Autor: alberto

Comentario Bíblico. Evangelio: Juan (21,1-19): La Resurrección, experiencia de amor

III.1. El evangelio de este domingo, como todo Jn 21, es muy probablemente un añadido a la obra cuando ya estaba terminada. Pero procede de la misma comunidad joánica, pues contiene su mismo estilo, lenguaje y las mismas claves teológicas. El desplazamiento de Jerusalén al mar de Tiberíades nos sitúa en un clima anterior al que les obligó a volver a Jerusalén después de los acontecimientos de la resurrección. Quiere ser una forma de resarcir a Pedro, el primero de los apóstoles, de sus negaciones en el momento de la Pasión. Es muy importante que el “discípulo amado”, prototipo del seguidor de Jesús hasta el final en este evangelio, detecte la presencia de Jesús el Señor y se lo indique así a los demás. Es un detalle que no se debe escapar, porque como muchos especialistas leen e interpretan, no se trata de una figura histórica, ni del autor del evangelio, sino de esa figura prototipo de fe y confianza para aceptar todo lo que el Jesús de San Juan dice en este escrito maravilloso.

III.2. Pedro, al contrario que en la Pasión, se tira al agua, “a su encuentro”, para arrepentirse por lo que había oscurecido con sus negaciones. Parece como si todo Jn 21 hubiera sido escrito para reivindicar a Pedro; es el gran protagonista, hasta el punto de que él sólo tira de la red llena de lo que habían pescado para dar a entender cómo está dispuesto ahora a seguir hasta el final al Señor. Pero no debemos olvidar que es el “discípulo amado” (v. 7) el que delata o revela situación. Si antes se ha hablado de los Zebedeos, no quiere decir que en el texto “el discípulo amado” sea uno de ellos. Es el discípulo que casi siempre acierta con una palabra de fe y de confianza. Es el que señala el camino, el que descubre que “es el Señor”. Y entonces Pedro… se arroja.

III.3. El relato nos muestra un cierto itinerario de la resurrección, como Lucas 24,13-35 con los discípulos de Emaús. Ahora las experiencias de la resurrección van calando poco a poco en ellos; por eso no se les ocurrió preguntar quién era Jesús: reconocieron enseguida que era el Señor que quería reconducir sus vidas. De nuevo tendrían que abandonar, como al principio, las redes y las barcas, para anunciar a este Señor a todos los hombres. También hay una “comida”, como en el caso de Lc 24,13ss, que tiene una simbología muy determinada: la cena, la eucaristía, aunque aquí parezca que es una comida de “verificación” de que verdaderamente era el Señor resucitado. Probablemente el relato de Lc 24 es más conseguido a nivel literario y teológico. En todo caso los discípulos descubrieron al Señor como el resucitado por ciertos signos que habían compartido con El.

III.4. Todo lo anterior, pues, prepara el momento en que el Señor le pide a Pedro el testimonio de su amor y su fidelidad, porque a él le debe encomendar la responsabilidad de la primera comunidad de discípulos. Pedro, pues, se nos presenta como el primero, pero entendido su “primado” desde la experiencia del amor, que es la experiencia base de la teología del evangelio de Juan. Las preguntas sobre el amor, con el juego encadenado entre los verbos griegos fileô y agapaô (amar, en ambos casos) han dado mucho que hablar. Pero por encima de todo, estas tres interpelaciones a Pedro sobre su amor recuerdan necesariamente las tres negaciones de la Pasión (Jn 18,17ss). Con esto reivindica la tradición joánica al pescador de Galilea. Sus negaciones, sus miserias, su debilidad, no impiden que pueda ser el guía de la comunidad de los discípulos. No es el discípulo perfecto (eso para el evangelio joánico es el “discípulos amado”), pero su amor al Señor ha curado su pasado, sus negaciones. En realidad, en el evangelio de Juan todo se cura con el amor. Y esta, pues, es una experiencia fundamental de la resurrección, porque en Tiberíades, quien se hacen presente con sus signos y pidiendo amor y dando amor, es el Señor resucitado.

Fray Miguel de Burgos Núñez (1944-2019)

Carta abierta de un párroco cubano a Vladimir Putin.

El presidente ruso, Vladimir Putin, en la Iglesia del Salvador, en Novo-Ogaryovo, a las afueras de Moscú. (EFE/EPA/ALEXEI NIKOLSKY / SPUTNIK / KREMLIN POOL)

Quien le escribe es un sacerdote católico cubano, párroco de la parroquia de Paula, en la ciudad de Trinidad. Desde el 24 de febrero vivo pendiente de las noticias que llegan desde Ucrania y no paro de rezar por ese sufrido pueblo, y por su propio país, por Rusia, y por los presidentes de ambos países y sus gobiernos. Pido continuamente por el cese de las hostilidades, por el regreso de la paz a esa región y al mundo. Siento mi corazón oprimido por las escenas de destrucción que veo (por internet, pues la prensa de mi país apenas refleja lo que está pasando en Ucrania) y por los relatos de las víctimas inocentes de esta guerra genocida e injusta que usted ha iniciado de manera unilateral.

Desde que se inició la contienda, me viene a la mente una fábula de Esopo que aprendí en latín cuando era un niño. Ustedes los rusos y nosotros los cubanos compartimos una herencia común que hunde sus raíces en la fe cristiana y en la cultura helenístico-romana, que dieron origen a la civilización cristiana occidental y la civilización cristiana oriental, de la que Rusia forma parte, al igual que otros pueblos eslavos. Hay un sustrato común que nos alimenta espiritualmente. La fábula de Esopo hablaba de un lobo que tomaba agua a la orilla del río, cerca de una oveja. El lobo empezó a acusar a la oveja porque le ensuciaba el agua que estaba tomando. La oveja le respondió respetuosamente: “Señor lobo yo estoy corriente abajo, y usted está arriba. Yo no le puedo ensuciar su agua”. Pero el lobo comenzó a insultar a la oveja, que se atrevió a contestarle: “Oveja me has desafiado y eso no te lo puedo perdonar”. La oveja trató de explicar que no quería ofender al lobo. De nada sirvió. El final de la historia es que el lobo se comió a la oveja.

Ustedes los rusos y nosotros los cubanos compartimos una herencia común que hunde sus raíces en la fe cristiana y en la cultura helenístico-romana

Cuando escucho sus discursos y veo los acontecimientos de las últimas semanas viene a mi memoria la fábula de Esopo. Y usted, señor presidente, es para mí el lobo que ha provocado todo esto para comerse a la oveja. El libreto estaba escrito de antemano.

Usted justificó su ataque a Ucrania basado en la idea de una futura intervención armada que se estaba fraguando en Ucrania con apoyo de la OTAN. Pero el único que estaba preparado para la guerra, con ejércitos y armamentos ampliamente superiores, era usted. Y el que en repetidas ocasiones intervino en la política interna de Ucrania fue usted. En verdad no se me oculta que la Unión Europea o más bien las Naciones Unidas cometieron un fallo fatal, y fue permitir que en 2014, contra todo derecho y sin motivo, Rusia, manu militari, se anexara Crimea y que, por los manejos de una política desleal y rapaz, usted interviniera en los asuntos internos de Ucrania, alentando el separatismo en las provincias de Donetsk y Luhansk, un plan alevosamente urdido por usted, al costo de la justicia internacional y de la paz de una nación, además de la muerte, en los últimos ocho años, de 14.000 seres humanos.

Señor presidente, cuando trato de analizar sus declaraciones y las comparo con su comportamiento no veo más que incoherencia, doblez y mala voluntad. Un viejo refrán castellano dice “que la mentira tiene las patas cortas”. Una y otra vez ha acabado haciendo lo que antes dijo que no iba a hacer. Ha mentido sin rubor, acusando a los demás de los crímenes que usted estaba planeando cometer. Usted acusó a Ucrania de armarse para la guerra pero era usted el que puso en pie y armó un ejército y lo lanzó contra un país mucho más pequeño y pobre que Rusia. Usted acusó a la Otan y a Europa de amenazar a Rusia y de tener malas intenciones contra su país, y estos no han podido manifestar más aguante y contención frente a su invasión y su guerra contra Ucrania. Fue usted, más recientemente, el que mandó poner en alerta las unidades de armas nucleares de Rusia. Los demás países han mostrado mucha mayor voluntad de paz y ningún deseo de comenzar el tortuoso e imprevisible camino de la guerra.

Señor presidente, cuando trato de analizar sus declaraciones y las comparo con su comportamiento no veo más que incoherencia, doblez y mala voluntad

En el siglo XX la humanidad se enfrentó a una situación similar a la actual: cuando un señor llamado Adolfo Hitler, investido de una conciencia de superioridad mesiánica, lanzó a su patria y a su pueblo a una guerra terrible y desastrosa. Hitler acusó a todo el mundo de querer dañar a su país y comenzó a reclamar como propios los territorios de otras naciones: así se anexó Austria (el Anschluss, en marzo de 1938) y los Sudetes (en septiembre del 38). Posteriormente, ocupó el resto de Checoslovaquia (en marzo del 39). El 1 de septiembre de 1939, la invasión de Polonia marcó el comienzo de la Segunda Guerra Mundial.

En usted, como en Hitler, encuentro un similar menosprecio por el derecho internacional, el mismo desprecio por la vida humana, la utilización de la mentira como arma arrojadiza contra el contrincante. Pero además, el recurso del ataque brutal e injusto para defender la pretendida seguridad amenazada de su país. Pero lo mismo que otrora en Alemania, ésta ha sido la mejor manera de sumir a su país en el caos y en el rechazo universal, y es usted el responsable de esta espiral del sinsentido que arrastrará a Rusia al abismo. Chechenia (1999), Georgia (2008), Crimea y Donbás (2014) son las distintas estaciones de un viacrucis diabólico. Pero no olvide, presidente, que la hibris (arrogancia desmedida) del poder ciega y la soberbia siembra la destrucción y la muerte. Nunca olvide que Dios confunde a los soberbios, “derriba del trono a los poderosos y enaltece a los humildes, a los hambrientos los colma de bienes y a los ricos los despide vacíos” como dijo la Santísima Virgen María en el Magnificat. Leer más

Ucrania. “Shevchuk: La vida de una persona no tiene valor a los ojos del ocupante”

El Primado de la Iglesia Greco-Católica Ucraniana, dedica su videomensaje, a 50 días del comienzo de la guerra, a los saqueos, al robo de cosas y de vidas que la fuerza invasora rusa sigue cometiendo en Ucrania

“La cosa robada se convierte en una brasa en las manos de aquel que la tiene en sus manos y quema esas manos”. Estas las palabras del Primado de la Iglesia Greco-Católica Ucraniana, Monseñor Sviatoslav Shevchuk, en su video mensaje del 14 de abril, a 50 días del comienzo de la invasión rusa a Ucrania, se refieren a la reflexión que sigue proponiendo a través de los mandamientos de Dios, esta vez: “No robarás”. Saqueos, robos de cosas y de vidas que continúan haciendo las fuerzas de ocupación rusa contra Ucrania.

“Esos ladrones…”

Para el prelado ucraniano, con este mandamiento, una ley divina, el Señor Dios protege la dignidad del hombre como co-creador con Dios, como aquel a quien Dios confió su creación: “Dios protege y muestra la dignidad y el valor del trabajo humano”, del agricultor, del hacendado, del trabajador, que dispone del trabajo bendecido por Dios y del fruto de sus manos.

“Quien no honra el trabajo de su prójimo, quien no honra sus frutos, quien no honra la propiedad privada del hombre, ese nunca tendrá bienestar propio. Nunca habrá prosperidad y bienestar en un país que desprecia el bien de otra persona”, sentencia monseñor Shevchuk. Y en este contexto, testimonia como los ucranianos, entre otros crímenes, ven pisoteada la dignidad de las personas que saben obtener frutos a través de su trabajo.

“Vimos cómo los ocupantes en los alrededores de Kiev, en la región de Chernihiv, preparaban a la gente para que se muriera de hambre, les prohibían ir a los sembrados, minaban los campos y mataban cínicamente al ganado. No les permitían trabajar. Por otra parte, vimos crímenes de saqueo de guerra. Vimos cuando a los muertos, a los heridos, se les robaba todo lo que tenían. Vimos cuando la vida de una persona tenía menos valor a los ojos del ocupante, que aquello que podía robarle”, denuncia el primado de Ucrania.

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Comentario Bíblico. Lucas (1, 1-4; 4, 14-21): La fuerza liberadora del evangelio.

III.1. La lectura del evangelio se introduce con un prólogo (Lc 1,1-4) en el que el evangelista expone el método que ha seguido para componer su obra: ha usado tradiciones vivas, orales y escritas, e incluso, sabemos hoy, que ha usado el evangelio de Marcos como fuente. No quiere decir que lo siga al pie de la letra aunque, en grandes bloques, le sirve como estructura. Lo que sí está claro es que Lucas, con su mentalidad occidental, cuidadosa, historicista (en lo que cabe en aquella época) se ha informado cuanto ha podido para escribir sobre Jesús de Nazaret. No obstante, su obra no es la “historia de Jesús”, una historia más, sino que, como en el caso de Marcos, es el evangelio, la buena noticia de Jesús lo que importa. Por eso, en realidad, la lectura del evangelio tiene su fuerza en el episodio de Jesús en la sinagoga de Nazaret, donde se había criado (Lc 4, 14-21), después de presentarlo como itinerante en la sinagogas de Galilea, donde se comenzó a escuchar esa buena noticia para todos los hombres.

III.2. Es ya significativo que el evangelio no se origina, no aparece en Jerusalén, sino en el territorio que, como Galilea, tenía fama de influencias paganas y poco religiosas, de acuerdo con las estrictas normas de Jerusalén. De ahí el dicho popular: “y todo comenzó en Galilea”. Lucas, no obstante, concederá mucha importancia al momento en que Jesús decide ir hacia la capital del judaísmo, (9,51ss) ya que un profeta no puede evitar Jerusalén. Y Lucas es absolutamente consciente que Jesús es el profeta definitivo de la historia de la humanidad. Así nos lo presenta, pues, en ese episodio de la sinagoga del evangelio de hoy: dando la gran noticia de un tiempo nuevo, de un tiempo definitivo en que aquellos que estaban excluidos del mensaje salvífico de Dios, son en realidad los primeros beneficiarios de esa buena nueva.

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Comentario Bíblico. Juan (2,1-11): Llenar la religión de alegría y vida

Juan (2,1-11): Llenar la religión de alegría y vida
III.1. El evangelio de hoy nos propone el relato de las bodas de Caná como el primer signo que Jesús hace en este evangelio y que preanuncia todo aquello que Jesús realizará en su existencia. Podríamos comenzar por una descripción casi bucólica de una fiesta de bodas, en un pueblo, en el ámbito de la cultura hebrea oriental. Así lo harán muchos predicadores y tienen todo el derecho a ello. Pero el evangelio de Juan no se presta a las descripciones bucólicas o barrocas. Este es un relato extraño que habla de unas bodas y no se ocupa, a penas, de los novios. La novia ni se menciona. El novio solamente al final para reprocharle el maestresala que haya guardado el vino bueno. La “madre y su hijo” son los verdaderos protagonistas. Ellos parecen, en verdad, “los novios” de este acontecimiento. Pero la madre no tiene nombre. Quizás la discusión exegética se ha centrado mucho en las palabras de Jesús a su madre. “¿qué entre tú y yo”? o, más comúnmente. “¿qué nos va ti y a mi”? Y el famoso “aún no ha llegado mi hora”. Cobra mucha importancia el “vino” que se menciona hasta cinco veces, ya que el vino tiene un significa mesiánico. Y, además, esto no se entiende como un milagro, sino como un “signo” (semeion), el primero de los seis que se han de narrar en el evangelio de Juan.

III.2. La fuerza del mensaje del evangelio de este domingo es: Jesús, la palabra de vida en el evangelio joánico, cambia el agua que debía servir para la purificación de los judíos -y esto es muy significativo en el episodio-, según los ritos de su religión ancestral, en un vino de una calidad proverbial. El relato tiene unas connotaciones muy particulares, en el lenguaje de los símbolos, de la narratología y de la teología que debemos inferir con decisión. El “tercer día” da que pensar, pues consideramos que es una expresión más teológica que narrativa. El tercer día es el de la pascua cristiana, la resurrección después de la muerte. No es, pues, un dato estético sino muy significativo. También hay una expresión al tercer día en el Sinaí (Ex 19,11) cuando se anuncia que descendería Yahvé, la gloria de Dios.
III.3. La teología del evangelio de Juan quiere poner de manifiesto, a la vez, varias cosas que solamente pueden ser comprendidas bajo el lenguaje no explícito de los signos. Jesús y su madre llegan por caminos distintos a estas bodas; falta vino en unas bodas, lo que es inaudito en una celebración de este tipo, porque desprestigia al novio; la madre (no se nos dice su nombre en todo en relato, ni en todo el evangelio) y Jesús mantienen un diálogo decisivo, cuando solamente son unos invitados; incluso las tinajas para la purificación (eran seis y no siete) estaban vacías. Son muchos vacíos, muchas carencias y sin sentidos los de esta celebración de bodas. El “milagro” se hace presente de una forma sencilla: primero por un diálogo entre la madre y Jesús; después por la “palabra” de Jesús que ordena “llenar” las tinajas de unos cuarenta litros cada una.

III.4. María actúa, más que como madre, como persona atenta a una boda que representa la religión judía, en la que ella se había educado y había educado a Jesús. No es insignificante que sea la madre quien sepa que les falta vino. No es una boda real, ni un milagro “fehaciente” lo que aquí se nos propone considerar primeramente: es una llamada al vacío de una religión que ha perdido el vino de la vida. Cuando una religión solamente sirve como rito repetitivo y no como creadora de vida, pierde su gloria y su ser. Jesús, pues, ante el ruego de las personas fieles, como su madre, que se percatan del vacío existente, adelanta su hora, su momento decisivo, para tratar de ofrecer vida a quien la busca de verdad. Su gloria no radica en un milagro exótico, sino en salvar y ofrecer vida donde puede reinar el vacío y la muerte. Esa será su causa, su hora y la razón de su muerte al final de su existencia, tal como interpreta el evangelio de Juan la vida de Jesús de Nazaret. De una religión nueva surgirá una comunidad nueva.

III.5. Podríamos tratar de hacer una lectura mariológica de este relato, como muchos lo han hecho y lo seguirán haciendo. El hecho mismo de que este relato se haya puesto como el segundo de los “misterios de luz” del Rosario de Juan Pablo II es un indicio que impulsa a ello. Pero no debemos exagerar estos aspectos mariológicos que en el evangelio de San Juan no se prodigan, aunque contemos con la escena a los pies de la cruz (Jn 19,26-27) que se ha interpretado en la clave de la maternidad espiritual de María sobre la Iglesia. Nuestro relato es cristológico, porque nos muestra que los “discípulos creyeron en él”. Eso quiere decir que la mariología del relato (el papel de María en las bodas de Caná) debe estar muy bien integrada en la cristología. María en el evangelio de Juan puede muy bien representar a una nueva comunidad que sigue a Jesús (como el discípulos amado) y que ve la bodas de esos novios que se quedan sin vino como una lectura crítica de un “judaísmo” al que combaten “los autores” del evangelio de Juan. De ahí que la respuesta de Jesús a su madre en el relato, si lo hacemos con la traducción más común: “¿qué nos va a ti y a mí?”, puede tener todo su sentido si el evangelista quiere marcar diferencias con un judaísmo que se está agotando como religión, porque ha perdido su horizonte mesiánico. Y unas preguntas finales: ¿y a nuestra religión qué le está sucediendo? ¿es profética; trasmite vida y alegría?.

Fray Miguel de Burgos Núñez
(1944-2019)

9 de enero. Homilia el Bautismo del Señor.

Fiesta del Bautismo del Señor.

La noticia que en el río Jordán un hombre, tenido por muchos como un verdadero profeta, realizaba ritos de purificación del ‘perdón de los pecados’ en sus aguas y que hablaba de Dios como si de sus labios saliera fuego, como un antiguo profeta, llegó hasta a una remota y desconocida aldea llamada Nazaret, hoy en el actual estado de Israel, entonces Palestina, en el año 30, más o menos, de nuestro calendario. El carpintero de esa aldea, hombre huesudo y entrado en años, hijo soltero de una viuda, decidió ir al Jordán para ver al profeta, de nombre Juan, de quien todos hablaban.

El encuentro de Jesús, que así se llamaba el carpintero, con Juan en el Jordán señalará el inicio de procesos y transformaciones religiosas, culturales e históricas que han dejado huellas profundas en el acontecer histórico-religioso y en el cómputo del tiempo de la humanidad. Jesús en el Jordán va a descubrir su auténtica personalidad, vocación y destino. Después de aquel viaje habrá un ‘antes’ y un ‘después’ en el despliegue y realización de la misma humanidad.

La festividad del recuerdo del Bautismo del Señor marca en el calendario litúrgico el fin del Tiempo de Navidad y el inicio del Tiempo Ordinario. El bautismo es el principal rito de iniciación cristiana y señala nuestra pertenencia a la comunidad de los que, de manera libre y consciente, siguen a Jesús, llamado el Cristo, y optan en sus vidas y en sus decisiones por los principios y valores que sostuvieron a Jesús y que nos fueron transmitidos, con la fuerza del Espíritu Santo, por los Apóstoles.

Fray Manuel Jesús Romero Blanco O.P.

Fray Manuel Jesús Romero Blanco O.P.
Convento de San Pablo y San Gregorio (Valladolid)

Comentario Bíblico. Juan (1,1-13): Dios acampó en nuestra historia

Este segundo domingo de Navidad, después de la fiesta de María Madre de Dios con que abrimos el año nuevo, es una profundización en los valores más vivos de lo que significa la encarnación del Hijo de Dios.

II.1. Esta es una de las páginas más gloriosas, profundas y teológicas que se hayan escrito para decir algo de lo que es Dios, de lo que es Jesucristo, y de lo que es el hecho de la encarnación, en esa expresión tan inaudita: el “Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros”. La encarnación se expresa mediante lo más profundo que Dios tiene: su Palabra; con ella crea todas las cosas, como se pone de manifiesto en el relato de la creación de Génesis 1; con ella llama, como su le sucede a Abrahán, el padre de los creyentes; con ella libera al pueblo de la esclavitud de Egipto; con ella anuncia los tiempos nuevos, como ocurre en las palabras de los profetas auténticos de Israel; con ella salva, como acontece con Jesucristo que nos revela el amor de este Dios. El evangelio de Juan, pues, no dispone de una tradición como la de Lucas para hablarnos de la anunciación y del nacimiento de Jesús, pero ha podido introducirse teológicamente en esos misterios mediante su teología de la Palabra. También, en nosotros, es muy importante la palabra, como en Dios. Con ella podemos crear situaciones nuevas de fraternidad; con nuestra palabra podemos dar vida a quien esté en la muerte del abandono y la ignominia, o muerte a quien esté buscando algo nuevo mediante compromisos de amor y justicia. Jesús, pues, también se ha encarnado para hacer nuestra palabra (que expresa nuestros sentimientos y pensamientos, nuestro yo más profundo, lo que sale del corazón) una palabra de luz y de misericordia; de perdón y de acogida. El ha puesto su tienda entre nosotros… para ser nuestro confidente de Dios.

III.2. El himno y las sentencias que lo constituyen se relaciona con las especulaciones sapienciales judías. El filósofo judío de la religión, Filón de Alejandría, que vivió en tiempos de Jesús, hizo suyas aquellas reflexiones, pero en vez de sabiduría habló de la Palabra divina, del Logos. En el judaísmo «sabiduría» y «palabra de Dios» significaban prácticamente lo mismo. Sobre este tema desarrolló Filón una serie de profundas ideas. En el himno al Logos de Juan han podido influir otras corrientes conceptuales de aquella época. Fuera como fuere, en el texto joánico la idea del Logos tiene una acuñación cristiana propia, una forma inconfundible ligada a la persona de Jesús. Se interpreta, en efecto, esta persona, mediante los conceptos ya existentes sobre la Palabra de Dios, de una manera no por supuesto absolutamente nueva, pero sí profundizada.

III.3. El Logos, en griego, la Palabra divina, se ha hecho carne, es nuestra luz. Quizás parece demasiado especulativa la expresión. Pero recorriendo el himno al Verbo, descubrimos toda una reflexión navideña del cuarto evangelio. El Verbo ilumina con su luz. La iniciativa no parte de la perentoria necesidad humana, sino del mismo Dios que contempla la situación en la que se encuentra la humanidad. Suya es la iniciativa, suyo el proyecto. En el Verbo estaba la vida y la vida es la luz de los hombres. Por eso viene a los suyos, que somos nosotros. La especulación deja de ser altisonante para hacerse verdaderamente antropológica, humana. Pone su tienda entre nosotros, el Logos, la Sabiduría, el Hijo, Dios mismo en definitiva. ¿Cómo? No como en el el AT, en la tienda del tabernáculo en el desierto, ni en un “Sancta Sanctorum”, sino en la humanidad misma que era la que verdaderamente necesitaba ser dignificada. El hombre es imagen de Dios, y esa imagen se pierde si la luz no nos llega. Y esa luz es la Palabra, Jesucristo.

Fray Miguel de Burgos Núñez
(1944-2019)

Reflexión del Evangelio de hoy

En comunión unos con otros

Juan, discípulo que parece ausculta el corazón de Dios, nos transmite parte de su testimonio. “Lo que hemos oído os anunciamos…” Dios es luz sin oscuridad.

El símbolo de la luz transmite con fuerza la ausencia de todo lo que pueda oscurecer el mensaje del Amor en nuestra vida. Caminar en la luz, caminar en su Presencia, buscar la veracidad. Caminar en la luz nos reconcilia con el Padre si hay alguna pequeña oscuridad en nuestra vida.

Acojamos esta invitación del Apóstol Juan a caminar en la LUZ que nos reconcilia con Dios y nos pone en comunión con nuestros hermanos.

Centrando nuestra mirada

Sabemos que los evangelios no son crónicas, en el sentido de una sucesión de hechos históricos que narran lo sucedido en tiempos de Jesús.

Sabemos también que cada evangelista, a modo de catequesis, se dirige a su comunidad y da a conocer la figura de Jesús, quién es Jesús para ellos.  Transmite la fe recibida y anima a su comunidad en ese mismo camino de la fe.

Mateo, en los relatos de la infancia de Jesús, establece un paralelismo entre Moisés, el caudillo que liberó a los israelitas de la esclavitud de Egipto y Jesús que traerá la salvación a todos los hombres. Aquí se acentúa el carácter extraordinario de su nacimiento.

La comunidad de Mateo formada por judeocristianos y una gran mayoría procedente del paganismo, se encuentra con dos figuras claves que reafirman la aceptación de Jesús como Mesías. De  una parte, José, procedente de la casa de David, que escucha y obedece la voz de Dios manifestada en sueños, y los Magos procedentes del pueblo gentil que buscan y aceptan al Mesías.

En este sentido los relatos de la infancia de Jesús tienen más de simbólico que de hechos históricos verificables. No obstante, este pasaje de Mateo tiene para nosotros, varios aspectos que iluminan nuestra reflexión.

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Homilía Natividad del Señor

Y el ángel les dijo: os traigo una buena noticia ”

Hace casi un mes que nuestros pueblos y ciudades respiran un cierto sabor navideño aromatizado de luces que engalanan calles e invitan al paseante, circunspecto por la rapidez del paso del tiempo, a sumergirse en una vorágine de preparativos (la mayoría de ellos materiales) para los que pequeños negocios y grandes establecimientos pregonan tener el regalo perfecto, el aditamento lustroso, las viandas más suculentas… con el fin de que todo desemboque en la dicha de celebrar lo que llamamos ‘Navidad’.

Además, son las segundas ‘navidades covid’ y, aunque en algunos lugares más privilegiados, la situación haya ido mejorando poco a poco, hay muchos pueblos de nuestro mundo a los que apenas se han asomado las vacunas y los medios que el esfuerzo humano va logrando para superar la pandemia. ¡Qué grandes son los humanos cuando se unen para luchar y mejorar la vida! La otra cara es la de constatar que siempre hubo velocidades (‘posadas’ lo llama el evangelio de la Nochebuena) para según qué países (más bien según qué personas y con qué recursos). ‘Navidades covid’ que también para muchos de nuestro lado se desdibujaran como imposturas de tristeza y anhelos de lo perdido… para todos ellos también ha de ser Navidad.

Puedo imaginar que, algo más de 2000 años atrás, lo que dio origen a nuestras navidades, se parecía más a un anhelo, a un misterio y a un desafío que a una fiesta. Y, sin embargo, hay un algo que permanece. Pudiéramos nombrarlo como deseo de ser con otros, como deseo de amar, como necesidad de encuentro, como posibilidad de creer (aunque sea sutilmente y a regañadientes de lo religioso) de que, en lo humano, hay algo tan grande, misterioso y bondadoso que hasta a Dios se le antojó como posibilidad, como plenitud, como complicidad compartida y lugar de redención. Lo humano, lo de Dios humanado, lo divino de lo humano….  

Fr. Ismael González Rojas
Convento de Ntra. Sra. de Atocha (Madrid)