Mes: marzo 2016

24 de Marzo. Jueves Santo.

6:00 p.m. Misa vespertina de la Cena del Señor, con el lavatorio de los pies.

Adoración del Santísimo Sacramento en el monumento, hasta las 9:00 p.m.

 

Evangelio según san Juan (Jn 13, 1-15)

Antes de la fiesta de la Pascua, sabiendo Jesús que había llegado la hora de pasar de este mundo al Padre y habiendo amado a los suyos, que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo.
En el transcurso de la cena, cuando ya el diablo había puesto en el corazón de Judas Iscariote, hijo de Simón, la idea de entregarlo, Jesús, consciente de que el Padre había puesto en sus manos todas las cosas y sabiendo que había salido de Dios y a Dios volvía, se levantó de la mesa, se quitó el manto y tomando una toalla, se la ciñó; luego echó agua en una jofaina y se puso a lavarles los pies a los discípulos y a secárselos con la toalla que se había ceñido.
Cuando llegó a Simón Pedro, éste le dijo: “Señor, ¿me vas a lavar tú a mí los pies?” Jesús le replicó: “Lo que estoy haciendo tú no lo entiendes ahora, pero lo comprenderás más tarde”. Pedro le dijo: “Tú no me lavarás los pies jamás”. Jesús le contestó: “Si no te lavo, no tendrás parte conmigo”. Entonces le dijo Simón Pedro: “En ese caso, Señor, no sólo los pies, sino también las manos y la cabeza”. Jesús le dijo: “El que se ha bañado no necesita lavarse más que los pies, porque todo él está limpio. Y ustedes están limpios, aunque no todos”. Como sabía quién lo iba a entregar, por eso dijo: ‘No todos están limpios’.
Cuando acabó de lavarles los pies, se puso otra vez el manto, volvió a la mesa y les dijo: “¿Comprenden lo que acabo de hacer con ustedes? Ustedes me llaman Maestro y Señor, y dicen bien, porque lo soy. Pues si yo, que soy el Maestro y el Señor, les he lavado los pies, también ustedes deben lavarse los pies los unos a los otros. Les he dado ejemplo, para que lo que yo he hecho con ustedes, también ustedes lo hagan”.

"Tres días intensos que nos hablan de la misericordia de Dios". El Triduo Pascual en la Catequesis del Papa

Papa_Francisco(RV).– En la Audiencia General del miércoles santo, el Papa Francisco reflexionó sobre la misericordia de Dios, que “en este día introduce al Triduo Pascual”, y se detuvo a explicar detalladamente el “gran misterio de amor y de misericordia de Dios”, advirtiendo que “nuestras palabras son pobres e insuficientes para expresarlo en plenitud”.

“Queridos hermanos y hermanas: Nuestra reflexión de hoy nos introduce en el Triduo Pascual. Tres días intensos que nos hablan de la misericordia de Dios, pues hacen visible hasta dónde puede llegar su amor por nosotros. El Evangelio de san Juan dice: «Jesús, habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo», los amó hasta el fin. El Triduo Pascual es el memorial de un drama de amor que nos da la certeza que nunca seremos abandonados en las pruebas de la vida”.

“Un amor que va hasta el fin sin fin”. Citando a San Agustín, el pontífice especificó que la pasión de Jesús dura “hasta el fin” porque es un “compartir con” los sufrimientos de toda la humanidad, y es una “presencia permanente” en la vida de cada uno de nosotros.

“El Jueves Santo, con la institución de la Eucaristía y el lavatorio de los pies, Jesús nos enseña que la Eucaristía es el amor que se hace servicio”. El Papa explicó que la Eucaristía es la presencia sublime de Cristo, porque precisamente en el darse a nosotros como alimento, testimonia que debemos aprender a compartir este alimento con los demás, para que se convierta en una verdadera comunión de vida “con cuantos tienen necesidad”. Jesús enseña en primera persona a los discípulos cómo deben actuar, y así, “se dona a nosotros, y nos pide que permanezcamos en Él, para que hagamos lo mismo”.

“El Viernes Santo, llegamos al momento culminante del amor, un amor que quiere abrazar a todos sin excluir a nadie con una entrega absoluta”. El Santo Padre reiteró que la muerte de Jesús en la cruz, para ofrecer la salvación al mundo entero, expresa el amor donado “hasta el fin”. “Si Dios nos ha demostrado su amor supremo en la muerte de Jesús – dijo- entonces nosotros, regenerados por el Espíritu Santo, podemos y debemos amarnos los unos a los otros”.

“El Sábado Santo, es el día del silencio de Dios, Jesús comparte con toda la humanidad el drama de la muerte, no dejando ningún espacio donde no llegue la misericordia infinita de Dios. En este día, el amor no duda, como María, la primera creyente, ella no dudó, guardó silencio y esperó. El amor espera confiado en la palabra del Señor hasta que Cristo resucite esplendente el día de Pascua”. Leer más

23 de Marzo. Miércoles Santo.

Misa en honor del Nazareno. Procesión con la imágen del Nazareno.

Evangelio según San Mateo (Mt 26, 14-25)

En aquel tiempo, uno de los Doce, llamado Judas Iscariote, fue a ver a los sumos sacerdotes y les dijo: “¿Cuánto me dan si les entrego a Jesús?” Ellos quedaron en darle treinta monedas de plata. Y desde ese momento andaba buscando una oportunidad para entregárselo.
El primer día de la fiesta de los panes Ázimos, los discípulos se acercaron a Jesús y le preguntaron: “¿Dónde quieres que te preparemos la cena de Pascua?” Él respondió: “Vayan a la ciudad, a casa de fulano y díganle: ‘El Maestro dice: Mi hora está ya cerca. Voy a celebrar la Pascua con mis discípulos en tu casa’ ”. Ellos hicieron lo que Jesús les había ordenado y prepararon la cena de Pascua.
Al atardecer, se sentó a la mesa con los Doce, y mientras cenaban, les dijo: “Yo les aseguro que uno de ustedes va a entregarme”. Ellos se pusieron muy tristes y comenzaron a preguntarle uno por uno: “¿Acaso soy yo, Señor?” Él respondió: “El que moja su pan en el mismo plato que yo, ése va a entregarme. Porque el Hijo del hombre va a morir, como está escrito de él; pero ¡ay de aquel por quien el Hijo del hombre va a ser entregado! Más le valiera a ese hombre no haber nacido”. Entonces preguntó Judas, el que lo iba a entregar: “¿Acaso soy yo, Maestro?” Jesús le respondió: “Tú lo has dicho”.

Catequesis del Papa: Pascua, experiencia plena y definitiva del amor misericordioso de Dios

(RV).- “Dios no está ausente, ni siquiera hoy en estas dramáticas situaciones, Dios está cerca, y hace obras grandes de salvación para quien confía en Él. No se debe ceder a la desesperación, sino continuar a estar seguros que el bien vence al mal y que el Señor secará toda lágrima y nos liberará de todo temor”, es el anuncio de consolación del Papa Francisco en la Audiencia General del tercer miércoles de marzo, donde explicó la relación entre “misericordia y consolación”.

Continuando su ciclo de catequesis sobre la misericordia en la Sagrada Escritura, el Obispo de Roma recordó la historia del pueblo de Israel durante el exilio, descrito en el “libro de la consolación” del profeta Jeremías, en el cual “la misericordia de Dios se presenta con toda su capacidad de confrontar y abrir el corazón de los afligidos a la esperanza”. El Pontífice agregó que “el exilio había sido una experiencia catastrófica para Israel. La fe había vacilado porque en tierra extranjera, sin el templo, sin el culto, después de haber visto el país destruido, era difícil continuar creyendo en la bondad del Señor”.

También nosotros podemos vivir a veces una especie de exilio – afirmó el Sucesor de Pedro – cuando la soledad, el sufrimiento, la muerte nos hacen pensar de haber sido abandonados por Dios. Cuántas veces hemos escuchado esta palabra: “Dios se ha olvidado de mi”. Y ante las dramáticas situaciones que suceden en nuestro tiempo, dijo el Papa, uno puede preguntarse: ¿Dónde está Dios? ¿Cómo es posible que tanto sufrimiento pueda golpear a hombres, mujeres y niños inocentes?

El profeta Jeremías – señaló el Santo Padre – nos da una primera respuesta. “El pueblo exiliado podrá regresar a ver su tierra y a experimentar la misericordia del Señor. Es el gran anuncio de consolación: Dios no está ausente, ni siquiera hoy en estas dramáticas situaciones, Dios está cerca, y hace obras grandes de salvación para quien confía en Él. No se debe ceder a la desesperación, sino continuar a estar seguros que el bien vence al mal y que el Señor secará toda lágrima y nos liberará de todo temor”. Porque el Señor es fiel, no abandona en la desolación. Dios ama con un amor sin fin, que ni siquiera el pecado puede frenar, y gracias a Él el corazón del hombre se llena de alegría y de consolación.

Antes de concluir su catequesis, el Papa Francisco puntualizó que “el regreso de los exiliados es un gran símbolo de la consolación dado al corazón que se convierte”. Y es el Señor Jesús, dijo el Pontífice, quien ha llevado a cumplimiento este mensaje del profeta. “El verdadero y radical regreso del exilio y la confortante luz después de la oscuridad de la crisis de fe, se realiza en la Pascua, en la experiencia llena y definitiva del amor de Dios, amor misericordioso que dona alegría, paz y vida eterna”.

http://es.radiovaticana.va/news/2016/03/16/catequesis_papa_francisco_misericordia_consolacion_jubileo/1215706

22 de Marzo. Martes Santo.

Evangelio según san Juan (Jn 13, 21-33. 36-38)

En aquel tiempo, cuando Jesús estaba a la mesa con sus discípulos, se conmovió profundamente y declaró: “Yo les aseguro que uno de ustedes me va a entregar”. Los discípulos se miraron perplejos unos a otros, porque no sabían de quién hablaba. Uno de ellos, al que Jesús tanto amaba, se hallaba reclinado a su derecha. Simón Pedro le hizo una seña y le preguntó: “¿De quién lo dice?” Entonces él, apoyándose en el pecho de Jesús, le preguntó: “Señor, ¿quién es?” Le contestó Jesús: “Aquel a quien yo le dé este trozo de pan, que voy a mojar”. Mojó el pan y se lo dio a Judas, hijo de Simón el Iscariote; y tras el bocado, entró en él Satanás.
Jesús le dijo entonces a Judas: “Lo que tienes que hacer, hazlo pronto”. Pero ninguno de los comensales entendió a qué se refería; algunos supusieron que, como Judas tenía a su cargo la bolsa, Jesús le había encomendado comprar lo necesario para la fiesta o dar algo a los pobres. Judas, después de tomar el bocado, salió inmediatamente. Era de noche.
Una vez que Judas se fue, Jesús dijo: “Ahora ha sido glorificado el Hijo del hombre y Dios ha sido glorificado en él. Si Dios ha sido glorificado en él, también Dios lo glorificará en sí mismo y pronto lo glorificará.
Hijitos, todavía estaré un poco con ustedes. Me buscarán, pero como les dije a los judíos, así se lo digo a ustedes ahora: ‘A donde yo voy, ustedes no pueden ir’ ”. Simón Pedro le dijo: “Señor, ¿a dónde vas?” Jesús le respondió: “A donde yo voy, no me puedes seguir ahora; me seguirás más tarde”. Pedro replicó: “Señor, ¿por qué no puedo seguirte ahora? Yo daré mi vida por ti”. Jesús le contestó: “¿Conque darás tu vida por mí? Yo te aseguro que no cantará el gallo, antes de que me hayas negado tres veces”.

21 de Marzo. Lunes Santo.

Evangelio según san Juan (Jn 12,1-11)

Seis días antes de la Pascua, fue Jesús a Betania, donde vivía Lázaro, a quien había resucitado de entre los muertos. Allí le ofrecieron una cena; Marta servía y Lázaro era uno de los que estaban con él a la mesa. María tomó entonces una libra de perfume de nardo auténtico, muy costoso, le ungió a Jesús los pies con él y se los enjugó con su cabellera, y la casa se llenó con la fragancia del perfume.
Entonces Judas Iscariote, uno de los discípulos, el que iba a entregar a Jesús, exclamó: “¿Por qué no se ha vendido ese perfume en trescientos denarios para dárselos a los pobres?” Esto lo dijo, no porque le importaran los pobres, sino porque era ladrón, y como tenía a su cargo la bolsa, robaba lo que echaban en ella.
Entonces dijo Jesús: “Déjala. Esto lo tenía guardado para el día de mi sepultura; porque a los pobres los tendrán siempre con ustedes, pero a mí no siempre me tendrán”.
Mientras tanto, la multitud de judíos, que se enteró de que Jesús estaba allí, acudió, no sólo por Jesús, sino también para ver a Lázaro, a quien el Señor había resucitado de entre los muertos. Los sumos sacerdotes deliberaban para matar a Lázaro, porque a causa de él, muchos judíos se separaban y creían en Jesús.

Catequesis del Papa Francisco durante la Audiencia General que precede el Domingo de Ramos

Dios no está ausente en las situaciones dramáticas. Catequesis del Papa

(RV).- La relación entre Misericordia y consuelo fue el tema de la catequesis del Papa Francisco durante la Audiencia General que precede el Domingo de Ramos, reflexión que realizó a partir del libro del profeta Jeremías, capítulos 30 y 31. El pontífice explicó que dichos capítulos, son llamados “libro del consuelo”,  porque en ellos “la misericordia de Dios se presenta con toda su capacidad de confortar y abrir el corazón de los afligidos a la esperanza”:

Así dio inicio a su catequesis en español: “Queridos hermanos y hermanas: El Profeta Jeremías se dirige a los israelitas que habían sido deportados y les anuncia el regreso a su tierra. Esta vuelta en patria es signo del amor infinito de Dios que no abandona a sus hijos, sino que los cuida y los salva. El exilio fue una experiencia muy dura para el pueblo de Israel e hizo que su fe vacilase”. 

Hablando en italiano, precisó que “la fe de los israelitas había vacilado porque estaban en tierra extranjera, sin el templo, sin el culto”, y, que “después de haber visto el país destruido”, era difícil para ellos “seguir creyendo en la bondad del Señor”.

“También nosotros podemos vivir a veces algún tipo de exilio, como la soledad, el sufrimiento, la muerte, que nos hace pensar que estamos abandonados por Dios. Nos podemos preguntar: ¿Dónde está Dios?”

El Sucesor de Pedro puso el acento en la situación de quienes están viviendo en este tiempo una situación real y dramática de exilio, lejos de su patria, que tienen “las ruinas de sus hogares en los ojos y en el corazón el miedo”, y muy a menudo, “el dolor por la pérdida de seres queridos”. “En estos casos uno puede preguntarse”, dijo, “¿dónde está Dios? ¿Cómo es posible que tanto sufrimiento caiga sobre hombres, mujeres, y niños inocentes?”. “Dios no está ausente ni siquiera hoy en estas dramáticas situaciones”, afirmó.  

“El Profeta Jeremías nos da una respuesta: Dios está cerca de nosotros, es fiel y hace grandes obras de salvación en quien espera en él. Dios ama con un amor sin límites, que ni el pecado puede frenar, y hace que el corazón del hombre se llene de alegría y de consolación. Jesús ha llevado a plenitud el anuncio del profeta. Su pasión, muerte y resurrección es la expresión definitiva y más plena del amor misericordioso de Dios, que nos devuelve del exilio, nos conforta en las adversidades y nos concede alegría, paz y vida eterna”.

El pueblo de Israel que regresó a su patria después del exilio, “asistió a la victoria de la vida sobre la muerte, y de la bendición sobre la maldición”, explicó el Papa.  Es así como el pueblo es fortalecido y consolado por Dios. “Esta palabra es importante: ¡consolado!”

Concluyendo su catequesis, el Obispo de Roma animó a “no desfallecer ante las dificultades y a confiar siempre en la fidelidad de Dios. Él, con su misericordia, los consolará y les hará plenamente felices”. 

(GM – RV)

20 de Marzo. Domingo de Ramos

Evangelio

Evangelio según san Lucas (Lc 19, 28-40)

Llegada la hora de cenar, se sentó Jesús con sus discípulos y les dijo: “Cuánto he deseado celebrar esta Pascua con ustedes, antes de padecer, porque yo les aseguro que ya no la volveré a celebrar, hasta que tenga cabal cumplimiento en el Reino de Dios”. Luego tomó en sus manos una copa de vino, pronunció la acción de gracias y dijo: “Tomen esto y repártanlo entre ustedes, porque les aseguro que ya no volveré a beber del fruto de la vid hasta que venga el Reino de Dios”.
Tomando después un pan, pronunció la acción de gracias, lo partió y se lo dio, diciendo: “Esto es mi cuerpo, que se entrega por ustedes. Hagan esto en memoria mía”. Después de cenar, hizo lo mismo con una copa de vino, diciendo: “Esta copa es la nueva alianza, sellada con mi sangre, que se derrama por ustedes”.
“Pero miren: la mano del que me va a entregar está conmigo en la mesa. Porque el Hijo del hombre va a morir, según lo decretado; pero ¡ay de aquel hombre por quien será entregado!” Ellos empezaron a preguntarse unos a otros quién de ellos podía ser el que lo iba a traicionar.
Después los discípulos se pusieron a discutir sobre cuál de ellos debería ser considerado como el más importante. Jesús les dijo: “Los reyes de los paganos los dominan, y los que ejercen la autoridad se hacen llamar bienhechores. Pero ustedes no hagan eso, sino todo lo contrario: que el mayor entre ustedes actúe como si fuera el menor, y el que gobierna, como si fuera un servidor. Porque, ¿quién vale más, el que está a la mesa o el que sirve? ¿Verdad que es el que está a la mesa? Pues yo estoy en medio de ustedes como el que sirve. Ustedes han perseverado conmigo en mis pruebas, y yo les voy a dar el Reino, como mi Padre me lo dio a mí, para que coman y beban a mi mesa en el Reino, y se siente cada uno en un trono, para juzgar a las doce tribus de Israel”.
Luego añadió: “Simón, Simón, mira que Satanás ha pedido permiso para zarandearlos como trigo; pero yo he orado por ti, para que tu fe no desfallezca; y tú, una vez convertido, confirma a tus hermanos”. Él le contestó: “Señor, estoy dispuesto a ir contigo incluso a la cárcel y a la muerte”. Jesús le replicó: “Te digo, Pedro, que hoy, antes de que cante el gallo, habrás negado tres veces que me conoces”.
Después les dijo a todos ellos: “Cuando los envié sin provisiones, sin dinero ni sandalias, ¿acaso les faltó algo?” Ellos contestaron: “Nada”. Él añadió: “Ahora, en cambio, el que tenga dinero o provisiones, que los tome; y el que no tenga espada, que venda su manto y compre una. Les aseguro que conviene que se cumpla esto que está escrito de mí: Fue contado entre los malhechores, porque se acerca el cumplimiento de todo lo que se refiere a mí”. Ellos le dijeron: “Señor, aquí hay dos espadas”. Él les contestó: “¡Basta ya!”
Salió Jesús, como de costumbre, al monte de los Olivos y lo acompañaron los discípulos. Al llegar a ese sitio, les dijo: “Oren, para no caer en la tentación”. Luego se alejó de ellos a la distancia de un tiro de piedra y se puso a orar de rodillas, diciendo: “Padre, si quieres, aparta de mí esta amarga prueba; pero que no se haga mi voluntad, sino la tuya”. Se le apareció entonces un ángel para confortarlo; él, en su angustia mortal, oraba con mayor insistencia, y comenzó a sudar gruesas gotas de sangre, que caían hasta el suelo. Por fin terminó su oración, se levantó, fue hacia sus discípulos y los encontró dormidos por la pena. Entonces les dijo: “¿Por qué están dormidos? Levántense y oren para no caer en la tentación”.
Todavía estaba hablando, cuando llegó una turba encabezada por Judas, uno de los Doce, quien se acercó a Jesús para besarlo. Jesús le dijo: “Judas, ¿con un beso entregas al Hijo del hombre?”
Al darse cuenta de lo que iba a suceder, los que estaban con él dijeron: “Señor, ¿los atacamos con la espada?” Y uno de ellos hirió a un criado del sumo sacerdote y le cortó la oreja derecha. Jesús intervino, diciendo: “¡Dejen! ¡Basta!” Le tocó la oreja y lo curó.
Después Jesús dijo a los sumos sacerdotes, a los encargados del templo y a los ancianos que habían venido a arrestarlo: “Han venido a aprehenderme con espadas y palos, como si fuera un bandido. Todos los días he estado con ustedes en el templo y no me echaron mano. Pero ésta es su hora y la del poder de las tinieblas”.
Ellos lo arrestaron, se lo llevaron y lo hicieron entrar en la casa del sumo sacerdote. Pedro los seguía desde lejos. Encendieron fuego en medio del patio, se sentaron alrededor y Pedro se sentó también con ellos. Al verlo sentado junto a la lumbre, una criada se le quedó mirando y dijo: “Éste también estaba con él”. Pero él lo negó diciendo: “No lo conozco, mujer”. Poco después lo vio otro y le dijo: “Tú también eres uno de ellos”. Pedro replicó: “¡Hombre, no lo soy!” Y como después de una hora, otro insistió: “Sin duda que éste también estaba con él, porque es galileo”. Pedro contestó: “¡Hombre, no sé de qué hablas!” Todavía estaba hablando, cuando cantó un gallo.
El Señor, volviéndose, miró a Pedro. Pedro se acordó entonces de las palabras que el Señor le había dicho: ‘Antes de que cante el gallo, me negarás tres veces’, y saliendo de allí se soltó a llorar amargamente.
Los hombres que sujetaban a Jesús se burlaban de él, le daban golpes, le tapaban la cara y le preguntaban: “¿Adivina quién te ha pegado?” Y proferían contra él muchos insultos.
Al amanecer se reunió el consejo de los ancianos con los sumos sacerdotes y los escribas. Hicieron comparecer a Jesús ante el sanedrín y le dijeron: “Si tú eres el Mesías, dínoslo”. Él les contestó: “Si se lo digo, no lo van a creer, y si les pregunto, no me van a responder. Pero ya desde ahora, el Hijo del hombre está sentado a la derecha de Dios todopoderoso”. Dijeron todos: “Entonces, ¿tú eres el Hijo de Dios?” Él les contestó: “Ustedes mismos lo han dicho: sí lo soy”. Entonces ellos dijeron: “¿Qué necesidad tenemos ya de testigos? Nosotros mismo lo hemos oído de su boca”. El consejo de los ancianos, con los sumos sacerdotes y los escribas, se levantaron y llevaron a Jesús ante Pilato.
Entonces comenzaron a acusarlo, diciendo: “Hemos comprobado que éste anda amotinando a nuestra nación y oponiéndose a que se pague tributo al César y diciendo que él es el Mesías rey”.
Pilato preguntó a Jesús: “¿Eres tú el rey de los judíos?” Él le contestó: “Tú lo has dicho”. Pilato dijo a los sumos sacerdotes y a la turba: “No encuentro ninguna culpa en este hombre”. Ellos insistían con más fuerza, diciendo: “Solivianta al pueblo enseñando por toda Judea, desde Galilea hasta aquí”. Al oír esto, Pilato preguntó si era galileo, y al enterarse de que era de la jurisdicción de Herodes, se lo remitió, ya que Herodes estaba en Jerusalén precisamente por aquellos días.
Herodes, al ver a Jesús, se puso muy contento, porque hacía mucho tiempo que quería verlo, pues había oído hablar mucho de él y esperaba presenciar algún milagro suyo. Le hizo muchas preguntas, pero él no le contestó ni una palabra. Estaban ahí los sumos sacerdotes y los escribas, acusándolo sin cesar. Entonces Herodes, con su escolta, lo trató con desprecio y se burló de él, y le mandó poner una vestidura blanca. Después se lo remitió a Pilato. Aquel mismo día se hicieron amigos Herodes y Pilato, porque antes eran enemigos.
Pilato convocó a los sumos sacerdotes, a las autoridades y al pueblo, y les dijo: “Me han traído a este hombre, alegando que alborota al pueblo; pero yo lo he interrogado delante de ustedes y no he encontrado en él ninguna de las culpas de que lo acusan. Tampoco Herodes, porque me lo ha enviado de nuevo. Ya ven que ningún delito digno de muerte se ha probado. Así pues, le aplicaré un escarmiento y lo soltaré”.
Con ocasión de la fiesta, Pilato tenía que dejarles libre a un preso. Ellos vociferaron en masa, diciendo: “¡Quita a ése! ¡Suéltanos a Barrabás!” A éste lo habían metido en la cárcel por una revuelta acaecida en la ciudad y un homicidio.
Pilato volvió a dirigirles la palabra, con la intención de poner en libertad a Jesús; pero ellos seguían gritando: “¡Crucifícalo, crucifícalo!” Él les dijo por tercera vez: “¿Pues qué ha hecho de malo? No he encontrado en él ningún delito que merezca la muerte; de modo que le aplicaré un escarmiento y lo soltaré”. Pero ellos insistían, pidiendo a gritos que lo crucificara. Como iba creciendo el griterío, Pilato decidió que se cumpliera su petición; soltó al que le pedían, al que había sido encarcelado por revuelta y homicidio, y a Jesús se lo entregó a su arbitrio.
Mientras lo llevaban a crucificar, echaron mano a un cierto Simón de Cirene, que volvía del campo, y lo obligaron a cargar la cruz, detrás de Jesús. Lo iba siguiendo una gran multitud de hombres y mujeres, que se golpeaban el pecho y lloraban por él. Jesús se volvió hacia las mujeres y les dijo: “Hijas de Jerusalén, no lloren por mí; lloren por ustedes y por sus hijos, porque van a venir días en que se dirá: ‘¡Dichosas las estériles y los vientres que no han dado a luz y los pechos que no han criado!’ Entonces dirán a los montes: ‘Desplómense sobre nosotros’, y a las colinas: ‘Sepúltennos’, porque si así tratan al árbol verde, ¿qué pasará con el seco?”
Conducían, además, a dos malhechores, para ajusticiarlos con él. Cuando llegaron al lugar llamado “la Calavera”, lo crucificaron allí, a él y a los malhechores, uno a su derecha y el otro a su izquierda. Jesús decía desde la cruz: “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen”. Los soldados se repartieron sus ropas, echando suertes.
El pueblo estaba mirando. Las autoridades le hacían muecas, diciendo: “A otros ha salvado; que se salve a sí mismo, si él es el Mesías de Dios, el elegido”. También los soldados se burlaban de Jesús, y acercándose a él, le ofrecían vinagre y le decían: “Si tú eres el rey de los judíos, sálvate a ti mismo”. Había, en efecto, sobre la cruz, un letrero en griego, latín y hebreo, que decía: “Éste es el rey de los judíos”.
Uno de los malhechores crucificados insultaba a Jesús, diciéndole: “Si tú eres el Mesías, sálvate a ti mismo y a nosotros”. Pero el otro le reclamaba, indignado: “¿Ni siquiera temes tú a Dios estando en el mismo suplicio? Nosotros justamente recibimos el pago de lo que hicimos. Pero éste ningún mal ha hecho”. Y le decía a Jesús: “Señor, cuando llegues a tu Reino, acuérdate de mí”. Jesús le respondió: “Yo te aseguro que hoy estarás conmigo en el paraíso”.
Era casi el mediodía, cuando las tinieblas invadieron toda la región y se oscureció el sol hasta las tres de la tarde. El velo del templo se rasgó a la mitad. Jesús, clamando con voz potente, dijo: “¡Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu!” Y dicho esto, expiró.
Aquí se arrodillan todos y se hace una breve pausa.
El oficial romano, al ver lo que pasaba, dio gloria a Dios, diciendo: “Verdaderamente este hombre era justo”. Toda la muchedumbre que había acudido a este espectáculo, mirando lo que ocurría, se volvió a su casa dándose golpes de pecho. Los conocidos de Jesús se mantenían a distancia, lo mismo que las mujeres que lo habían seguido desde Galilea, y permanecían mirando todo aquello.
Un hombre llamado José, consejero del sanedrín, hombre bueno y justo, que no había estado de acuerdo con la decisión de los judíos ni con sus actos, que era natural de Arimatea, ciudad de Judea, y que aguardaba el Reino de Dios, se presentó ante Pilato para pedirle el cuerpo de Jesús. Lo bajó de la cruz, lo envolvió en una sábana y lo colocó en un sepulcro excavado en la roca, donde no habían puesto a nadie todavía. Era el día de la Pascua y ya iba a empezar el sábado. Las mujeres que habían seguido a Jesús desde Galilea acompañaron a José para ver el sepulcro y cómo colocaban el cuerpo. Al regresar a su casa, prepararon perfumes y ungüentos, y el sábado guardaron reposo, conforme al mandamiento.