma, ni específicamente con el reino que ellos quieren manipular en nombre de Dios. Los rebeldes dejaban a las claras que la única soberanía que aceptaban bajo el suelo de Judea es la de Dios (Ex 20,4-5); en ello Jesús podría estar de acuerdo. Pero las trazas, entre uno y otros, son muy distintas. Es verdad que Jesús parecía estar en un callejón sin salida: frente a Poncio Pilato, frente a las autoridades, frente a los revolucionarios nacionalistas, frente a todos. No obstante, él la encontró; la encontró recurriendo a las dignidad humana que Dios ha puesto en el corazón de toda persona como imagen suya. Los espías, con su trampa, van a caer en su propia ignominia, porque llevan en sus manos el “denario” con la efigie de Tiberio… pero Jesús no lleva nada en su zamarra. Solamente tiene su palabra y la fuerza de la sabiduría del reinado de Dios.

 

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19 de Octubre. Domingo XXIX del Tiempo Ordinario /A

Evangelio según san Mateo (Mt 22-15-21)

En aquel tiempo, se reunieron los fariseos para ver la manera de hacer caer a Jesús con preguntas insidiosas, en algo de que pudieran acusarlo. Le enviaron, pues, a algunos de sus secuaces , junto con algunos del partido de Herodes, para que le dijeran:
– «Maestro, sabemos que eres sincero y que enseñas el camino de Dios conforme a la verdad y que nada te arredra , porque no miras el favor de nadie. Dinos, pues, qué piensas: ¿Es lícito o no pagar el tributo al César ? »
Conociendo Jesús la malicia de sus intenciones, les contestó :
– «Hipócritas, ¿por qué tratan de sorprenderme? Enséñenme la moneda del tributo. »
Ellos le presentaron una moneda . Jesús les preguntó:
– «¿De quién es esta imagen y esta inscripción?»
Le respondieron:
– «Del César.»
Y Jesús concluyó :
– «Den, pues, al César lo que es del César, y a Dios lo que es de Dios.»