Día: 21 de octubre de 2017

Cantaremos – XXIX Domingo del Tiempo Ordinario /A

Algunos partidarios de Antipas, instigados por los fariseos y posiblemente acompañados por algún poderoso recaudador de impuestos van a encontrarlo. Le tienden una trampa muy astutamente  pensada: “ Maestro ¿es lícito pagar impuestos al César o no?”.  Si responde negativamente, le podrán acusar de rebelión contra Roma. Si legitima el pago de tributos, quedará desprestigiado ante aquellos pobres campesinos que viven oprimidos por los impuestos, y a los que él ama y defiende con valentía.  La respuesta de Jesús quedó resumida así: “Den al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios”.

Como buen judío, Jesús sabe que a Dios “le pertenece la tierra y todo lo que contiene (salmo 24).  ¿Qué puede ser del César que no sea de Dios?  Acaso los súbditos del emperador, ¿no son hijos e hijas de Dios?  Jesús les recuerda algo que nadie le ha preguntado: “Den a Dios lo que es de Dios”….  pero, no le den a ningún César lo que sólo es de Dios: la vida de sus hijos. Como ha repetido tantas veces a sus seguidores: los pobres son de Dios, y  el reino de Dios les pertenece. No se puede sacrificar, la vida y la dignidad de las personas a ningún poder, como pretenden hoy algunas ideologías terriblemente injustas e inhumanas, en las que Dios brilla por su ausencia.

CANTAREMOS:

      • El Señor nos llama y nos reúne ………………………………………… 272
      • Te vengo a ofrecer
      • Vaso nuevo ……………………………………………………………………….. 221
      • Tan cerca de mi …………………………………………………………………. 193
      • Alabaré ……………………………………………………………………………..    17

La dignidad humana no se compra, es un don

Mt(22,15-21)

III.1. El evangelio de Mateo, hoy, nos sitúa en el corazón de las polémicas que Jesús mantiene con los dirigentes en Jerusalén y que los evangelistas sitúan al final de su vida, precediendo a la pasión (cf. Mc 12,13-17; Lc 20,20-26). Esta vez querían comprometerlo a fondo con las autoridades romanas, que vigilaban ferozmente cualquier movimiento social o político para castigar cualquier rebeldía. Oponerse al César, incluso en nombre de Dios, era ir contra la «pax romana», uno de los mitos de la época. Los espías pretenden halagarlo (Mateo sigue a Marcos y nos habla de los fariseos y los herodianos; Lucas, más coherente, nos habla de espías para entregarlo al gobernador), pero en el punto de mira está el prefecto romano Poncio Pilato, que era un gobernante de una crueldad sin miramientos, vengativa y arbitraria. Los judíos lo odiaban porque había introducido en Jerusalén bustos e insignias del César, además de haber usado el dinero sagrado del templo para construir un acueducto que llevara el agua a Jerusalén (Josefo, De Bello 2,9,2; 2,9.4).

III.2. La hierocracia y aristocracia de la ciudad santa mandan sus espías para poder deshacerse de este profeta galileo que anuncia el Reino de Dios, pero que no coincide con el reino de Roma, ni con el concepto que tienen del mismo algunos partidarios de la revolución contra Roma, ni específicamente con el reino que ellos quieren manipular en nombre de Dios. Los rebeldes dejaban a las claras que la única soberanía que aceptaban bajo el suelo de Judea es la de Dios (Ex 20,4-5); en ello Jesús podría estar de acuerdo. Pero las trazas, entre uno y otros, son muy distintas. Es verdad que Jesús parecía estar en un callejón sin salida: frente a Poncio Pilato, frente a las autoridades, frente a los revolucionarios nacionalistas, frente a todos. No obstante, él la encontró; la encontró recurriendo a las dignidad humana que Dios ha puesto en el corazón de toda persona como imagen suya. Los espías, con su trampa, van a caer en su propia ignominia, porque llevan en sus manos el “denario” con la efigie de Tiberio… pero Jesús no lleva nada en su zamarra. Solamente tiene su palabra y la fuerza de la sabiduría del reinado de Dios.

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22 de octubre–XXIX Domingo del Tiempo Ordinario /A

Evangelio según san Mateo (Mt 22,15-21)

En aquel tiempo, se reunieron los fariseos para ver la manera de hacer caer a Jesús, con preguntas insidiosas, en algo de que pudieran acusarlo.

Le enviaron, pues, a algunos de sus secuaces, junto con algunos del partido de Herodes, para que le dijeran: “Maestro, sabemos que eres sincero y enseñas con verdad el camino de Dios, y que nada te arredra, porque no buscas el favor de nadie. Dinos, pues, qué piensas: ¿Es lícito o no pagar el tributo al César?”

Conociendo Jesús la malicia de sus intenciones, les contestó: “Hipócritas, ¿por qué tratan de sorprenderme? Enséñenme la moneda del tributo”. Ellos le presentaron una moneda. Jesús les preguntó: “¿De quién es esta imagen y esta inscripción?” Le respondieron: “Del César”. Y Jesús concluyó: “Den, pues, al César lo que es del César, y a Dios lo que es de Dios”.