Está claro que Dios no hace distinciones
Durante los domingos anteriores, Jesús ha persuadido a sus amigos de que él había muerto y resucitado. Les aseguró que no era un fantasma, que tenía carne y huesos. Les mostró sus llagas, comió con ellos. Poco a poco los apóstoles fueron creyendo, fiándose de Jesús y confiándose a él, y se alegraban de verle. No les resultó fácil creerle resucitado. Tomás, el mellizo, se arriesgó a verificar si era verdad o no que había resucitado; finalmente tocó a Jesús y exclamó dócilmente:“Señor mío y Dios mío”.
Hoy, la primera lectura nos cuenta un enojoso “problema pastoral” de la Iglesia primitiva. Pedro, el primer Papa, debía resolverlo. Cornelio, un pagano, ciudadano romano, capitán del batallón destacado en Cesarea, hombre de oración y caritativo, se sentía seducido por el Resucitado; deseaba bautizarse e ingresar en la comunidad de los cristianos. ¿Era esto posible? Pedro dijo: ¿“Puede alguien impedir que se bauticen con agua los que han recibido el Espíritu santo igual que nosotros?”. Finalmente, movidos por el Espíritu, bautizaron a Cornelio. Más tarde, Pedro, debió informar de su decisión en Jerusalén. Y allí dijo: “Si Dios les concedió el mismo don que a nosotros, por haber creído en el Señor Jesucristo, ¿quién era yo para estorbar a Dios? (Hch 11, 17).
La decisión de Pedro, animada por el Espíritu de Pentecostés, inaugura una Iglesia pascual, abierta; una Iglesia en salida, un pueblo para todos, como le gusta decir al Papa Francisco.
Fr. Luis Carlos Bernal Llorente O.P.
Convento de Santa Catalina (Barcelona)
III.4. ¿Es amor de amistad (filía) – como en los griegos-, o más bien es amor de entrega sin medida (ágapê)? Sabemos que San Juan usa el verbo “fileô”, que es amar como se aman los amigos, en otros momentos. Pero en este texto de despedida está usando el verbo agapaô y el sustantivo ágape, para dar a entender que no se trata de una simple “amistad”, sino de un amor más profundo, donde todo se entrega a cambio de nada. El amor de amistad puede resultar muy romántico, pero se puede romper. El amor de “entrega” no es romántico, sino que implica el amor de Dios que ama a todos: a los que le aman y a los que no le aman. Los discípulos de Jesús deben tener el amor de Dios que es el que les ha entregado Jesús. Este es el amor que produce la alegría (chara) verdadera. El “permanecer” en Jesús no se resuelve como una simple cuestión de amistad, de la que tanto se habla, se necesita y es admirable. El discipulado cristiano del permanecer no se puede fundamentar solamente en la “amistad” romántica, sino en la confianza de quien tiene que dar frutos. Por eso han sido elegidos: están llamados a ser amigos de Jesús los que aman entregándolo todo como El hizo. Esta amistad no se puede romper porque está hecho de un amor sin medida, el de Dios.
Fray Miguel de Burgos Núñez
Lector y Doctor en Teología. Licenciado en Sagrada Escritura
2ª) ¡Quiero que viváis alegres!
Os he hablado de esto para que mi alegría esté en vosotros, y vuestra alegría llegue a plenitud. En el clima pascual es necesa-rio entender estas expresiones consoladoras de Jesús. Obsérvese cómo recoge las expresiones de Jesús: para que mi alegría esté en vosotros. Es importante colocarse en esta perspectiva para enten-der de qué alegría se trata: la que disfruta Jesús ya para siempre porque ha resucitado. La alegría que desborda en el corazón de Jesús por la misión cumplida. La alegría que se proyecta porque ha realizado siempre el proyecto de su Padre. La alegría de estar entre los hombres. Jesús Sabiduría, paradójicamente, encuentra sus delicias en estar con los hijos de los hombres. Por encima de todo, Jesús vive inmerso en la alegría: En aquel momento se llenó de gozo Jesús en el Espíritu Santo, y dijo: Yo te bendigo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has ocultado estas cosas a los sabios e inteligentes, y se las has revelado a los pequeños (Lc 10,21ss). Y esa misma alegría la desea y la urge a sus seguidores. El mundo necesita testigos de esperanza y, en expresión apretada de Pablo, la esperanza es la fuente de la alegría (Rm 12,12). Y una alegría auténtica, acabada, sin fisuras, incluso en medio de las dificultades y de los sufrimientos. Porque se trata de una alegría pascual, por tanto un don. Nuestro mundo necesita testigos de alegría en todos los ambientes. La tristeza, la ansiedad, la amargura (frutos de la insatisfacción y de la inseguridad) atormentan al hombre de hoy. El creyente en la Pascua es invitado, individual y comunitariamente, a transmitir al mundo la fuente y la posibilidad de la alegría que ansiosamente busca y necesita.
Fr. Gerardo Sánchez Mielgo
Convento de Santo Domingo. Torrent (Valencia)