La meta del progresismo es lograr que predomine la percepción social de que practicar una religión, y muy en especial el cristianismo -y los valores que se le asocian-, es algo “anticuado, ridículo, cavernario, prehistórico, pasado de moda, absurdo”
Raul Tortolero 1 mayo, 2022
El progresismo es la ideología oficial del globalismo, que aún persigue un nuevo orden mundial. Para alcanzar tal hegemonía, los globalistas deben vencer varios obstáculos nada sencillos, que son estructurales en Occidente. Uno de ellos es la religión. En especial el cristianismo.
Además, porque de ella se desprenden valores como la fe, la familia natural y la defensa de la vida (lucha provida), todo lo cual también rema en sentido inverso a los planes de homogenización ideológica de los globalistas.
Cabe recordar que el globalismo pretende el dominio político de todo el mundo, y para ello parte de ciertas bases: un solo gobierno mundial, una sola religión, una sola moneda, un solo lenguaje.
El primer punto es la construcción de organizaciones mundiales que rijan a las naciones, en una suerte de asamblea multinacional con poderes metaconstitucionales. Eso a todas luces ya existe y va muy avanzado: se trata, claro, de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) y sus diversas ramas especializadas, como la OMS, FAO, o UNICEF.
Andrés Manuel López Obrador en noviembre de 2021 fue al consejo de seguridad de la ONU y propuso, así de plano, la creación de un “Estado Mundial”. En ese momento era, además de presidente socialista de México, el líder en turno de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y del Caribe (CELAC), otra institución dominada por el bloque rojo hispanoamericano que este personaje ha sabido construir.
La ONU promueve intensamente la ideología de género, el aborto y el supremacismo LGBT. Traducción: control de la natalidad, de la explosión demográfica.
El segundo punto, es que exista una sola religión, que obviamente no es el cristianismo, sino la “religión del planeta”, la que sustituye a Dios por “la naturaleza”, por “la madre tierra”, por la Pachamama. Esa que quiere que más bien desaparezca el ser humano porque es como un virus que a su paso destruye todo y cuya acción ha derivado en la “sexta extinción” masiva de especies animales.
Esa religión que sólo habla del calentamiento global, de deshielo de témpanos y de graves sequías y hambrunas futuras. Esa religión que es apocalíptica y cuya función es vender la percepción de que tener hijos es un crimen en un mundo así, y que los nacimientos sólo traerán huella de carbón y más contaminación. Control de la natalidad por la vía del terror. Esto va de la mano del animalismo y del veganismo.
El tercer punto es una misma moneda, que hasta ahora se trata de la dominancia del dólar. Esto podría cambiar ahora que se dan reacomodos geopolíticos por la nueva unión de Rusia y China (el eurasianismo).
El cuarto punto es un mismo lenguaje, que hasta ahora es el inglés como hegemónico, pero sumándole las modificaciones del “lenguaje inclusivo”, aunque éste es aplicable a cualquier idioma de Occidente.
Una prioridad en la agenda progre es, entonces, demoler al cristianismo. Para ello se vale de todos los medios a su alcance: Hollywood, Big Tech, el new age, el mains stream media, Netflix, influencers, íconos de la cultura pop, y un largo etcétera.
La meta es lograr que predomine la percepción social de que practicar una religión, y muy en especial el cristianismo -y los valores que se le asocian-, es algo “anticuado, ridículo, cavernario, prehistórico, pasado de moda, absurdo”. Entre una larga serie de adjetivos negativos.
Basta leer los comentarios del progresismo en redes sociales a alguien que critique el aborto o el supremacismo LGBT. De inmediato será tildado como “antiderechos”, “retrógrado”, “atrasado”, “medieval”. En esta relación de ideas, por tanto, los progresistas serían lo contrario: Pro derechos humanos, de vanguardia, adelantados y modernos.
Si alguno postea sobre Jesucristo, no falta quien escriba, sin respeto, que el cristianismo tiene “un amigo imaginario” que llama “Dios”.
El hip hopero Jay-Z, quien ha sido señalado como parte de una elite ideológica, en su canción “Empire State of mind”, dice textual: «Hail Mary» to the city, you’re a virgin. And Jesus can’t save you, life starts when the church end”.
Para él, “Jesús no puede salvar, y la vida empieza cuando la iglesia termina”. Una opinión anticristiana, pero además, que muestra un conocimiento muy pobre de lo que realmente es la religión. Este señor es un ignorante y debería ponerse a leer, al menos, los grandes ensayos sobre fe y razón, de Joseph Ratzinger, el Papa Benedicto XVI, emérito.
Una cierta publicidad reciente de Burger King para vender una hamburguesa vegetariana, también ofendía al cristianismo. Muchos decidieron emprender un boicot contra la empresa. Y otros simplemente, no comprarle más.
En cientos de series de Netflix se deja totalmente fuera toda referencia al cristianismo, ignorando que en América cerca de 85 % de la población total practica esta religión en cualquiera de sus expresiones. Jesucristo está vetado, está “cancelado” de las pantallas.
Lo mismo para Hollywood, que hace décadas no produce algo bueno relacionado con la fe. Bajo el argumento de que se debe dejar la religión para puertas adentro de los templos, o de las casas, estos sistemas de producción de contenidos dan la espalda a la realidad de las familias en nuestro continente.
Hay una película intitulada “La primera tentación de Cristo”, una producción brasileña en la que hacen aparecer al personaje central del cristianismo con un “novio”. Claro, en Netflix. Ese mismo Netflix que perdió 200.000 usuarios en pocos días, algo muy contrario a sus expectativas de crecimiento para 2022
Lo más paradójico es que la entidad que permitió que este film saliera a la luz en Brasil luego de un juicio, argumentando “libertad de expresión”, fue el Supremo Tribunal Federal (STF), el mismo que encarceló al diputado Daniel Silveira y lo había condenado a 8 años tras las rejas, por criticar a la izquierda y denunciar la influencia del Foro de Sao Paulo. ¿Su delito? “Crímenes de opinión”. Así.
Luego Silveira fue liberado por decreto de Jair Bolsonaro.