II.1. Hoy se nos propone la continuación del relato del nacimiento de Jesús, que se leyó la noche de Navidad, que se compone de tres partes (1ª vv.1-6; 2ª vv. 7-14; 3ª vv. 15-21). Nos permitimos señalar que esta tercera parte del relato de Lucas tiene un cierto sentido por sí mismo, en cuanto muestra la respuesta humana al momento anterior que es todo él mítico, revelador, divino, angelical y extraordinario. Los pastores ¿qué harán?, ¿buscarán al Salvador?, ¿dónde?, ¿es suficiente el signo que se les ha dado? ¡Desde luego que si!, lo buscarán y lo encontrarán. Pero lo buscarán y lo encontrarán con el instinto de los sencillos, de los que no se obsesionan con grandezas; diríamos que lo encontrarán, más bien, por instinto profético. El narrador no deja lugar a dudas, porque quiere precisamente mostrar la respuesta humana al anuncio celeste. Los pastores se dicen entre ellos algo muy importante: «lo que nos ha revelado el Señor”. Y se van derechos a Belén, ¿a Belén?, ¿era esa acaso la ciudad de David? Sí; lo fue, pero ya no lo era de hecho, porque Jerusalén había ganado la partida. Pero como por medio está el anuncio del Señor, recuperan el sentido genuino de las cosas. Y van a Belén, de donde procedía David, para “ver” al Mesías verdadero. Es verdad, todo es demasiado ajustado al proyecto teológico de Lucas, que quiere poner de manifiesto el designio salvador de Dios.
Día: 31 de diciembre de 2017
Los valores de una familia cristiana (Homilía de la Sagrada Familia)
Colosenses (3,12-21): Los valores de una familia cristiana
La lectura de este domingo es de Colosenses y está identificada en gran parte como un “código ético y doméstico”, porque nos habla del comportamiento de los cristianos entre sí, en la comunidad. Lo que se pide para la comunidad cristiana -misericordia, bondad, humildad, mansedumbre, paciencia-, para los que forman el “Cuerpo de Cristo”, son valores que, sin mayor trascendencia, deben ser la constante de los que han sido llamados a ser cristianos. Son valores de una ética que tampoco se pueda decir que se quede en lo humano. No es eso lo que se puede pedir a nivel social. Aquí hay algo más que los cristianos deben saber aportar desde esa vocación radical de su vida. La misericordia no es propio de la ética humana, sino religiosa. Es posible que en algunas escuelas filosóficas se hayan pedido cosas como estas, pero el autor de Colosenses está hablando a cristianos y trata de modificar o radicalizar lo que los cristianos deben vivir entre sí; de ello se deben “revestir”.
El segundo momento es, propiamente hablando, el “código doméstico” que hoy nos resulta estrecho de miras, ya que las mujeres no pueden estar “sometidas” a sus maridos. Sus imágenes son propias de una época que actualmente se quedan muy cortas y no siempre son significativas. Todos somos iguales ante el Señor y ante todo el mundo, de esto no puede caber la menor duda. El código familiar cristiano no puede estar contra la liberación o emancipación de la mujer o de los hijos. Por ser cristianos, no podemos construir una ética familiar que esté en contra de la dignidad humana. Pero es verdad que el código familiar cristiano debe tener un perfil que asuma los valores que se han pedido para “revestirse” y construir el “cuerpo de Cristo”, la Iglesia. Por tanto, la misericordia, la bondad, la humildad, la mansedumbre y la paciencia, que son necesarias para toda familia, lo deben ser más para una familia que se sienta cristiana. Si los hijos deben obedecer a sus padres, tampoco es por razones irracionales, sino porque sin unos padres que amen y protejan, la vida sería muy dura para ellos.
Fray Miguel de Burgos Núñez
Maestro y Doctor en Teología. Licenciado en Sagrada Escritura
1 de Enero – Santa María , Madre de Dios – Solemnidad.
Evangelio según san Lucas (Lc 2,16-21)
En aquel tiempo, los pastores fueron a toda prisa hacia Belén y encontraron a María, a José y al niño, recostado en el pesebre. Después de verlo, contaron lo que se les había dicho de aquel niño, y cuantos los oían quedaban maravillados. María, por su parte, guardaba todas estas cosas y las meditaba en su corazón.
Los pastores se volvieron a sus campos, alabando y glorificando a Dios por todo cuanto habían visto y oído, según lo que se les había anunciado.
Cumplidos los ocho días, circuncidaron al niño y le pusieron el nombre de Jesús, aquel mismo que había dicho el ángel, antes de que el niño fuera concebido.
31 de Diciembre – Fiesta de la Sagrada Familia de Jesús,María y José.
Evangelio según San Lucas (Lc 2,22-40)
Transcurrido el tiempo de la purificación de María, según la ley de Moisés, ella y José llevaron al niño a Jerusalén para presentarlo al Señor, de acuerdo con lo escrito en la ley: Todo primogénito varón será consagrado al Señor, y también para ofrecer, como dice la ley, un par de tórtolas o dos pichones.
Vivía en Jerusalén un hombre llamado Simeón, varón justo y temeroso de Dios, que aguardaba el consuelo de Israel; en él moraba el Espíritu Santo, el cual le había revelado que no moriría sin haber visto antes al Mesías del Señor. Movido por el Espíritu, fue al templo, y cuando José y María entraban con el niño Jesús para cumplir con lo prescrito por la ley, Simeón lo tomó en brazos y bendijo a Dios, diciendo:
“Señor, ya puedes dejar morir en paz a tu siervo,
según lo que me habías prometido,
porque mis ojos han visto a tu Salvador,
al que has preparado para bien de todos los pueblos;
luz que alumbra a las naciones
y gloria de tu pueblo, Israel”.
El padre y la madre del niño estaban admirados de semejantes palabras. Simeón los bendijo, y a María, la madre de Jesús, le anunció: “Este niño ha sido puesto para ruina y resurgimiento de muchos en Israel, como signo que provocará contradicción, para que queden al descubierto los pensamientos de todos los corazones. Y a ti, una espada te atravesará el alma”.
Había también una profetisa, Ana, hija de Fanuel, de la tribu de Aser. Era una mujer muy anciana. De joven, había vivido siete años casada y tenía ya ochenta y cuatro años de edad. No se apartaba del templo ni de día ni de noche, sirviendo a Dios con ayunos y oraciones. Ana se acercó en aquel momento, dando gracias a Dios y hablando del niño a todos los que aguardaban la liberación de Israel.
Y cuando cumplieron todo lo que prescribía la ley del Señor, se volvieron a Galilea, a su ciudad de Nazaret. El niño iba creciendo y fortaleciéndose, se llenaba de sabiduría y la gracia de Dios estaba con él.