Categoría: Catequesis

XXIII Domingo del tiempo ordinario. Pautas para la homilía.

Este razonamiento que hace San Pablo en la carta a los romanos es bien conocido y parece de buena lógica y, de hecho, motiva la acción evangelizadora del cristiano.

No es necesario moverse mucho para encontrar una Decápolis cercana a nosotros: gente que no ha oído hablar de Jesús (entiéndase como objeto de fe), porque, de hecho, nadie les ha trasmitido el Evangelio (o, muy frecuentemente, su conocimiento del mismo es parcial y sesgado). Bien podemos, pues, pensar que el pasaje del evangelio de este domingo nos exhorta a “abrir los oídos” de aquellos mediante la evangelización. Muchas estrategias se plantean hoy en día, buscando la clave que permita acceder a los alejados del evangelio, pues somos conscientes de que el medio y el modo son relevantes (técnica y marketing son dos fundamentos del hacer de hoy) en un mundo que parece sordo a la palabra de la fe cristiana.

Precisamente, este evangelio de hoy parece una buena expresión de aquel salmo 126: “si el Señor no construye la ciudad, en vano se cansan los albañiles”; y es que por mucho que prediquemos, por muchas técnicas y marketing que empleemos, podemos desgastarnos y agotarnos ante una sordera contumaz, que habrá que sanar previamente para que pueda oírse el mensaje. Y esa sordera parece que sólo pueda sanarla Jesús mismo. No habría de entenderse que esto viene a significar nuestro silencio resignado, pues, “os aseguro que, si ellos callan, gritarán las piedras” (Lc 19,40), pero es preciso constatar que, junto con nuestra acción operante, la llamada personal de Jesús es la condición de la escucha.

Ahora bien, la pregunta pertinente cuando intentamos introducir a alguien en el evangelio es si esa llamada se da, a lo cual no tenemos respuesta fehaciente para el caso concreto. No obstante, sabiendo que el mismo Dios ha salido al encuentro del hombre en la historia y en toda la creación, en verdad podríamos afirmar que las mismas piedras gritan y que, ciertamente, la creación entera gime con dolores de parto […] esperando su liberación (Cfr. Rom 8); porque, ¿acaso las circunstancias de nuestro mundo y nuestra sociedad no son capaces de remover la conciencia, la reflexión y la búsqueda del hombre? ¿No será capaz el hombre de oír el grito y el clamor de la humanidad y de la misma naturaleza? ¿No es capaz el Dios encarnado en la historia y en la humanidad de hacerse presente al hombre, de tocarle, con los signos de los tiempos? ¿Acaso, no sólo sordera, sino también ceguera es lo que sufre el hombre, ante lo que sucede alrededor nuestro?

¿Qué respuesta nos evocan estas preguntas? Si en verdad Dios se revela al hombre en los acontecimientos de la historia – muchas veces de forma llamativamente dramática – y el hombre sigue sin ver ni oír, ¿será que el mismo Dios ha endurecido los corazones (“Estas cosas habló Jesús, y se fue y se ocultó de ellos. Pero, aunque había hecho tantas señales delante de ellos, no creían en el, para que se cumpliera la palabra del profeta Isaías, que dijo: señor, ¿quién ha creído a nuestro anuncio? ¿y a quien se ha revelado el brazo del señor? por eso no podían creer, porque Isaías dijo también: él ha cegado sus ojos y endurecido su corazón, para que no vean con los ojos y entiendan con el corazón, y se conviertan y yo los sane. (Jn 12,36b-40)?

No tenemos respuesta a esa posibilidad, pero es que, en realidad, la condición de la vista es la escucha previa: la escucha, en términos del evangelio, es previa a ver y reconocer. Y en este proceso, no cuentan primero los sentidos exteriores sino los interiores. El hombre ha de escuchar dentro de sí: aunque el oído exterior esté embotado, el hombre puede “escuchar” el silencio interior, ha de escuchar su mismo ser, su misma naturaleza como hombre. No es en la realidad exterior al hombre; es, en esa misma naturaleza humana, donde el Dios encarnado le habla primeramente, en su mismo ser, con el lenguaje de su mismo ser y existir. Si el sentido exterior está seco, ahí dentro aún permanece un manantial que, si abre, brotará hacia fuera, sanando los sentidos exteriores, para que pueda escuchar la palabra, y ver y reconocer en los acontecimientos a ese Jesús que le llama desde sí mismo. Lo que se abre al grito de “Effeta” no es el “oído”, es el ser de la persona. Ese abrirse es una recreación del hombre desde dentro de sí. 

Se nos relata en un pasaje de Mateo el fracaso de los discípulos, que no habían sido capaces de curar a un muchacho epiléptico: “esa clase de demonios sólo sale con oración y ayuno” (Mt 10, 21). Nuestra encomienda evangelizadora, que trata con un espíritu difícil – el espíritu de este mundo de hoy –, requiere de oración previa, esto es, que sea Jesús mismo quien llame al hombre, y ayuno, esto es, que nuestra misma vida sea una vida orientada y animada desde el interior de nuestro mismo ser, desde nuestro manantial interior. Así, en realidad, es Dios mismo quien hace todo el trabajo, así que, que no decaiga el ánimo.

Fr. Ángel Romo FraileFr. Ángel Romo Fraile
Casa de San Martín de Porres (Madrid)

15 de abril: Lucas (24,35-48): Una nueva experiencia con el Resucitado

III.1. La lectura del texto lucano quiere enlazar, a su manera, con el del domingo pasado (el evangelio de Tomás), ya que todo el capítulo lucano es una pedagogía de las experiencias decisivas de la presencia del Viviente, Jesús el crucificado, en la comunidad. El que se mencione en esta escena el reconocimiento que hicieron los discípulos de Emaús al partir el pan, viene a ser una introducción sugerente para dar a entender que el resucitado se «presenta» en momentos determinados entre los suyos con una fuerza irresistible. El relato de hoy es difícil, porque en él se trabaja con elementos dialécticos: Jesús no es un fantasma, enseña sus heridas, come con ellos… pero no se puede tocar como una imagen; pasa a través de las puertas cerradas. Hay una apologética de la resurrección de Jesús: el resucitado es la misma persona, pero no tiene la misma “corporeidad”. La resurrección no es una “idea” o un invento de los suyos.

III.2. Esta forma semiótica, simbólica, de presentar las cosas, pretende afirmar una realidad profunda: el Señor está vivo; las experiencias que tiene con los discípulos (aunque exageradas por la polémica apologética de que los cristianos habían inventado todo esto) les fascina, pero no para concebirlas en términos de fantasía sobre la resurrección, sino para convencerles que ahora les toca a ellos proseguir su causa, anunciar la salvación y el perdón de los pecados. Creer en la resurrección de Jesús sin estas consecuencias sería como creer en cosas de espíritus. Pero no se trata de eso, sino de creer en la realidad profunda de que el crucificado está vivo, y ahora les envía a salvar a todos los hombres.

III.3. No podemos olvidar que las apariciones pertenecen al mundo de lo divino, no al de las realidades terrestres. Por lo mismo, la presentación de un relato tan “empirista” como este de Lucas requiere una verdadera interpretación. Lo divino, es verdad, puede acomodarse a las exigencias de la “corporeidad” histórica, y así lo experimentan los discípulos. Pero eso no significa que, de nuevo, el resucitado da un salto a esta vida o a esta historia. Si fuera así no podíamos estar hablando de “resurrección”, porque eso sería como traspasar los límites de la “carne y de la sangre”, que no pueden heredar el reino de Dios (cf 1Cor 15,50). Los hombres podemos aplicarle a lo divino nuestras preconcepciones antropológicas. Está claro que tuvieron experiencias reales, pero el resucitado no ha vuelto a la corporeidad de esta vida para ser visto por los suyos. El texto tiene mucho cuidado de decir que Jesús es el mismo, pero su vida tiene otra corporeidad; no la de un fantasma, sino la de quien está por encima de la “carne y la sangre”.

III.4. Hoy está planteado en el evangelio la realidad y el sentido de las apariciones del resucitado y debemos ser valientes para “predicar y proclamar” que las apariciones de Jesús a los suyos no pueden ser entendidas como una vuelta a esta vida para que los suyos lo reconocieran. Se hizo presente de otra manera y ellos lo experimentaron tal como eran ellos y tal como sentían. Esto es lo que pasa en estas experiencias extraordinarias en las que Dios interviene. Jesús no podía comer, porque un resucitado, si pudiera comer, no habría resucitado verdaderamente. Las comidas de las que se quiere hablar en nuestro texto hacen referencia a las comidas eucarísticas en las que recordando lo que Jesús había hecho con ellos, ahora notan su presencia nueva. En definitiva: la “corporeidad” de las apariciones de Jesús a sus discípulos no es material o física, sino que reclama una realidad nueva como expresión de la persona que tiene una vida nueva y que se relaciona, también, de forma nueva con los suyos. Esta capacidad nueva de relación de Jesús con los suyos y de éstos con el resucitado es lo que merece la pena por encima de cualquier otra cosa.

Fray Miguel de Burgos Núñez
Maestro y Doctor en Teología. Licenciado en Sagrada Escritura

Comentario bíblico . III Domingo de Cuaresma.

III.1. El relato de la expulsión de los vendedores del templo, en la primera Pascua “de los judíos” que Juan menciona en su obra, es un marco de referencia obligado del sentido de este texto joánico. En el trasfondo también debemos saber ver las claves mesiánicas con las que Juan ha querido presentar este relato, teniendo en cuenta un texto como el de Zac 14,21 (el deutero-Zacarías) para anunciar el día del Señor. Es de esa manera como se construyen algunas ideas de nuestro evangelio: Pascua, religión, mesianismo, culto, relación con Dios, vida, sacrificios. Jesús expulsa propiamente a los animales del culto. No debemos pensar que Jesús la emprende a latigazos con las personas, sino con los animales; Juan es el que subraya más este aspecto. Los animales eran los sustitutos de los sacrificios a Dios. Por tanto, sin animales, el sentido del texto es más claro: Jesús quiere anunciar, proféticamente, una religión nueva, personal, sin necesidad de “sustituciones”. Por eso dice: “Quitad esto de aquí”. No se ha de interpretar, pues, como un acto político-militar como se hizo en el pasado. Es, consideramos, una profecía “en acto”.

III.2. El evangelio de Juan, pues, nos presenta esa escena de Jesús que cautiva a mentes proféticas y renovadoras. Desde luego, es un acto profético y no podemos menos de valorarlo de esa forma: en el marco de la Pascua, la gran fiesta religiosa y de peregrinación por parte de los judíos piadosos a Jerusalén. Esta es una escena que no debemos permitir se convierta en tópica; que no podemos rebajarla hasta hacerla asequiblemente normal. Está ahí, en el corazón del evangelio, para ser una crítica de nuestra “religión” sin corazón con la que muchas veces queremos comprar a Dios. Es la condena de ese tipo de religión sin fe y sin espiritualidad que se ha dado siempre y se sigue dando frecuentemente. Ya Jeremías (7,11) había clamado contra el templo porque con ello se usaba el nombre de Dios para justificar muchas cosas. Ahora, Jesús, con esta acción simbólico-profética, como hacían los antiguos profetas cuando sus palabras no eran atendidas, quiere llevar a sus últimas consecuencias el que la religión del templo, donde se adora a Dios, no sea una religión de vida sino de… vacío. Por eso mismo, no está condenando el culto y la plegaria de una religión, sino que se haya vaciado de contenido y después no tenga incidencia en la vida.

III.3. No olvidemos que este episodio ha quedado marcado en la tradición cristiana como un hito, por considerarse como acusación determinante para condenar a muerte a Jesús, unas de las causas inmediatas de la misma. Aunque Juan ha adelantado al comienzo de su actividad lo que los otros evangelios proponen al final (Mc 11,15-17; Mt 21,12-13; Lc 19,45-46), estamos en lo cierto si con ello vemos el enfrentamiento que los judíos van a tener con Jesús. Este episodio no es otra cosa que la propuesta de Jesús de una religión humana, liberadora, comprometida e incluso verdaderamente espiritual. Aunque Juan es muy atrevido, teológicamente hablando, se está anunciando el cambio de una religión de culto por una religión en la que lo importante es dar la vida los unos por los otros, como se hace al mencionar el «cuerpo» del Jesús que sustituirá al templo. Aquí, con este episodio (aunque no sólo), lo sabemos, Jesús se jugó su vida en “nombre de Dios” y le aplicaron la ley también “en nombre de Dios”. ¿Quién llevaba razón? Como en el episodio se apela a la resurrección (“en tres días lo levantaré”), está claro que era el Dios de Jesús el verdadero y no el Dios de la ley. Esta es una diferencia teológica incuestionable, porque si Dios ha resucitado a Jesús es porque no podía asumir esa muerte injusta. Pero sucede que, a pesar de ello, los hombres seguimos prefiriendo el Dios de la ley y la religión del templo y de los sacrificios de animales. Jesús, sin embargo, nos ofreció una religión de vida.

Fray Miguel de Burgos Núñez
Maestro y Doctor en Teología. Licenciado en Sagrada Escritura

I Domingo de Cuaresma. Marcos (1,12-15): Del desierto al evangelio

III.1. El evangelio, en todos los ciclos, el primer domingo de cuaresma, es el relato de las tentaciones de Jesús en el desierto. Este de Marcos es el relato más sobrio de los sinópticos, sobre el que Mateo y Lucas construyeron un episodio cargado de insinuaciones teológicas. Que Jesús estuviera el desierto, como lo estuvo Juan el Bautista, no es un hecho del que debamos dudar. Pero, no obstante, el desierto está cargado de simbolismo en la teología de Israel: de la misma manera que es un tiempo de tentación, es también un tiempo de purificación. El número cuarenta, los cuarenta días, señalan, evidentemente, a los cuarenta días del diluvio (por eso se ha escogido en la liturgia de hoy el texto de Génesis sobre el diluvio), o a los cuarenta años del pueblo caminando por el desierto hacia la libertad.

III.2. Por lo mismo, debemos ponernos en esa clave simbólica para entender este momento previo a la vida pública de Jesús que se prepara a conciencia para abordar la gran batalla de su existencia, es decir, la proclamación de la llegada del Reino de Dios. Y es el Espíritu el que le impulsa al desierto (por consiguiente, no puede ser malo el desierto); pero allí se le presentan los animales adversos (alimañas) e incluso ese misterioso personaje, sin rostro y sin identidad, Satanás; aunque también los ángeles que son, por el contrario, la fuerza de Dios. Este es un relato tipo que quiere describir la actividad de Jesús en su pueblo, que vivía como en el desierto. Y es allí donde él debe aprender la necesidad que tienen los hombres del evangelio.

III.3. Señalemos también que el mismo Espíritu, después, le impulsa a Galilea para proclamar el gran mensaje liberador, como se puso de manifiesto en el tercer domingo de este ciclo B. Para vencer en el desierto, es necesaria la fidelidad a Dios por encima de todas las sugerencias de poder y de gloria. El simbolismo en el que debemos leer hoy nuestro relato nos permite ver que el desierto y los cuarenta días es el mundo de Jesús, el tiempo de Jesús con las fuerzas adversas (las de Satanás) y la de Dios (los ángeles). Eso es lo que está presente en la vida, en toda sociedad. )Qué hacer? Pues, como Jesús, proclamar que el tiempo de Dios, el de la salvación y la misericordia no puede ser vencido por el de la maldad, la injusticia o la guerra. Si Jesús estaba guiado por el Espíritu, eso quiere decir que es el Espíritu mismo la voz resonante del evangelio como buena noticia que llama a salir de lo peor que tiene el desierto: las fuerzas del mal.

Fray Miguel de Burgos Núñez
Maestro y Doctor en Teología. Licenciado en Sagrada Escritura

Evangelio: Marcos (1,40-45): Liberar a los marginados, praxis del Reino

III.1. Es el último episodio de la “praxis” de la famosa jornada de Cafarnaún, antes de pasar a las disputas (Mc 2,1-3,6). Quiere ser como el “no va más” de todo aquello a lo que se atreve Jesús en su preocupación por los que sufren y están cargados de dolor, de miseria y de rechazo por una causa o por otra. En cierta manera es un milagro “exótico” por lo que implica de que, quien fuera curado de una enfermedad como la lepra, tenía que presentarse al sacerdote para ser “reintegrado” a la comunidad de la alianza. Los leprosos son “muertos vivientes”, privados de toda vida de familia, de trabajo y de religión. El leproso cae de rodillas delante de Jesús (genypetéô). Es verdad que nos encontramos ante un hecho taumatúrgico sin discusión, pero es mucho más que eso. Incluso en razón de las exigencias de Lev 13-14, no basta con ser curado, sino que este hombre debe ir al sacerdote, es decir, al templo para que de nuevo recupere la identidad como miembro del pueblo elegido de Dios. Pero Jesús, con su “acción”, ya está haciendo posible todo ello; ha ido más allá de lo que le permitía la ley; se ha acercado a la miseria humana, la ha curado, pero sobre todo, la ha acogido.

III.2. El relato evangélico está planteado, con mucho acierto, al final de la actividad de Jesús en esa jornada de Carfarnaún que nos ha venido ocupando los últimos domingos. La narración sigue un proceso liberador, en el que se ponen de manifiesto las actitudes de los hombres y los pensamientos de Dios. Un leproso, como ya hemos dicho, estaba excluido de la asamblea del pueblo de la alianza y debía presentarse al sacerdote, en el templo, en Jerusalén, el centro del judaísmo y de las clases poderosas. Aunque todo comenzara siendo una “ley de sanidad”, como en Israel todo se sacralizaba, se llegó a dogmatizar de tal manera, que quien estaba afectado por ella, era un maldito, pasando a ser una “ley de santidad”. Ya hemos dicho que esta es una enfermedad de pobres y marginados. Nadie, pues, se acercaba a ellos: su soledad, su angustia, sus posibilidades )quién podía compartirlas? Es el momento de romper este círculo infernal.

III.3. Jesús, que trae el evangelio, va a enfrentar a los hombres de su tiempo con todo lo que significa marginar al los pobres en nombre de Dios. Jesús se acerca a él, le toca (expresamente se dice que extendió la mano y le tocó, lo que implicaría que desde ese instante Jesús también quedaba bajo la ley sagrada de la contaminación); pero le cura y, con una osadía inaudita, le envía al sacerdote (a los que representan lo sagrado y el poder) para que sea un testimonio contra ellos y contra todo lo que pueda ser sacralizar las leyes sin corazón. El evangelio es un escándalo y pone de manifiesto eso de que los pobres nos evangelizan. Dios, pues, se hace vulnerable. No encontramos, pues, ante la fuerza poderosa de un “sistema” que debe ser vencido por la debilidad del evangelio. Lo lógica del sistema que está detrás de esa ley de santidad-sanidad, es la de autoconservación, hasta el punto de ser inexorable. Con esas realidades se encuentra Jesús en su vida y tiene que hacer opciones como las que aquí se muestran. La fuerza del Jesús taumaturgo, o médico, pasa a un segundo plano frente a su opción por los que viven día a día la miseria a que son reducidos todo los desgraciados.

III.4. En este relato de Marcos no es menos sugerente el mandato de Jesús de que no diga nada a nadie y el poco caso que hace de ello el “leproso” curado. El “secreto a voces” lleva la intencionalidad de este evangelista, porque pretende poner de manifiesto que más importante que la aceptación por parte del sacerdote de su curación, es proclamar (se usa, incluso, el verbo kêrýssein, que es propio del anuncio del evangelio en el cristianismo primitivo) que ha sido Jesús, el profeta de Galilea, quien le ha llenado el alma y el corazón de gratitud y de acción de gracias a Dios. La ley, aquí, frente al evangelio, también queda mal parada y, en cierta forma, anulada. Y si queremos, podemos ver que el “leproso” curado, ni siquiera va al templo, al sacerdote (el texto, desde luego, no lo explicita y yo opino que intencionadamente); no le hace falta, porque el evangelio que Jesús trae en su manos es más que esa religión que antes lo ha marginado hasta el extremo.

Fray Miguel de Burgos Núñez
Maestro y Doctor en Teología. Licenciado en Sagrada Escritura

1 Enero . Lucas (2,15-21): Y encontraron al Salvador del pueblo. Solemnidad de Santa María , Madre de Dios.

II.1. Hoy se nos propone la continuación del relato del nacimiento de Jesús, que se leyó la noche de Navidad, que se compone de tres partes (1ª vv.1-6; 2ª vv. 7-14; 3ª vv. 15-21). Nos permitimos señalar que esta tercera parte del relato de Lucas tiene un cierto sentido por sí mismo, en cuanto muestra la respuesta humana al momento anterior que es todo él mítico, revelador, divino, angelical y extraordinario. Los pastores ¿qué harán?, ¿buscarán al Salvador?, ¿dónde?, ¿es suficiente el signo que se les ha dado? ¡Desde luego que si!, lo buscarán y lo encontrarán. Pero lo buscarán y lo encontrarán con el instinto de los sencillos, de los que no se obsesionan con grandezas; diríamos que lo encontrarán, más bien, por instinto profético. El narrador no deja lugar a dudas, porque quiere precisamente mostrar la respuesta humana al anuncio celeste. Los pastores se dicen entre ellos algo muy importante: «lo que nos ha revelado el Señor”. Y se van derechos a Belén, ¿a Belén?, ¿era esa acaso la ciudad de David? Sí; lo fue, pero ya no lo era de hecho, porque Jerusalén había ganado la partida. Pero como por medio está el anuncio del Señor, recuperan el sentido genuino de las cosas. Y van a Belén, de donde procedía David, para “ver” al Mesías verdadero. Es verdad, todo es demasiado ajustado al proyecto teológico de Lucas, que quiere poner de manifiesto el designio salvador de Dios.

Leer más

Los valores de una familia cristiana (Homilía de la Sagrada Familia)

Colosenses (3,12-21): Los valores de una familia cristiana

La lectura de este domingo es de Colosenses y está identificada en gran parte como un “código ético y doméstico”, porque nos habla del comportamiento de los cristianos entre sí, en la comunidad. Lo que se pide para la comunidad cristiana -misericordia, bondad, humildad, mansedumbre, paciencia-, para los que forman el “Cuerpo de Cristo”, son valores que, sin mayor trascendencia, deben ser la constante de los que han sido llamados a ser cristianos. Son valores de una ética que tampoco se pueda decir que se quede en lo humano. No es eso lo que se puede pedir a nivel social. Aquí hay algo más que los cristianos deben saber aportar desde esa vocación radical de su vida. La misericordia no es propio de la ética humana, sino religiosa. Es posible que en algunas escuelas filosóficas se hayan pedido cosas como estas, pero el autor de Colosenses está hablando a cristianos y trata de modificar o radicalizar lo que los cristianos deben vivir entre sí; de ello se deben “revestir”.

El segundo momento es, propiamente hablando, el “código doméstico” que hoy nos resulta estrecho de miras, ya que las mujeres no pueden estar “sometidas” a sus maridos. Sus imágenes son propias de una época que actualmente se quedan muy cortas y no siempre son significativas. Todos somos iguales ante el Señor y ante todo el mundo, de esto no puede caber la menor duda. El código familiar cristiano no puede estar contra la liberación o emancipación de la mujer o de los hijos. Por ser cristianos,  no podemos construir una ética familiar que esté en contra de la dignidad humana. Pero es verdad que el código familiar cristiano debe tener un perfil que asuma los valores que se han pedido para “revestirse” y construir el  “cuerpo de Cristo”, la Iglesia. Por tanto, la misericordia, la bondad, la humildad, la mansedumbre y la paciencia, que son necesarias para toda familia, lo deben ser más para una familia que se sienta cristiana. Si los hijos deben obedecer a sus padres, tampoco es por razones irracionales, sino porque sin unos padres que amen y protejan, la vida sería muy dura para ellos.

Fray Miguel de Burgos Núñez
Maestro y Doctor en Teología. Licenciado en Sagrada Escritura

La dignidad humana no se compra, es un don

Mt(22,15-21)

III.1. El evangelio de Mateo, hoy, nos sitúa en el corazón de las polémicas que Jesús mantiene con los dirigentes en Jerusalén y que los evangelistas sitúan al final de su vida, precediendo a la pasión (cf. Mc 12,13-17; Lc 20,20-26). Esta vez querían comprometerlo a fondo con las autoridades romanas, que vigilaban ferozmente cualquier movimiento social o político para castigar cualquier rebeldía. Oponerse al César, incluso en nombre de Dios, era ir contra la «pax romana», uno de los mitos de la época. Los espías pretenden halagarlo (Mateo sigue a Marcos y nos habla de los fariseos y los herodianos; Lucas, más coherente, nos habla de espías para entregarlo al gobernador), pero en el punto de mira está el prefecto romano Poncio Pilato, que era un gobernante de una crueldad sin miramientos, vengativa y arbitraria. Los judíos lo odiaban porque había introducido en Jerusalén bustos e insignias del César, además de haber usado el dinero sagrado del templo para construir un acueducto que llevara el agua a Jerusalén (Josefo, De Bello 2,9,2; 2,9.4).

III.2. La hierocracia y aristocracia de la ciudad santa mandan sus espías para poder deshacerse de este profeta galileo que anuncia el Reino de Dios, pero que no coincide con el reino de Roma, ni con el concepto que tienen del mismo algunos partidarios de la revolución contra Roma, ni específicamente con el reino que ellos quieren manipular en nombre de Dios. Los rebeldes dejaban a las claras que la única soberanía que aceptaban bajo el suelo de Judea es la de Dios (Ex 20,4-5); en ello Jesús podría estar de acuerdo. Pero las trazas, entre uno y otros, son muy distintas. Es verdad que Jesús parecía estar en un callejón sin salida: frente a Poncio Pilato, frente a las autoridades, frente a los revolucionarios nacionalistas, frente a todos. No obstante, él la encontró; la encontró recurriendo a las dignidad humana que Dios ha puesto en el corazón de toda persona como imagen suya. Los espías, con su trampa, van a caer en su propia ignominia, porque llevan en sus manos el “denario” con la efigie de Tiberio… pero Jesús no lleva nada en su zamarra. Solamente tiene su palabra y la fuerza de la sabiduría del reinado de Dios.

Leer más

Mateo (21,33-43): Dios, ha plantado una viña, una comunidad, nueva

III.1. El evangelio nos propone la parábola de los viñadores homicidas y está en continuidad con los textos del evangelio de Mateo que muestran las polémicas de Jesús con los dirigentes judíos antes de la pasión, viniendo a poner el punto final de una polémica que comenzó en Galilea. Aunque la parábola está tomada de Marcos (12,1-12), el primer evangelio nos propone algunos matices que llevan el texto a una densidad polémica contra el judaísmo, que extraña sobremanera en este evangelio de Mateo, tan propicio a asumir lo mejor de la teología veterotestamentaria y judaica.

III.2. En la redacción y sentido de esta parábola juega un papel importante la reflexión sobre el Sal 118,22-23. Se identifica claramente a los viñadores con los jefes del pueblo. El “vosotros” del v. 43 indica que los dirigentes religiosos del judaísmo, rechazando a Jesús, han perdido su última oportunidad de dar a Dios lo que correspondía y, de esa forma, han arrastrado a todo el pueblo en su infidelidad como aparecerá claramente en el juicio ante Poncio Pilato (cf Mt 27,20-25). La segunda parte de la sentencia anuncia el traspaso de la viña que no se hará a “otros dirigentes” sino a un nuevo “pueblo que produzca frutos” (v. 43). Esto es importante para entender esta parábola, no solamente porque los cristianos debemos rechazar todo antisemitismo, sino porque es verdad que la decisión final de condenar a Jesús estuvo en manos de “dirigentes” ciegos para ver e imposibilitados para acoger palabras proféticas como las de Jesús sobre Dios y sobre el Reino.

III.3.Esta parábola, con sus transformaciones en la comunidad cristiana después de la pasión de Jesús, es una puerta abierta siempre a la conversión, a la esperanza. Los hombres que en tiempos de Jesús aguardaban, entonces, que se diera en su generación la irrupción de un mundo nuevo e inaudito, se percataron de que aquella parábola iba por ellos y no quisieron aceptar que el tiempo nuevo había llegado con aquél profeta que hablaba de aquella manera. Quien entiende que esta parábola nos introduce en un mundo donde sólo hay vida cuando no se vive a costa de otras vidas, habrá dado con esa puerta abierta a la esperanza, a la fraternidad, a la paz y a la justicia. Sabemos que la realidad última, para la fe cristiana, es Dios mismo, pero como Dios Padre de todos los hombres. Era el Padre de Jesús, el profeta de Nazaret, y ese Dios, cuando se asesina a cualquier hombre, siente en sus entrañas lo que sintió con la muerte de Jesús. También esta parábola de Jesús es un canto de amor por la vida.

III.4. Pero no podemos evitar sacar conclusiones muy significativas para ahora y para todos los tiempos. La religión que mata o permite guerras en nombre de Dios, no es exactamente “religión”, religación a Dios. Por eso esta es una parábola que debe leerse clara y contundentemente contra los fundamentalismos religiosos que amenazan tan frecuentemente a los pueblos y a las culturas. No hay apologética capaz de defender a “nuestro Dios” con la muerte de los otros, porque en todos esos asesinados, Dios mismo está muriendo. Y si Jesús fue eliminado, creyendo los dirigentes que daban gloria a su Dios, se encontraron con que esa muerte se ha convertido en la “piedra angular” de una religión nueva de amor y de paz. Y los asesinos fundamentalistas, pues, quedarán sin Dios y sin religión.

Fray Miguel de Burgos Núñez
Maestro y Doctor en Teología. Licenciado en Sagrada Escritura