Ya próxima la Pascua, las lecturas de este cuarto domingo de cuaresma acentúan la idea del retorno, siempre acompañado de conversión, que consiste en la renovación del corazón para vivir con más entusiasmo la fe.
Tras un largo y fatigoso caminar por el desierto, el pueblo elegido llega desde la dura esclavitud de Egipto al umbral de la tierra prometida, para iniciar una historia nueva.
La parábola del hijo pródigo describe el viaje de cada persona, también del discípulo de Cristo, desde la lejanía del pecado o, simplemente, desde la apatía y la rutina para gozar del encuentro con el Padre. Este retorno se realiza transitando el camino que el mismo Padre ha abierto a la humanidad, Cristo Jesús. Es un camino amplio, abierto a todos. Por ese camino, que es el mismo Cristo, va el hijo pródigo que, reconociendo sus malos pasos, decide levantarse y volver. En este hijo está representado el género humano; en él estamos todos.
Mientras hacemos nuestro camino cuaresmal, la liturgia de la Iglesia nos ofrece esta hermosa parábola del hijo pródigo para que podamos gustar con agradecido corazón la grandeza de la misericordia de Dios hacia la humanidad y, por tanto, hacia cada uno de nosotros. Un mensaje especialmente cercano al corazón de Jesús quien, con gran fuerza, desea dejarlo patente ante quienes le criticaban entonces y a sus equivalentes de todos los tiempos.
Fr. Pedro Luis González González
Convento del Santísimo Rosario (Madrid)