Queridos hermanos y hermanas
Al final de esta celebración, deseo unirme a todos ustedes en el agradecimiento a Dios, Padre de infinita misericordia, porque nos ha concedido vivir esta Jornada Mundial de la Juventud. Doy las gracias al Cardenal Dziwisz y al Cardenal Ryłko – infatigable trabajador para esta jornada – y también por las oraciones con las cuales han preparado este evento; y doy las gracias a todos aquellos que han colaborado para su buen desarrollo. Y un inmenso «gracias» a ustedes, queridos jóvenes. Han llenado Cracovia con el entusiasmo contagioso de su fe. San Juan Pablo II ha disfrutado desde el cielo, y los ayudará a llevar por todo el mundo la alegría del Evangelio.
En estos días hemos experimentado la belleza de la fraternidad universal en Cristo, centro y esperanza de nuestra vida. Hemos escuchado su voz, la voz del Buen Pastor, vivo en medio de nosotros. Él ha hablado al corazón de cada uno de ustedes: los ha renovado con su amor, les ha hecho sentir la luz de su perdón, la fuerza de su gracia. Les ha hecho experimentar la realidad de la oración. Ha sido una «oxigenación» espiritual para que puedan vivir y caminar en la misericordia una vez que hayan regresado a sus países y a sus comunidades.