(RV).- “Queridos Peregrinos, tenemos una Madre. Aferrándonos a ella como hijos, vivamos de la esperanza que se apoya en Jesús, porque, como hemos escuchado en la segunda lectura, ‘los que reciben a raudales el don gratuito de la justificación reinarán en la vida gracias a uno solo, Jesucristo’ (Rm 5,17)”. Lo dijo el Papa Francisco en su homilía de esta Misa multitudinaria celebrada en el atrio de la Basílica de Nuestra Señora del Rosario de Fátima.
El Pontífice reafirmó con las palabras de los videntes, de “aquel bendito 13 de mayo de hace cien años”, que tenemos una Madre, una “Señora muy bella”. “La Virgen Madre no vino aquí – añadió el Obispo de Roma – para que nosotros la viéramos: para esto tendremos toda la eternidad, a condición de que vayamos al cielo”. Sin embargo Ella – prosiguió – previendo y advirtiéndonos sobre el peligro del infierno al que nos lleva una vida – a menudo propuesta e impuesta – sin Dios y que profana a Dios en sus criaturas, “vino a recordarnos la Luz de Dios que mora en nosotros”.
Además, según las palabras de Lucía, el Santo Padre dijo que “los tres privilegiados se encontraban dentro de la Luz de Dios que la Virgen irradiaba”. Ella los rodeaba con el manto de Luz que Dios le había dado. Según el creer y el sentir de muchos peregrinos – por no decir de todos – Fátima es sobre todo este manto de Luz que nos cubre, tanto aquí como en cualquier otra parte de la tierra, cuando nos refugiamos bajo la protección de la Virgen Madre para pedirle, como enseña la Salve Regina, «muéstranos a Jesús».
Aludiendo a los nuevos santos, “a quienes la Virgen María introdujo en el mar inmenso de la Luz de Dios, para que lo adoraran”, el Sucesor de Pedro afirmó que San Francisco y a Santa Jacinta Marto son un ejemplo para nosotros. Después de recordar algunas palabras de Sor Lucía en sus Memorias, el Papa Bergoglio agradeció a los fieles por haberlo acompañado en su peregrinación. “No podía dejar de venir aquí para venerar a la Virgen Madre – dijo – y para confiarle a sus hijos e hijas. Bajo su manto, no se pierden; de sus brazos vendrá la esperanza y la paz que necesitan y que yo suplico por todos mis hermanos en el bautismo y en la humanidad, en particular para los enfermos y los discapacitados, los encarcelados y los desocupados, los pobres y los abandonados”.
“Pidamos a Dios, con la esperanza de que nos escuchen los hombres, y dirijámonos a los hombres, con la certeza de que Dios nos ayuda”, fue la invocación final de Francisco, que también recordó que cuando pasamos por alguna cruz, “Él ya ha pasado antes”. De manera que jamás no subimos a la cruz para encontrar a Jesús, sino que ha sido Él el que se ha humillado y ha bajado hasta la cruz para encontrarnos a nosotros y, en nosotros, vencer las tinieblas del mal y llevarnos a la luz.
El Papa concluyó su homilía invitando a que con la protección de María, seamos en el mundo centinelas que sepan contemplar el verdadero rostro de Jesús Salvador, que brilla en la Pascua, descubriendo así nuevamente “el rostro joven y hermoso de la Iglesia, que resplandece cuando es misionera, acogedora, libre, fiel, pobre de medios y rica de amor”.
(María Fernanda Bernasconi – RV). 13/05/2017