La Madre de Dios, Tan inmaculada en su cuerpo como en su alma, no conoce ni la corrupción de la culpa ni la corrupción de la tumba.
Asumida por su hijo para una especial unión con El, en muerte y en resurrección, su triunfo como el de su Hijo, preludia nuestro triunfo, si vivimos unidos a Cristo y asumidos y elevados por El.
Valeriano Ordoñez, s.j. -Editorial Herder, Barcelona.