El último año de Bolívar
Julio César Arreaza.
Luego de instalarse en Bogotá el Congreso Constituyente de Colombia, el 20 de enero de 1830, los diputados se trasladan del palacio de gobierno a la Catedral acompañados por El Libertador, a la sazón presidente de la república, para asistir a una misa solemne del Espíritu Santo. De nuevo en el salón de sesiones Simón Bolívar presenta su renuncia y al final de su alocución exhorta a los diputados a proteger la religión santa que profesamos, fuente profunda de las bendiciones del Cielo. Bolívar ya estaba enfermo y los sufrimientos morales eran muy fuertes.
Las fuerzas vivas de Ecuador le ofrecen al Libertador de un mundo que fije su residencia en ese país, al conocer que algunos exaltados de sus compatriotas le impiden regresar al país donde vio la luz primera.
En abril de 1830, Bolívar toma la determinación de embarcarse para Europa y emprende viaje a Cartagena y durante el camino hace una excursión y sube a un cerro y contempla extasiado un paisaje esplendoroso, los torrentes de luz con que el sol hiere la cordillera al descender a su ocaso, el arrebol purpureo iluminando la bóveda celeste. El Libertador en religioso éxtasis expresa “que grandeza, que magnificencia, Dios se ve, se palpa, como puede haber hombres que lo nieguen”.
El 24 de junio de 1830 llega a Cartagena, los moradores lo reciben como en sus mejores días. El fundador de la república caído, pobre, proscrito, inspira más simpatía que cuando era poderoso y vencedor. Estuvo a punto de embarcarse para Europa, pero ya acusaba signos de deteriorada salud. Bolívar se aloja primero en el cerro de la Popa y luego se instala al pie del cerro junto al santuario de la Virgen de la Candelaria de la Popa y su Convento, donde había tenido su cuartel general en 1815. Cada día se le nota más enfermo, huye del bullicio, no desea hablar de política, decepcionado por las inconsecuencias humanas.
El 1 de julio de 1830 recibe la noticia que el Gran Mariscal de Ayacucho ha sido alevosamente asesinado en la montaña de Berruecos. Dándose una palmada en la frente guarda silencio por largo rato. Solicita que lo dejen solo. Hasta muy avanzada la noche estuvo paseándose y levantándose de madrugada en la mayor agitación. Para agravar aún más sus sufrimientos morales, el grande hombre se entera a los días que Venezuela rompía definitivamente la Unión que conformaba la Gran Colombia, su más caro ideal.
La historia es una ciencia social con reglas, algunos inventan cosas que no están documentadas, como si lo están estos hechos sustraídos del magnífico libro “La Devoción a la Virgen de los Próceres de la Independencia: Belgrano, San Martín, O’Higgins, Ribas, Bolívar, Sucre y otros”, del presbítero Ramón Vinke.