CON JESÚS SEÑOR DE LA HISTORIA – Nº 15 (22 de noviembre de 2020)

NATALICIO DEL PBRO. DR. JOSÉ CECILIO ÁVILA

Será siempre una gloria inmarcesible del eximio escritor y periodista Juan Vicente González haber legado a la posteridad la biografía del Padre Ávila, sacerdote insigne, quien, concluida la Guerra de Independencia, logró salvar la Universidad de Caracas…

Nació José Cecilio Ávila el 22 de noviembre de 1786 en el sitio de Pedernales, cercano a la población de Güigüe. Hijo de José Gregorio Ávila, quien había casado seis años antes con la aún adolescente Francisca Antonia Casañas, de doce años de edad, fue el tercero de seis hermanos. Tenía once años, cuando una violenta e inesperada enfermedad le arrebató a su progenitora, joven todavía; sin duda, la precoz maternidad le había minado el organismo. Habiéndose su padre radicado en Caracas, José Cecilio pudo seguir cursos de latín y filosofía, culminados el 11 de mayo de 1803. El 11 de agosto de 1805 obtuvo el título de Maestro en Filosofía, y el 25 de enero de 1808 el Doctorado en Teología. Al mismo tiempo que realizaba sus estudios, se preparaba para el sacerdocio: “Devorado del deseo de consagrarse a Dios, Ávila vistió el traje eclesiástico desde sus tiernos años. Su infancia y su adolescencia, inocentes, puras, habían corrido en el vestíbulo del templo. Vencido por la constancia del joven y asegurado de la solidez de su vocación, su padre le dejó libertad de escoger un estado, donde él mismo pensó entrar en su juventud y en que acababa de empeñarse” —el estado del sacerdocio… José Cecilio, por su parte, fue ordenado sacerdote el 10 de agosto de 1811 por el entonces Arzobispo de Caracas, Mons. Narciso Coll y Prat… Para el año 1814 fue nombrado Rector del Seminario, desempeñándose posteriormente como Catedrático en la Universidad…

Fueron incontables los méritos del Padre Ávila… Entre ellos, el de haber logrado salvar a la Universidad de Caracas: “Para 1824 la Universidad iba a cerrarse, por la imposibilidad de sostenerse. Sin dotación los catedráticos, la academia, sin medios de subvenir a los gastos más indispensables, habría caído, sin duda, por algún tiempo al menos, sin la feliz elección de Ávila para el Rectorado. Entra éste y al punto llena todas las necesidades con desinterés sin ejemplo: Restablece la abandonada disciplina, anima a los profesores, despierta el entusiasmo, y (…) da nueva vida a los estudios, los ensancha, y prepara y funda nuevas Cátedras. Amenazaba a los estudiantes una contribución para el pago de los profesores; se opone y contenta a éstos; y temeroso de la inutilidad final de sus esfuerzos, tienta el único camino para salvar y perpetuar la fuente exclusiva del saber en Venezuela: Escribe a Simón Bolívar, (…)”. Se ignora el contenido de la correspondencia que enviara el Padre Ávila al Libertador; pero, éste le contestaba en elocuente carta, fechada en Lima, el 20 de febrero de 1826, que “me será muy halagüeño satisfacer la indicación que Vuestra Señoría me hace en beneficio de esa Universidad; porque después de aliviar a los que aún sufren por la guerra, nada puede interesarme más que la propagación de las ciencias”. La falta de interés de los que en la actualidad se dicen “bolivarianos” por la enseñanza universitaria en Venezuela, o peor todavía, su interés en acabarla, está en evidente contraste con el decidido interés mostrado por entonces por el Libertador poe la Universidad de Caracas…

De las palabras a los hechos… Encontrándose Bolívar en Caracas, el 24 de junio de 1827, promulgó los nuevos Estatutos de la Universidad de Caracas, habiéndola dotado anteriormente de suficientes recursos —como hace notar el Dr. Ildefonso Leal, al escribir la historia de la Universidad Central de Venezuela: “Por primera vez el Estado venezolano puso en manos de la Universidad una sólida fuente de ingresos para desarrollar sin trabas el cultivo de la ciencia. Los fondos del extinto Colegio de Abogados, las obras pías de Cata y Chuao, los bienes de los Jesuitas expulsados [por el Rey Carlos III], las rentas anuales sobrantes de los resguardos indígenas, la renta de quinientos pesos anuales de la Canonjía Lectoral (suprimida por Decreto del 10 de marzo de 1826), la hacienda de caña dulce nombrada ‘La Concepción’ ubicada en Tácata, expropiada al canario José Antonio Sánchez y adjudicada a la Universidad por Decreto firmado el 16 de marzo de 1827, la manda benéfica de seis pesos, que los Doctores y Maestros cederían en favor de los estudios, y otros bienes, constituyeron el patrimonio económico, que el Gobierno cedió a nuestra primera casa de estudios”.

Aunque para el año 1827 ya era el Dr. José María Vargas el Rector de la Universidad, corresponde al Padre Ávila el mérito de haber interesado al Libertador en el regular funcionamiento y progreso de la misma. Este mérito es tanto más evidente, cuanto que el Dr. José María Vargas apenas había regresado al país en 1825, y apenas se había incorporado a la Universidad en 1826, cuando “propuso a la Universidad la creación de una Cátedra de Anatomía que él mismo impartiría ‘gratis y a sus expensas’. El Rector José Cecilio Ávila no sólo concedió la licencia, sino que ofreció realizar activas diligencias para que la Cátedra se incorporara al plan de enseñanza”.

Fallecido el Padre Ávila el 25 de octubre de 1833, cuando apenas contaba 47 años de edad, se fijó el 27 de octubre para el entierro, mientras resultaba conmovedor observar al anciano progenitor del difunto sacerdote, Pbro. José Gregorio Ávila, al lado del féretro, con la mirada en los restos de su hijo querido…

El día señalado, a las 10:00 de la mañana, “salió el cuerpo en medio de una pompa fúnebre, inmensa y popular. El pueblo mismo era la policía. Ningún accidente en esta multitud de almas apiñadas en menos de cuatro cuadras. A la cabeza marchaba el Iltmo. Sr. Arzobispo y los miembros del Cabildo Eclesiástico. La Universidad en cuerpo venía después, luego los primeros ciudadanos de la República, y señalándose por su aflicción, los jóvenes que recibían entonces sus lecciones. El Gral. [José Antonio] Páez, Presidente del Estado, marchaba sin ninguna distinción en medio de todos. Las aceras estaban cubiertas de una multitud inmoble, que se dilataba desde la casa hasta el templo. El convoy inmenso se dirigió hacia la Calle del Comercio, dobló luego hacia San Francisco y cruzando al Norte, se encaminó al Convento de las Concepciones”, donde tuvo lugar el entierro. Desde luego se preocuparon, tanto la Iglesia como la Universidad, de multiplicar los homenajes fúnebres a la memoria de tan meritorio sacerdote.

Pbro. Ramón Vinke