La evolución de las sociedades o ¿Cuántas gallinas vale una cabra?
Las sociedades como las especies vivientes, están sujetas a una evolución pero condicionadas por los elementos que las integran. Es decir, por el comportamiento basado en decisiones libremente voluntarias en cada una de las personas que la conforman. La humanidad ha descubierto así, espontáneamente, los elementos que facilitan la convivencia.
En las sociedades tribales todos los miembros se conocían y conocían lo mismo. Su labor se limitaba a recolectar y cazar. En la ll amada revolución neolítica, el hombre aprende a cultivar y domesticar animales. Se vuelve sedentario, se fundan los primeros núcleos urbanos. Aparece el concepto de la división del trabajo. Ya no todo el mundo hace lo mismo. Junto con los que cultivan la tierra, están los que domestican animales, los artesanos que con la pieles hacen prendas de vestir o calzado, los que fabrican herramientas y los alfareros… En esa época comienza el comercio por trueque. ¿Cuantas gallinas vale una cabra? En ausencia de INDEPABIS para fijar el “precio justo” todo dependía de la necesidad y el deseo del dueño de la cabra por tener gallinas y del dueño de estas por poseer una cabra. Aparece, ya en esa época, espontáneamente el concepto de valor relativo de los bienes, fundamento de la economía de mercado.
A lo largo de milenios aparecen la moneda y el dinero. Las sociedades, al crecer descubren la necesidad de que todas las personas controlen espontáneamente su comportamiento a fin de respetar mutuamente los derechos de los demás. Algunos gobernantes convierten algunas de estas normas en leyes de obligatorio cumplimiento. Aparecen así una serie de códigos legales. Desde el de Ur Nammu alrededor de 2000 años a.C. De esa época proviene el famoso código de Hammurabi escrito unos 1700 a.C. En todos ellos se protege ya una serie de derechos humanos fundamentales: Nadie puede privar a otro de su vida o apoderarse de su propiedad.
Durante milenios van apareciendo, por ensayo y error, diferentes formas de gobierno, una serie de principios económicos y comerciales y un cúmulo de formas de comportamiento pasan a tener obligatorio cumplimiento, se convierten en leyes. Otras son puestas en práctica de manera espóntanea por los miembros de la sociedad, conscientes de que ese sacrificio voluntario redunda en el mejor funcionamiento de la comunidad.
En el siglo XIX aparecen pensadores como Carlos Marx que pretenden establecer el modo como la sociedad “debe” funcionar para llegar a una utópica sociedad igualitaria. Se ignora de este modo que el bien común es dinámico y se va construyendo, o desconstruyendo, en cada época y en cada sociedad. Friedrich Hayeck, Premio Nobel de Economía 1974, llamó al socialismo “la fatal arrogancia” de pretender que el pensamiento de un hombre en un momento de la historia pueda modificar todo lo que la humanidad ha venido descubriendo de manera espóntanea a través de milenios.
A nadie le agrada tener que obedecer normas que restringen su libre actividad o tener que someterse a otras, que sin ser de obligatorio cumplimiento, son de común aceptación. En ello se fundamenta el bien común de cualquier sociedad. El respeto, en este caso basado en el cumplimiento de las normas de convivencia, de los derechos humanos de los demás. Los sociológos han descubierto que aquellas sociedades donde la mayoría de la gente acepta y se somete a estas condiciones, no sólo tienen una mejor calidad de vida, sino un mayor desarrollo económico. Por otra parte,las sociedades donde una considerable cantidad de personas basan su comportamiento en “la viveza”, donde cada quien busca su propio beneficio y hace lo posible por evadir las leyes, las normas establecidas formalmente, son sociedades anárquicas y empobrecidas. Gran parte de la población se ha convertido en una comunidad de pedigüeños que esperan que alguien les resuelva sus problemas, afianzando una mentalidad cortoplacista…”hoy comemos, mañana, ya veremos”. Por otra parte, a los gobernantes de estas sociedades, lo que les importa es el ejercicio del poder. Para ello utilizan impúdicamente a la comunidad de pedigüeños comprando su voluntad a la hora de participar en actos donde libremente pudieran escoger su propio destino.
Ernesto Fronjosa L. (rfronjosa@gmail.com), La Iglesia Ahora. Año 8 Nº 363, Semana del 18 al 24 de Noviembre de 2012.