Estamos ante lo que es la esencia y el paradigma de lo verdaderamente cristiano; no hay algo más grandioso, más específico y más difícil de vivir que amar a quien nos odia, porque los enemigos son los que nos odian. Todos los elementos formarles o lingüísticos son de categoría y de contraste: amar, enemigos, hacer el bien, los que odian, bendecir, los que maldicen, orar, los que maltratan. Pero debemos tornar en consideración que en medio de estas oposiciones el punto de referencia es “el Padre del cielo”, que es Dios. Esta antítesis no se puede entender sin esa referencia capital. El ejemplo del sol y de la lluvia es de una creatividad sin igual, que ningún humanista, filósofo o filántropo han podido imaginar. Hay que amar y perdonar a los enemigos, porque el “Padre del cielo” lo da todo a todos, es decir, no tiene enemigos. En el caso de Mateo, debernos entender que la “justicia” mayor que exige en el Sermón de la Montaña encuentra aquí toda su perfección. Es verdad que el amor o al menos la actitud del trato digno y justo o afirmaciones aproximadas las encontramos en otras religiones e incluso en círculos filosóficos o filantrópicos. Sin embargo, debemos reconocer que el amor a los enemigos es decididamente cristiano y por ello se entiende que el “logion” sale de la boca de Jesús. No podía ser de otra manera. Pero no es lo mismo la filfa o simpatía a todos los hombres incluso a los que nos son hostiles; en el mundo estoico nos encontramos con ciertas aproximaciones. Pero lo de Jesús va mucho más allá. No debemos olvidar que se habla de amar (agapaó) que es mucho más intenso y definitivo.
¿Es posible llegar a esta “justicia” tan perfecta? Lo que se nos dice en Mt 5,48 para rematar las antítesis es una propuesta de imitación: “sed perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto”. Sabemos que ese es el sentido que tiene todo el sermón y las antítesis como elementos determinantes. Se nos pide que imitemos a Dios y no debe ser de otra manera, aunque nunca podamos ser como Dios, como el Padre. La “irnitatio Dei” es un planteamiento de la moral religiosa en todo su sentido cultural de la época y casi siempre ha sido así. Para Jesús, el modelo no puede ser sino Dios mismo, pero este como Padre. No obstante, la idea, tal como la formula Lucas 6,36 “sed compasivos” o “misericordiosos” (oiktírnzones) parece más conforme con lo que pudieron ser las palabras de Jesús, más en conformidad con el mismo hecho de tratar a Dios como Padre y no simplemente como Dios. Que a Dios se le considere perfecto es demasiado “jurídico” o “legal”; pero que a Dios-Padre se le considere como fuente de compasión y misericordia y que debamos hacer y sentir como El, es mucho más entrañable y humano. Querer ser perfectos como Dios es imposible, aceptar ser compasivos y misericordiosos como el Padre es lo propio de los seguidores de Jesús. En ese sentido no debemos tener miedo de tener a Dios, al Dios Padre, como modelo de nuestra vida, de la misma manera que lo experimentó Jesús.
Se ha hablado mucho de la utopía del amor a los enemigos como un imposible. Es verdad que es una propuesta “utópica”, porque está fuera de lo normal, de lo que la antropología y la psicología nos dictan e incluso nos imponen. Pero si cambiáramos esta exigencia utópica del cristianismo toda caería por tierra. Si es imposible para cada uno de nosotros aceptémoslo, pero no por ello ignoremos las palabras de Jesús que lo llevó a la práctica, y de muchos seguidores. En todo caso, si es una utopía, se trata de una utopía irrenunciable que debe practicarse con todas nuestras fuerzas, las que tengamos, las que sintamos… lo demás, lo podemos dejar en las manos de Dios Padre que no ayudará a cambiar el corazón.
Fry Miguel de Burgos Nuñez.