Tal Cual . 07-07-2016
LAUREANO MÁRQUEZ @laureanomar
La narración de este hecho tan primitivo se nos parece demasiado a las horrendas escenas de los judíos a los que los nazis hacían desfilar desnudos frente al pueblo alemán
Lo que acaba de suceder en Mérida con los jóvenes del seminario San Buenaventura es sumamente grave y no es la primera vez que sucede en estos tiempos de revolución. De regreso de clases de inglés, algunos seminaristas fueron interceptados por los denominados “colectivos” y fueron golpeados y amenazados. Como, ante la pregunta de si eran “escuálidos o chavistas”, ellos respondieron: “seminaristas”, eso bastó para desatar la agresiva acción de despojarlos de su ropa y dejarlos completamente desnudos en la vía pública.
La narración de este hecho tan primitivo se nos parece demasiado a las horrendas escenas de los judíos a los que los nazis hacían desfilar desnudos frente al pueblo alemán. Es curioso que este régimen, siempre tan presto a usar el término “fascista” para acusar a todo el que discrepa de sus métodos, no alcance a verse a sí mismo con la misma distancia con la que lo verá la historia. Le sucede como al rey del cuento de Andersen: tanta arrogancia, tanta prepotencia le ha nublado la humanidad, como si fuese a durar para siempre, como si no hubiese eternidad.
Desnudar a una persona es una de las más viles formas de humillación que se conocen, porque pretende deshumanizar al individuo en contra del cual se practica, exponiendo su intimidad, dejándolo completamente indefenso y vulnerable con la intención de someterlo al desprecio público. La desnudez se considera históricamente como símbolo de vergüenza. Desnudar a alguien como castigo pretende mancillar la dignidad, herir la intimidad, agraviar el amor propio, porque lo que distingue al ser humano es que es el único animal que se viste, que descubre su humanidad cuando descubre su desnudez. Usar este despropósito como castigo es un delito; y si es aceptado o promovido por el Estado constituye una violación mucho más grave, porque es lo que se denomina delito de lesa humanidad, que castiga el Estatuto de Roma, sin que nadie pueda argumentar en su defensa que tal acción le fue ordenada.