La Virgen de Coromoto y la Reconciliación.

La Virgen de Coromoto y la Reconciliación. Catequesis

Julio César Arreaza B

Comenzamos dando gracias a Dios, en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo, por contar como intercesora con Nuestra Señora de Coromoto, Virgen Reconciliadora de los Pueblos. Se trata de la segunda aparición mariana aceptada por la Iglesia en América Latina.

Abran ahora mismo su corazón y pongan a volar su imaginación, para que puedan contemplar la imagen de la Virgen de Coromoto cuando ella toma la iniciativa de aparecerse:

“Al llegar a una quebrada, una hermosísima Señora de belleza incomparable que sostenía en sus brazos un radiante y preciosísimo Niño, se presenta a los dos indios caminando sobre las cristalinas aguas de la corriente. Maravillados éstos, contemplan embelesados a la majestuosa Dama que les sonríe amorosamente, y dirigiéndose al Cacique le habla en su idioma diciéndole que saliera a donde estaban los blancos para recibir el agua sobre la cabeza y así poder ir al cielo. Estas palabras iban acompañadas de tanta unción y fuerza persuasiva, que enajenaron el corazón del Cacique y le dispusieron a cumplir los deseos de tan encantadora Señora.”

Paso a comentarles. La Virgen se hace transparente en esta aparición para que brille su hijo que lleva en su regazo. Habla con pocas palabras, sus frases cortas y claras son suficientes. La alegría fruto del Espíritu reflejada en su semblante, les abre la confianza a los indios. Cuando todavía resonaban en sus oídos la dulce voz de la Virgen que los envuelve con su luz y les cambia el sentido de sus vidas, el Cacique y su mujer comunican con alegría lo que han visto y oído. Se puede comparar esta actitud de la pareja con la de la mujer samaritana que va en busca de los suyos a dar la buena noticia de su encuentro con Jesús.

El testimonio vivo de la pareja aborigen ayudó a los miembros de la tribu a cambiar de vida dejando la selva para vivir junto a los blancos. Es curioso apreciar la fe simple y sencilla de aquella comunidad indígena que como Abraham el padre de todos los creyentes, dejan sus tierras y van en busca de la tierra, indicada en esta oportunidad por la Madre de Jesús: donde habitan los blancos. La tribu es una comunidad pobre, humilde, obediente, en camino, que respeta la autoridad de los suyos y espera encontrar una vida mejor.

Ahora pasamos a señalar algunas consideraciones sobre las apariciones en lo tocante a la reconciliación.

La iglesia no obliga a creer en las apariciones, porque no forman parte de la revelación contendida en las sagradas escrituras No se obliga a creer o no creer. Pero atención, ojo, quienes creen y quienes no creen, están obligados a dos cosas.

La primera cosa, a no descalificarse mutuamente; nadie queda exceptuado del amor y de la caridad hacia todos y hacia quienes no piensan como nosotros.

La segunda cosa es preguntarnos en qué puede interpelar Dios a cada uno de nosotros a propósito de todo esto; Dios se nos comunica en todas las cosas pese a que muchas veces ni vemos ni oímos, y sería por tanto absurdo pretender reglamentar a Dios en sus maneras de manifestarse.

Cristo resucitado no se halla en una gloria impasible que lo desconecta de nuestro mundo. Todo lo contrario: actúa entre nosotros, en nuestra realidad. Siente con los crucificados de hoy:…. cuanto ustedes hicieron a uno de estos mis hermanos más pequeños, a mí me lo hicieron. De la relación de Cristo con nosotros participan los suyos: la Virgen María y cuántos están en su gloria. Esto es la comunión de los santos. Por ello, la Virgen se mantiene solícita hacia nosotros al modo de su hijo, porque ella es no sólo la madre tierna sino también la perfecta discípula.

Para poder hacer un juicio sobre las apariciones marianas hay que examinar, entonces, si en ellas María se manifiesta al modo y estilo de su Hijo, el mesías, porque el estilo de Jesús se transparenta en el estilo de aquellos que son verdaderamente suyos y lo anuncian con autenticidad.

Una vez, Juan el Bautista, hallándose en la cárcel, envío a unos seguidores suyos a preguntar a Jesús si él era el mesías, el esperado, el que tenía que venir.

Los embajadores del Bautista vieron el modo de actuar de Jesús y después el mismo Jesús les resumió su estilo mesiánico: Vayan y cuenten a Juan lo que oyen y ven: los ciegos ven y los cojos andan, los leprosos quedan limpios y los sordos oyen, los muertos resucitan y se anuncia los pobres la buena noticia. Por sus frutos, por este estilo mesiánico podemos conocer si es María quién está detrás de los fenómenos que se le atribuyen, transparentando la acción y envío de su Hijo.

Si, con motivo de una manifestación Mariana, los ciegos y los sordos del cuerpo y del espíritu ven y oyen; si los cojos y los paralizados en sus piernas o en su vida empiezan a caminar de nuevo con decisión; si los leprosos de tantas clases y miserias quedan limpios; si los mortecinos se reaniman y la esperanza de la vida para siempre transforma la existencia en servicio ilusionado a los demás; si los pobres y los que no ponen su esperanza última en el dinero, el poder, el prestigio, el placer, o el saber, vibran con la Buena Noticia de la cercanía de Dios, entonces es cierto que la Madre y perfecta discípula hace presente el modo de ser y actuar del Hijo y Mesías.

Nuestra Señora de Coromoto se manifestó en nuestra historia en el año 1652. Se le apareció a una familia, se dirigió a ellos con palabras de su léxico y en ese sublime momento contemplamos como lo eterno entra en el tiempo y el tiempo se hace eterno. Es la manifestación de Dios a través de María en la historia de un pueblo concreto en Guanare.

La Virgen de Coromoto se hace parte del mismo pueblo, forma parte de él, toma su nombre de ellos. Los manda a recibir el bautismo. La luz que refleja la Virgen durante esa aparición en la quebrada es el espíritu que la envuelve, símbolo de la presencia divina. En primer lugar la Virgen actúa para reconciliar a la comunidad y cada uno de sus integrantes con Dios, cuando les ordena que vayan a bautizarse. Los invita a incorporarse a la nueva vida de Dios. La Virgen los insta a dirigirse a donde los blancos, para que les echen agua en la cabeza y así pudieran ir al cielo. En la medida que los indígenas comunican el hecho de la Aparición, crece la fe tanto en ellos, como en quienes les escuchan. El español Juan Sánchez aceptó la propuesta hecha por los indios y colaboró para que se cumpliera el deseo de la bellísima señora. Fue un intermediario fiel.

Con esta Aparición la Virgen está reconciliando a dos razas, a una raza de indios que vivía aparte, aislada en los montes, con los blancos conquistadores. La Virgen reflejando a su Hijo, logra que los indígenas sean bautizados en el amor, fuente y origen de sus vidas, que les cambia la manera de mirarse y de mirar a los demás. Ahora los blancos son su familia, hermanos en la fe, porque el mismo espíritu habita en cada persona creando lazos de unión.

En María es Jesús quien se presenta regalándoles la dignidad de hijos de Dios. Ya no son extranjeros sino ciudadanos y familiares de Dios. La Virgen se abaja, les habla en su propio idioma y se parece a ellos, para que conozcan a Dios. La invitación es a incorporarse a la iglesia peregrina para llegar un día a la iglesia triunfante. Les cambia el sentido de sus vidas. Esperan con el sacramento del bautismo encontrar una mejor vida.

Esa aparición de María con su hijo en los brazos, expresa un amor hacia los indígenas que éstos hasta entonces no habían experimentado. Dios se manifiesta a través de la Virgen a los sencillos, no se revela a los sabios y ricos.

Los indios al irse a vivir con los blancos, salen de una tierra para ir a otra, se trasladan para sacarse el pecado con el bautismo, se abren al misterio divino.

Bajan la cabeza erguida para inclinarse a Dios. Logran entender que venimos de la misma madre, se integran a una familia más grande y así reciben el bautismo para poder ir al cielo.

El cacique se escapa de la nueva comunidad en la que tiene 9 meses viviendo, abandona el nuevo estilo de vida al que no se acostumbra, para volver a su vida anterior en la selva. Se fue el cacique como el hijo pródigo, abandonó la nueva comunidad, entró en crisis, quiso volver a sus conucos, a su libertad, a su aislamiento. Pesan sobre él las costumbres ancestrales de sus antepasados.

Al cacique sin duda le faltó el acompañamiento por parte de los españoles, muchos seguían siendo rudos y discriminadores, aunque otros asumieron con misericordia la tarea evangelizadora: los dominicos y franciscanos.

La Virgen se le aparece por segunda vez al cacique renuente en la puerta de su bohío, la Virgen bondadosa no lo desatiende, ella siempre vuelve hacia nosotros a pesar de nosotros. He venido a pasar trabajo en la tierra de los blancos le dice el indio. La respuesta de la virgen es el silencio, más elocuente que mil palabras, ella no lo invade. Su mirada es de amor, no lo juzga. La mirada expresa algo así: creatura tú eres bueno. La Virgen viene de parte de Dios, el cacique no se la puede sacar de su vida. Con matarte tengo para apartarte, le dice atormentado el indio. Ella lo abraza como una madre que siente ternura por sus hijos. Todo un gesto del nuevo mandamiento del amor. El bohío en tinieblas se llena de luz. La Virgen sigue apostando al amor, a la verdad, a la fe, que hay en el indígena.

La Virgen deja al indígena en libertad, no lo obliga. Esta es la actitud de la fe. El cacique es tentado por el diablo, pero este no lo vence, vale más la fe en Dios que le transmitió la Virgen. La bella señora fiel y pendiente de sus hijos, se aparece de nuevo para consolar y aliviar al Cacique que se encuentra debilitado en su fe, está todavía en proceso de conversión, que es lento. El cacique sale apresurado de la choza para internarse en los montes, lo pica una culebra y se siente frágil.

Pero la presencia del Espíritu Santo le hace recordar todo lo que le ha dicho la hermosa señora. Le da el sí. Regresa el hijo pródigo al Padre. Aconseja a la tribu a volver con los blancos, a reconciliarse. El bien vence al mal.

El señor concedió la gracia al moribundo picado de culebra que su alma se regenerara por las saludables aguas bautismales. El indio quiso bautizarse, le echaron el agua y se fue al cielo. Se reconcilió con Dios. La reconciliación siempre es un triunfo. La comunidad que se escapó con su cacique, siguiendo sus órdenes, regresa a vivir en comunidad con los blancos y se da entre ellos una extraordinaria reconciliación.

Volviendo al aquí y ahora, poniendo el lente en nuestra lacerante realidad, luce como tarea impostergable establecer un clima de reconciliación nacional, los católicos estamos llamados a tomar la iniciativa del diálogo con el otro que piensa diferente.

La fe nos exige tomar responsabilidades en el destino del país, no debemos permanecer indiferentes, instalados y cómodos en nuestras vidas privadas, por el contrario la fe nos empuja a involucrarnos en la defensa de la vida, los derechos humanos, la libertad y la democracia. Sean calientes o fríos, porque a los tibios los arrojaré de mi boca…

Nuestros problemas como sociedad e incluso como familia, se deben en buena parte al haber alejado a Dios de nuestras vidas, a la ausencia de clases de religión en nuestra escuela primaria. Cuando falta la formación moral en la raíz, brota el desprecio a la vida ajena y a la convivencia. La evangelización debe afincarse en la reconciliación de los matrimonios mal avenidos, entre hermanos y entre padres e hijos. Así alcanzaremos una sociedad sólida y sana. Para lograrlo, nosotros mismos debemos actuar y meternos en el meollo, porque también somos responsables, dejemos la apatía.

Para estar preparados cada uno de nosotros primeramente debe reconciliarse con Dios, para poder reconciliar a los otros. Como lo hacemos: acudiendo al sacramento de la Penitencia, o Reconciliación, o Confesión, instituido por Nuestro Señor Jesucristo para borrar los pecados cometidos después del Bautismo. Es el sacramento de nuestra curación espiritual, llamado también sacramento de la conversión, porque realiza sacramentalmente nuestro retorno a los brazos del padre, después de que nos hemos alejado de El por el pecado. Es un acercamiento a la santidad de Dios, una liberación en lo más profundo de nosotros mismos, que conduce a una recuperación de la alegría perdida, la alegría de ser salvados.

En nuestro país existen visiones plurales con grandes diferencias. Ningún modelo social o político tiene el derecho de imponerse a los demás. La Constitución garantiza una sociedad pluralista. Comencemos por cambiar el lenguaje: que no sea descalificador ni ofensivo. Se puede disentir del otro, pero sin ofenderlo.

Estamos persuadidos que lo que nos une es más de lo que nos separa y que podemos caminar juntos en la dirección del bienestar humano, moral y espiritual del país. El país no puede avanzar partido por la mitad, no obstante algunos lo quieran para mantenerse en el poder.

Hermanos, sepan que el mensaje cristiano no nos aparta de la edificación del mundo ni nos lleva a despreocuparnos del bien ajeno sino que, al contrario, nos impone como deber el hacerlo. El católico auténtico sabe que se llega a la Ciudad de Dios por haberse esforzado en construir -según su vocación la Ciudad terres­tre, como la quiere Dios, es decir, como tienda o morada de una familia de hermanos, hijos de un mismo Padre que está en los cielos.

Encomendamos a nuestra patria Venezuela a la protección de su Patrona, la Virgen María de Coromoto, para avanzar en la búsqueda de la concordia. Miramos el porvenir con esperanza, lo que nos identifica como católicos.

Ya para concluir.

Pedro Centeno Vallenilla, artista y pintor excepcional, compuso a la Virgen de Coromoto, hace exactamente 73 años, un bello Poema- Oración, intitulado -Qué importa- que me encantaría compartir con ustedes. A mí me impresionó y emocionó mucho, el autor fue tocado por la Virgen. El padre Ramón Vinke fue la persona, que mediante sus excavaciones históricas encontró el poema-oración y lo rescató del olvido, para dicha nuestra. Dice así:

¡Qué importan las amarguras de la existencia, sí, por toda una eternidad, tú me abrirás el Corazón de tu Hijo, panal inagotable de dulzuras!

¡Qué importan las humillaciones, si, por toda una eternidad, tú me colocarás al lado de tu Hijo, el vértice de toda nobleza!

¡Qué importa si tengo hambre y sed, sí, por toda una eternidad, tú me darás el Corazón de tu Hijo, Pan de los ángeles, fuente perenne de frescura!

¡Qué importa si soy débil contra la Vida, sí, por toda una eternidad, tú me pondrás al lado de tu Hijo, inquebrantable fortaleza!

¡Qué importa si la sonrisa se apaga en mi rostro, sí, por toda una eternidad, tú me unirás a tu Hijo, la alegría del universo!

¡Qué importan las zozobras, si, por toda la eternidad, tú me entregarás a tu Hijo, la armonía del mundo!

¡Qué importa si me rodean las tinieblas, sí, por toda una eternidad, tú me bañarás en la luz de tu Hijo, faro de la creación!

¡Qué importan las pequeñeces humanas, si, por toda una eternidad, tú me darás a tu Hijo, que es el infinito!

¡Qué importa la muerte, sí, en tu Hijo, me revivirás inmortal!