(Lc 9, 11-17)
El relato de este domingo nos lleva a uno de los pasajes más hermosos y conocidos de la vida de Jesús: La multiplicación de los panes y peces. Un relato de cuádruple tradición, es decir, presente en los 4 evangelistas, no siendo muchos los relatos con esta característica: La muerte de Jesús, el llamado de los discípulos, la expulsión de los demonios y otros. Entonces, de por si algo importante y definitivo está por ser contado.
El relato comienza sorprendiéndonos con la reacción de los discípulos más cercanos: “ya es tarde, despide a la gente para que vayan a buscar hospedaje y comida” (v 12). O en otras palabras: “ya estuvo bueno por hoy Jesús, ¡excelente día!… Así hacen nuestros maestros”, “ahora nosotros te invitamos la cena, tenemos 5 panes y dos peces, ¿qué dices?”. Pero no. La novedad es la respuesta de Jesús. Este maestro es diferente, sus criterios son otros. La gente no tiene por qué irse; que se queden y además que se pongan cómodos porque comerán hasta saciarse (v 15).
El impacto sobre los primeros cristianos que escucharían este relato es esperanzador. Es gente cansada, perseguida, quizás ya desilusionada del Jesús que decidieron seguir – como hoy ocurre con mucha gente. Sin embargo, ellos y ellas escuchan decir a Jesús: “Quédate, yo te daré de comer, y es más, te mostraré el modo para que el alimento no te falte nunca”. Dice Jesús a sus discípulos y a nosotros que hoy escuchamos estas palabras: “Denles a ellos lo que yo les he dado a ustedes”. Y así podemos preguntarnos: ¿qué me has dado Señor? ¿De qué vivo agradecido? ¿Qué puedo compartir para que la gente vuelva a acercarse a ti?
Sobre lo más valioso que cada uno tiene Jesús nos dice: “tráiganmelo” (Mt 14:18). Hoy puede ser Pan y Peces, pero también tiempo y perdón, justicia y paz, reconocernos como iguales en una sociedad plagada del cáncer del racismo y la discriminación. Hoy Jesús nos dice: Da, entrega, mira a los ojos, recibe tú también gratuitamente, ama, como yo te amo, perdona como yo te perdono, construye una sociedad, como yo preparo el “Reino de Dios” (v 11).
Los gestos y palabras de Jesús son aquellos de la consagración Eucarística: Compartir el pan y agradecer la misericordia de Dios, son signos del cristiano y de la Iglesia. Es el milagro del compartir convertido en gratitud, en gracia y en gracias. Es esto lo que sacia y rompe esquemas. Como lo muestra el Evangelio, se saciaron (ἐχορτάσθησαν) de gratitud, no sólo de comida. Lo que alcanza para todos no es simple pan, sino la misericordia de Dios, como dice la Escritura: “La misericordia del Señor se extiende a todo el mundo” (Sir 18, 13).
Sin embargo, pudieron sobrar algunas canastas porque hubo gente que no quiso comer, que no aceptaba o creía en la gratuidad de la misericordia de Dios, quizás por soberbia, o porque tenía su propio pan y eso le bastaba. La misericordia de Dios no es un premio al buen cristiano, sino el signo de vida y de fe, aquella que llega a todos porque es promesa:12 canastas, 12 tribus de Israel, 12 apóstoles,… el simbolismo del número es la plenitud de su misericordia y de su gratuidad inagotables.
(Para Radio Vaticano, jesuita Juan Bytton)