Mes: abril 2020

El Nazareno de San Pablo y el 19 de abril de 1.810.

Pbro. Ramón Vinke. 7 de abril de 2020, Martes Santo.

EL NAZARENO DE SAN PABLO Y EL 19 DE ABRIL DE 1810.- Más de uno se ha preguntado, por qué la revolución del 19 de abril de 1810 se produjo precisamente un Jueves Santo, el día en que la Iglesia conmemora la Última Cena de Jesucristo con los apóstoles… Oficialmente la jornada del 19 de abril de 1810 comenzó a las ocho de la mañana; de hecho, en la madrugada habían tenido lugar algunos preparativos… Pero, la historia debe relatarse desde la tarde anterior, como lo hizo el célebre historiador Dr. Lucas Guillermo Castillo Lara, hermano del Cardenal Rosalio José Castillo Lara, ambos ya fallecidos: “La reunión conspiradora de la tarde había tenido lugar casa de Manuel Díaz Casado. Las otras, casa del Alcalde José de las Llamozas para convencerlo y casa de Valentín Ribas y Herrera, (…), para confirmar su adhesión. Por ultimo, en esas horas de la noche, la postrera y decisiva, en casa de José Ángel Álamo, (…)”. Es decir, que entre la tarde y la noche del Miércoles Santo hubo varias reuniones conspirativas… Las celebraciones de la Semana Santa, en general, y la procesión del Nazareno de San Pablo, el Miércoles Santo por la noche, en particular, le brindó a los Padres de la Patria el subterfugio necesario para poder reunirse a ultimar los detalles de aquella revolución… No es exagerado decir, entonces, que tan importante paso hacia la Venezuela libre e independiente, como lo fue el 19 de abril de 1810, se produjo bajo el amparo y protección del Nazareno de San Pablo.

Coronavirus : le pape célèbre la messe des Rameaux au Vatican, sans fidèles

Plus d’une semaine après l’image solennelle du pape François donnant la bénédiction urbi et orbi sur le parvis de la place Saint-Pierre, le chef de l’Église catholique a célébré dimanche la messe des Rameaux, qui marque l’entrée dans la semaine sainte de Pâques, dans une basilique Saint-Pierre déserte du fait de la pandémie liée au coronavirus.

Le 15 mars, le Vatican avait annoncé que toutes les célébrations liturgiques de la semaine de Pâques se tiendraient « sans la présence physique des fidèles » sur la place Saint-Pierre. Ce dimanche, c’est donc dans une basilique vide, seulement accompagné de religieux et de religieuses, avec une seule personne par banc, que le pape a béni les rameaux. La messe a été diffusée en streaming sur le site Internet du Vatican, comme le sera dimanche prochain la messe de Pâques, fête la plus importante du christianisme.

Matteo Salvini voulait la réouverture des églises pour Pâques

« Aujourd’hui, dans le drame de la pandémie, face à tant de certitudes qui s’effritent, face à tant d’attentes trahies, dans le sens d’un abandon qui nous serre le cœur, Jésus dit à chacun de nous : “Courage. Ouvre ton cœur à mon amour. Tu sentiras la consolation de Dieu, qui te soutient” », a dit le pape dans son homélie. « Je voudrais le dire spécialement aux jeunes, en cette journée qui depuis trente-cinq ans leur est consacrée. Chers amis, regardez les vrais héros, qui apparaissent ces jours-ci : ce ne sont pas ceux qui ont renommée, argent et succès, mais ceux qui se donnent eux-mêmes pour servir les autres. Sentez-vous appelés à mettre en jeu votre vie. N’ayez pas peur de la dépenser pour Dieu et pour les autres, vous y gagnerez ! » a-t-il ajouté.

Samedi, Matteo Salvini, chef de l’extrême droite italienne et ancien homme fort du gouvernement, avait demandé la réouverture des églises pour Pâques. « Je soutiens les requêtes de ceux qui demandent qu’on les laisse entrer dans les églises, de façon ordonnée, correcte et sûre d’un point de vue sanitaire », a-t-il dit lors d’une interview sur la chaîne Sky. Dimanche, le maire de Milan, le centriste Giuseppe Sala, s’y est au contraire opposé. « Je ne suis pas d’accord. Je pense qu’en ce moment la foi peut et doit être quelque chose de privé et de personnel », a-t-il dit.

https://www.lepoint.fr/sante/coronavirus-le-pape-celebre-la-messe-des-rameaux-au-vatican-sans-fideles-05-04-2020-2370140_40.php?M_BT=725216815892#xtor=EPR-6-[Newsletter-Matinale]-20200406

Pbro. Ramón Vinke. Reflexiones de Semana Santa.

El Papa Francisco preside un momento extraordinario de oración en el Vaticano, con la Plaza de San Pedro vacía, con una bendición Urbi et Orbi y la indulgencia plenaria para pedir por el fin de la epidemia del coronavirus o COVID19:


«Al atardecer» (Mc 4,35). Así comienza el Evangelio que hemos escuchado. Desde hace algunas semanas parece que todo se ha oscurecido. Densas tinieblas han cubierto nuestras plazas, calles y ciudades; se fueron adueñando de nuestras vidas llenando todo de un silencio que ensordece y un vacío desolador que paraliza todo a su paso: se palpita en el aire, se siente en los gestos, lo dicen las miradas.

Nos encontramos asustados y perdidos. Al igual que a los discípulos del Evangelio, nos sorprendió una tormenta inesperada y furiosa. Nos dimos cuenta de que estábamos en la misma barca, todos frágiles y desorientados; pero, al mismo tiempo, importantes y necesarios, todos llamados a remar juntos, todos necesitados de confortarnos mutuamente.

En esta barca, estamos todos. Como esos discípulos, que hablan con una única voz y con angustia dicen: “perecemos” (cf. v. 38), también nosotros descubrimos que no podemos seguir cada uno por nuestra cuenta, sino solo juntos. Es fácil identificarnos con esta historia, lo difícil es entender la actitud de Jesús.

Mientras los discípulos, lógicamente, estaban alarmados y desesperados, Él permanecía en popa, en la parte de la barca que primero se hunde. Y, ¿qué hace? A pesar del ajetreo y el bullicio, dormía tranquilo, confiado en el Padre —es la única vez en el Evangelio que Jesús aparece durmiendo—.

Después de que lo despertaran y que calmara el viento y las aguas, se dirigió a los discípulos con un tono de reproche: «¿Por qué tenéis miedo? ¿Aún no tenéis fe?» (v. 40). Tratemos de entenderlo. ¿En qué consiste la falta de fe de los discípulos que se contrapone a la confianza de Jesús? Ellos no habían dejado de creer en Él; de hecho, lo invocaron. Pero veamos cómo lo invocan: «Maestro, ¿no te importa que perezcamos?» (v. 38).
No te importa: pensaron que Jesús se desinteresaba de ellos, que no les prestaba atención. Entre nosotros, en nuestras familias, lo que más duele es cuando escuchamos decir: “¿Es que no te importo?”. Es una frase que lastima y desata tormentas en el corazón. También habrá sacudido a Jesús, porque a Él le importamos más que a nadie. De hecho, una vez invocado, salva a sus discípulos desconfiados.

La tempestad desenmascara nuestra vulnerabilidad y deja al descubierto esas falsas y superfluas seguridades con las que habíamos construido nuestras agendas, nuestros proyectos, rutinas y prioridades. Nos muestra cómo habíamos dejado dormido y abandonado lo que alimenta, sostiene y da fuerza a nuestra vida y a nuestra comunidad.

La tempestad pone al descubierto todos los intentos de encajonar y olvidar lo que nutrió el alma de nuestros pueblos; todas esas tentativas de anestesiar con aparentes rutinas “salvadoras”, incapaces de apelar a nuestras raíces y evocar la memoria de nuestros ancianos, privándonos así de la inmunidad necesaria para hacerle frente a la adversidad.

Con la tempestad, se cayó el maquillaje de esos estereotipos con los que disfrazábamos nuestros egos siempre pretenciosos de querer aparentar; y dejó al descubierto, una vez más, esa (bendita) pertenencia común de la que no podemos ni queremos evadirnos; esa pertenencia de hermanos.

«¿Por qué tenéis miedo? ¿Aún no tenéis fe?». Señor, esta tarde tu Palabra nos interpela y se dirige a todos. En nuestro mundo, que Tú amas más que nosotros, hemos avanzado rápidamente, sintiéndonos fuertes y capaces de todo. Codiciosos de ganancias, nos hemos dejado absorber por lo material y trastornar por la prisa.

Ahora, mientras estamos en mares agitados, te suplicamos: “Despierta, Señor”. «¿Por qué tenéis miedo? ¿Aún no tenéis fe?». Señor, nos diriges una llamada, una llamada a la fe. Que no es tanto creer que Tú existes, sino ir hacia ti y confiar en ti. En esta Cuaresma resuena tu llamada urgente: “Convertíos”, «volved a mí de todo corazón» (Jl 2,12).

Nos llamas a tomar este tiempo de prueba como un momento de elección. No es el momento de tu juicio, sino de nuestro juicio: el tiempo para elegir entre lo que cuenta verdaderamente y lo que pasa, para separar lo que es necesario de lo que no lo es. Es el tiempo de restablecer el rumbo de la vida hacia ti, Señor, y hacia los demás.

Y podemos mirar a tantos compañeros de viaje que son ejemplares, pues, ante el miedo, han reaccionado dando la propia vida. Es la fuerza operante del Espíritu derramada y plasmada en valientes y generosas entregas. Es la vida del Espíritu capaz de rescatar, valorar y mostrar cómo nuestras vidas están tejidas y sostenidas por personas comunes —corrientemente olvidadas— que no aparecen en portadas de diarios y de revistas, ni en las grandes pasarelas del último show pero, sin lugar a dudas, están escribiendo hoy los acontecimientos decisivos de nuestra historia: médicos, enfermeros y enfermeras, encargados de reponer los productos en los supermercados, limpiadoras, cuidadoras, transportistas, fuerzas de seguridad, voluntarios, sacerdotes, religiosas y tantos pero tantos otros que comprendieron que nadie se salva solo.

Frente al sufrimiento, donde se mide el verdadero desarrollo de nuestros pueblos, descubrimos y experimentamos la oración sacerdotal de Jesús: «Que todos sean uno» (Jn 17,21). Cuánta gente cada día demuestra paciencia e infunde esperanza, cuidándose de no sembrar pánico sino corresponsabilidad. Cuántos padres, madres, abuelos y abuelas, docentes muestran a nuestros niños, con gestos pequeños y cotidianos, cómo enfrentar y transitar una crisis readaptando rutinas, levantando miradas e impulsando la oración. Cuántas personas rezan, ofrecen e interceden por el bien de todos. La oración y el servicio silencioso son nuestras armas vencedoras.
«¿Por qué tenéis miedo? ¿Aún no tenéis fe?». El comienzo de la fe es saber que necesitamos la salvación. No somos autosuficientes; solos nos hundimos. Necesitamos al Señor como los antiguos marineros las estrellas. Invitemos a Jesús a la barca de nuestra vida. Entreguémosle nuestros temores, para que los venza.

Al igual que los discípulos, experimentaremos que, con Él a bordo, no se naufraga. Porque esta es la fuerza de Dios: convertir en algo bueno todo lo que nos sucede, incluso lo malo. Él trae serenidad en nuestras tormentas, porque con Dios la vida nunca muere. El Señor nos interpela y, en medio de nuestra tormenta, nos invita a despertar y a activar esa solidaridad y esperanza capaz de dar solidez, contención y sentido a estas horas donde todo parece naufragar.

El Señor se despierta para despertar y avivar nuestra fe pascual. Tenemos un ancla: en su Cruz hemos sido salvados. Tenemos un timón: en su Cruz hemos sido rescatados. Tenemos una esperanza: en su Cruz hemos sido sanados y abrazados para que nadie ni nada nos separe de su amor redentor. En medio del aislamiento donde estamos sufriendo la falta de los afectos y de los encuentros, experimentando la carencia de tantas cosas, escuchemos una vez más el anuncio que nos salva: ha resucitado y vive a nuestro lado.

El Señor nos interpela desde su Cruz a reencontrar la vida que nos espera, a mirar a aquellos que nos reclaman, a potenciar, reconocer e incentivar la gracia que nos habita. No apaguemos la llama humeante (cf. Is 42,3), que nunca enferma, y dejemos que reavive la esperanza.

Abrazar su Cruz es animarse a abrazar todas las contrariedades del tiempo presente, abandonando por un instante nuestro afán de omnipotencia y posesión para darle espacio a la creatividad que sólo el Espíritu es capaz de suscitar. Es animarse a motivar espacios donde todos puedan sentirse convocados y permitir nuevas formas de hospitalidad, de fraternidad y de solidaridad.

En su Cruz hemos sido salvados para hospedar la esperanza y dejar que sea ella quien fortalezca y sostenga todas las medidas y caminos posibles que nos ayuden a cuidarnos y a cuidar. Abrazar al Señor para abrazar la esperanza. Esta es la fuerza de la fe, que libera del miedo y da esperanza.

«¿Por qué tenéis miedo? ¿Aún no tenéis fe?». Queridos hermanos y hermanas: Desde este lugar, que narra la fe pétrea de Pedro, esta tarde me gustaría confiarlos a todos al Señor, a través de la intercesión de la Virgen, salud de su pueblo, estrella del mar tempestuoso. Desde esta columnata que abraza a Roma y al mundo, descienda sobre vosotros, como un abrazo consolador, la bendición de Dios.

Señor, bendice al mundo, da salud a los cuerpos y consuela los corazones. Nos pides que no sintamos temor. Pero nuestra fe es débil Señor y tenemos miedo. Mas tú, Señor, no nos abandones a merced de la tormenta. Repites de nuevo: «No tengáis miedo» (Mt 28,5). Y nosotros, junto con Pedro, “descargamos en ti todo nuestro agobio, porque sabemos que Tú nos cuidas” (cf. 1 P 5,7).
sábado,28 de 2020 | Categoria: Uncategorized | Edit this post

5 de abril. Comentario Bíblico.

III.3. Mateo, como se ha dicho, sigue de cerca el texto de Marcos, pero algunas claves particulares se deben hacer notar:

A) Lo que da unidad y coherencia a las distintas secciones (algunos hablan de tres) es la perspectiva cristológica en que todo se presenta. Mateo es el que mejor ha tratado de respaldar el misterio de la pasión del Mesías con el cumplimiento de las Escrituras. Esto era muy explicable para una comunidad que, procedente del judaísmo, debía asumir que la pasión y muerte, coronada por la resurrección, entraba en el plan de Dios y así era asumido libremente por Jesús.

B) Hay algunos particulares del relato que Mateo que llaman la atención. La diferencia con respecto a Marco se halla en el episodio de Barrabás y se convierte en uno de los elementos claves de su visión de la pasión y las consecuencias para Israel. Hace unos años se escribía una obra sobre la redacción de Mateo y su teología que se fundamentaba en la en Mt 27,25: “caiga su sangre…”. Consta de dos elementos: intervención de la mujer de Pilato y escena en que Pilato se lava las manos. No se trata de simples agregados. Mateo retoma todo el conjunto y nos presenta una nueva composición óptimamente construida, donde la intención doctrinal y eclesial aparece claramente. Quedan definidos los lazos de Cristo con el pueblo de Israel. Cuando la mujer del pagano intercede por el “justo”, la hija de Sión exige a gritos la muerte de su Mesías, de su Cristo (en vez de “rey de los judíos”, Mateo utiliza dos veces este título). “Todo el pueblo” toma sobre sí la responsabilidad que Pilato rehúsa (27,-2425).Esta toma de posición del pueblo de la antigua alianza marca un vuelco en la historia de la salvación. La perspectiva cristológica de todo esto es manifiesta. Es el rechazo del judaísmo al Mesías que ha elegido libremente la pasión. Pero ello no debe incitar -¡de ninguna manera!- al antisemitismo, como ha ocurrido en lecturas apologéticas que no entienden que el pueblo de Israel no es el responsable de la muerte del “profeta”, sino unos dirigentes ciegos e inmisericordes. Es verdad que el Evangelio de Mateo mantiene una constante de “antijudaísmo” como problema histórico y teología, pero no es “antijudío” por naturaleza.

C) No deberíamos decir que Jesús “eligió” la muerte porque Dios así lo quería o así lo necesitaba. No es el sufrimiento el camino que Dios quiere para redimir y salvar a los hombres. Pero Dios, en este caso por medio de la opción decisiva del profeta, del Mesías verdadero de Israel, (según la teología de Mateo) sabe asumir todo lo que los hombres “construyen” religiosamente, precisamente para destruir esta “construcción religiosa” antihumana y antidivina. La construcción eclesiológica de Mateo del relato de pasión es la misma que la que han mantenido en toda su obra. A este respecto se podría decir que el relato de Marcos sobre la pasión es más kerygmático y el de mateo más eclesiológico. Pero los dos aspectos deben ir unidos en nuestra reflexión de lo que significa leer la “pasión” en la liturgia del Domingo de Ramos. No incidamos demasiado en el sufrimiento, porque esa no es la clave de Mateo, sino en cómo una comunidad se identifica con su Señor para hacer posible que el proyecto salvador de Dios se viva de verdad por encima de las decisiones absurdas de los dirigentes del pueblo que no pudieron asumir el que el profeta desmontara la concepción que ellos tenían sobre Dios y sobre la religión de Israel. Y eso iba en beneficio de toda la humanidad.

D) La Pasión, los cristianos, no la deberíamos leer como un tema “gore” (de sangre y sufrimiento cruel). No es esa la concepción del relato primitivo que cada uno de los evangelistas ha redactadote de acuerdo con su comunidad. Es el misterio de la identificación con su causa, con el proyecto del Reino que había anunciado hasta llegar a sus últimas consecuencias. No sufrió Jesús más que los crucificados de los caminos que el Imperio romano prodigaba, ni derramó más sangre que ellos, pero sí estuvo identificado con el sufrimiento de todos esos crucificados. Es verdad que en su juicio concurren una serie de circunstancias religiosas que lo hacen diferente, y por ello a un juicio y una condena diferente, contemplamos una condena diferente. Es más hermoso el poema musical de la Pasión según San Mateo de Bach que películas que solamente señalan –sin poesía ni religiosidad alguna- el sufrimiento por el sufrimiento. No olvidemos que nuestros relatos se confeccionan con la perspectiva de la resurrección como victoria de Dios sobre los proyectos de los poderosos o del amor sobre el odio.

Fray Miguel de Burgos Núñez
(1944-2019)

5 de Abril – Domingo de Ramos . La Pasión del Señor.

Evangelio según san Mateo (Mt 27,11-54)
Jesús compareció ante el procurador, Poncio Pilato, quien le preguntó: “¿Eres tú el rey de los judíos?” Jesús respondió: “Tú lo has dicho”. Pero nada respondió a las acusaciones que le hacían los sumos sacerdotes y los ancianos. Entonces le dijo Pilato: “¿No oyes todo lo que dicen contra ti?” Pero él nada respondió, hasta el punto de que el procurador se quedó muy extrañado. Con ocasión de la fiesta de la Pascua, el procurador solía conceder a la multitud la libertad del preso que quisieran. Tenían entonces un preso famoso, llamado Barrabás. Dijo, pues, Pilato a los ahí reunidos: “¿A quién quieren que les deje en libertad: a Barrabás o a Jesús, que se dice el Mesías?” Pilato sabía que se lo habían entregado por envidia.

Estando él sentado en el tribunal, su mujer mandó decirle: “No te metas con ese hombre justo, porque hoy he sufrido mucho en sueños por su causa”.

Mientras tanto, los sumos sacerdotes y los ancianos convencieron a la muchedumbre de que pidieran la libertad de Barrabás y la muerte de Jesús. Así, cuando el procurador les preguntó: “¿A cuál de los dos quieren que les suelte?” Ellos respondieron: “A Barrabás”. Pilato les dijo: “¿Y qué voy a hacer con Jesús, que se dice el Mesías?” Respondieron todos: “Crucifícalo”. Pilato preguntó: “Pero, ¿qué mal ha hecho?” Mas ellos seguían gritando cada vez con más fuerza: “¡Crucifícalo!” Entonces Pilato, viendo que nada conseguía y que crecía el tumulto, pidió agua y se lavó las manos ante el pueblo, diciendo: “Yo no me hago responsable de la muerte de este hombre justo. Allá ustedes”. Todo el pueblo respondió: “¡Que su sangre caiga sobre nosotros y sobre nuestros hijos!” Entonces Pilato puso en libertad a Barrabás. En cambio a Jesús lo hizo azotar y lo entregó para que lo crucificaran.

Los soldados del procurador llevaron a Jesús al pretorio y reunieron alrededor de él a todo el batallón. Lo desnudaron, le echaron encima un manto de púrpura, trenzaron una corona de espinas y se la pusieron en la cabeza; le pusieron una caña en su mano derecha y, arrodillándose ante él, se burlaban diciendo: “¡Viva el rey de los judíos!”, y le escupían. Luego, quitándole la caña, lo golpeaban con ella en la cabeza. Después de que se burlaron de él, le quitaron el manto, le pusieron sus ropas y lo llevaron a crucificar.

Al salir, encontraron a un hombre de Cirene, llamado Simón, y lo obligaron a llevar la cruz. Al llegar a un lugar llamado Gólgota, es decir, “Lugar de la Calavera”, le dieron a beber a Jesús vino mezclado con hiel; él lo probó, pero no lo quiso beber. Los que lo crucificaron se repartieron sus vestidos, echando suertes, y se quedaron sentados ahí para custodiarlo. Sobre su cabeza pusieron por escrito la causa de su condena: ‘Éste es Jesús, el rey de los judíos’. Juntamente con él, crucificaron a dos ladrones, uno a su derecha y el otro a su izquierda.

Los que pasaban por ahí lo insultaban moviendo la cabeza y gritándole: “Tú, que destruyes el templo y en tres días lo reedificas, sálvate a ti mismo; si eres el Hijo de Dios, baja de la cruz”. También se burlaban de él los sumos sacerdotes, los escribas y los ancianos, diciendo: “Ha salvado a otros y no puede salvarse a sí mismo. Si es el rey de Israel, que baje de la cruz y creeremos en él. Ha puesto su confianza en Dios, que Dios lo salve ahora, si es que de verdad lo ama, pues él ha dicho: ‘Soy el Hijo de Dios’ ”. Hasta los ladrones que estaban crucificados a su lado lo injuriaban.

Desde el mediodía hasta las tres de la tarde, se oscureció toda aquella tierra. Y alrededor de las tres, Jesús exclamó con fuerte voz: “Elí, Elí, ¿lemá sabactaní?”, que quiere decir: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?” Algunos de los presentes, al oírlo, decían: “Está llamando a Elías”.

Enseguida uno de ellos fue corriendo a tomar una esponja, la empapó en vinagre y sujetándola a una caña, le ofreció de beber. Pero los otros le dijeron: “Déjalo. Vamos a ver si viene Elías a salvarlo”. Entonces Jesús, dando de nuevo un fuerte grito, expiró.

Aquí todos se arrodillan y guardan silencio por unos instantes.

Entonces el velo del templo se rasgó en dos partes, de arriba a abajo, la tierra tembló y las rocas se partieron. Se abrieron los sepulcros y resucitaron muchos justos que habían muerto, y después de la resurrección de Jesús, entraron en la ciudad santa y se aparecieron a mucha gente. Por su parte, el oficial y los que estaban con él custodiando a Jesús, al ver el terremoto y las cosas que ocurrían, se llenaron de un gran temor y dijeron: “Verdaderamente éste era Hijo de Dios”.

Lo que no dijo Francisco

P. Diego Bedoya
Luis Fernando González

“Y la Palabra se hizo fragilidad,
y puso su Morada entre nosotros…”
Juan 1, 14

Las finas imágenes de ayer que todavía se hacen presente en nuestra memoria, evocan toda una experiencia reveladora del Dios de Jesús. Sin lugar a dudas, las palabras de Francisco fueron bálsamos para esta hora crítica, nos hizo entender la profundidad del Evangelio cuando se pasa por la vida. Su mensaje fue capaz de hacer bajar lágrimas por las mejillas, acelerar el corazón, emocionarnos y revelarnos que Dios no está lejos.

Pero más allá de las profundas y hermosas palabras pronunciada ayer, queremos hacer una comprensión de los gestos silenciosos que hablaron con fuerza. Cuando nos atrevemos a captar a Dios, cuando dejamos que su presencia portadora de sentido nos interpele, cuando abrimos la vida sin miedo a la novedad que desea regalarnos, el silencio es la mejor opción para verlo. Ayer hubo gestos abrumadores, ayer cada imagen sorprendió nuestra retina, ayer pudimos ver a Dios en el otro discurso, en los símbolos que estaban ahí.

El primer gesto es un hombre entrado en años vestido de blanco caminando bajo la lluvia, atravesando silenciosamente una plaza inmensa apoyado en su cojera, con su mirada profunda y en sus hombros el miedo y el dolor de la humanidad en estos momentos. Antes de terminar su caminar, cuando los pasos se hacen más vacilantes, necesita apoyarse, necesita de otro, necesita una mano que lo ayude a subir. En este gesto nos damos cuenta que solos no somos capaces, solos no llegamos lejos, solos nos hundimos en nuestra autosuficiencia. La fragilidad nos confronta con lo menesterosos que somos, y al mismo tiempo, nos hace entender que la última palabra la tiene Dios.

El segundo gesto es un esfuerzo por respirar. Cuando Francisco inicia la oración dándose la bendición e invitando a todos a orar, le cuesta mantener el aire, su cuerpo se ve forzado a respirar hondo. Este hombre frágil, con un solo pulmón, entiende lo que está pasando en el mundo. Su carne vulnerable se une a todas las personas que están luchando por mantenerse vivas. Dios no está en el balcón mirando pasivamente desde lejos. Dios está luchando en el mundo para mantener la vida. La fragilidad del Papa revela al Dios débil que se hace carne de nuestra carne y desde allí poder ver su presencia auténtica.

El tercer gesto es una tarde que se va desvaneciendo y que se deja abrazar por la noche, como quien se rehúsa a morir, pero al final entiende que es su real destino. Cuando miramos hacia adentro, cuando hemos sido forzados a ir a nuestras casas, entendemos que durante estos días la vida parece desvanecerse, hay una sensación de victoria de la pandemia, nos sentimos avasallados por una tarde que nos cae encima con toda su fuerza y que parece inevitable. Pero más allá de esta sensación, cuando la tarde, como último atisbo de luz parece perderse en la noche, y experimentamos el miedo y la soledad, la presencia de Dios siempre estará latente para sostenernos. No se nos olvide que es en medio de la noche donde Dios baja a las profundidades de la nuestra vida para resucitarla.

El cuarto gesto son seis antorchas vacilantes que no se apagan a pesar de la lluvia. A medida que se va adentrando la noche, la luz permanece fiel. Con el peligro contante de las gotas de lluvia, arden más fuerte. En estos momentos de gran tormenta la opción por Jesús es lo que nos mantiene firmes en medio de las borrascas que amenazan con apagar la vida. La debilidad de aquellas antorchas ante ese inmenso cielo azul que deja caer sus gotas, son el testimonio que en esta hora de la historia la salvación vendrá de lo débil del mundo.

El quinto gesto es el Cristo solitario de San Marcelo. En esta bella figura hay un elemento que ha sido demasiado elocuente. Cuando Francisco se dirige hacia Él, con su paso lento, se ve que el agua ha empapado esta imagen. Tras un profundo silencio, místico y envolvente, la cámara deja ver que el agua corre Cristo abajo. Esto recuerda aquella fina imagen del evangelista Juan, que en el momento definitivo de la vida de Jesús, tras ser traspasado por la lanza de un soldado, de su costado salió sangre y agua. Ayer, silenciosamente, hemos vuelto a entender que Jesús lo ha dado todo, no se ha guardado nada para sí, ya nadie le puede arrebatar nada, ni la muerte misma. Lo último que da el cuerpo humano es el plasma, signo de la entrega total. En esa agua la humanidad entera estaba y en esta realidad presente, hombres y mujeres lo siguen entregando todo para vida a otros.

El sexto gesto es un hombre hablando sin tapabocas y guantes. Ver a Francisco completamente vulnerable, expuesto, humano, nos enseña que Dios necesitaba hablar más fuerte que nunca, necesitaba una voz que no estuviera cubierta para regalarnos su palabra que consuela y anima. Necesitaba unas manos libres para abrazarnos a todos y hacernos sentir su compañía fiel. En esa plaza inmensa, las murallas se abrieron más que nunca para alcanzar al mundo entero en un abrazo.

El séptimo gesto es la Custodia en la puerta de la Basílica. El Resucitado dando la cara al mundo, mirando de frente la realidad, aconteciendo siempre en salida. Las puertas abiertas desde donde el Resucitado bendijo el mundo, son signo de que todos tenemos un lugar en el corazón de Dios. Más allá del miedo que pueda asaltarnos, Jesús vuelve y nos recuerda como a sus amigos que estaban encerrados, que Él abre las puertas a una realidad nueva que nos regala la paz. En la Custodia Jesús ha pronunciado una palabra de esperanza en tiempos de desolación, en la Custodia Jesús se hizo presente para primerear con su presencia el camino que estamos recorriendo, en la Custodia Jesús se vuelve a unir más íntimamente a todos mediante su pequeñez. En esa Hostia el corazón de un amor entregado sigue latiendo para que nunca nos sintamos solos.

Solamente unos ojos capaces de captar la presencia sutil de los gestos silenciosos, podrán ver a Dios aconteciendo en esta historia, sabrán que hay más de lo que se pide, hay más de lo que se ve, hay más de lo que se reclama escrupulosamente. Al finalizar, Francisco entrega el Santísimo, quizá esto sea lo más fuerte, pues vimos que en cada paso que daba la Custodia le pesaba más, estaba haciendo fuerza para sostenerla; sin lugar a dudas, Dios es de los frágiles, de los débiles, de los vulnerables. El lugar de la Revelación hoy son los que se encuentran postrados en las camas de los hospitales del mundo, los que están encerrados en sus casas contagiados, los que sienten que el cansancio los dobla, los que lo siguen dando todo para que la vida salga victoriosa.