El presidente ruso, Vladimir Putin, en la Iglesia del Salvador, en Novo-Ogaryovo, a las afueras de Moscú. (EFE/EPA/ALEXEI NIKOLSKY / SPUTNIK / KREMLIN POOL)
Quien le escribe es un sacerdote católico cubano, párroco de la parroquia de Paula, en la ciudad de Trinidad. Desde el 24 de febrero vivo pendiente de las noticias que llegan desde Ucrania y no paro de rezar por ese sufrido pueblo, y por su propio país, por Rusia, y por los presidentes de ambos países y sus gobiernos. Pido continuamente por el cese de las hostilidades, por el regreso de la paz a esa región y al mundo. Siento mi corazón oprimido por las escenas de destrucción que veo (por internet, pues la prensa de mi país apenas refleja lo que está pasando en Ucrania) y por los relatos de las víctimas inocentes de esta guerra genocida e injusta que usted ha iniciado de manera unilateral.
Desde que se inició la contienda, me viene a la mente una fábula de Esopo que aprendí en latín cuando era un niño. Ustedes los rusos y nosotros los cubanos compartimos una herencia común que hunde sus raíces en la fe cristiana y en la cultura helenístico-romana, que dieron origen a la civilización cristiana occidental y la civilización cristiana oriental, de la que Rusia forma parte, al igual que otros pueblos eslavos. Hay un sustrato común que nos alimenta espiritualmente. La fábula de Esopo hablaba de un lobo que tomaba agua a la orilla del río, cerca de una oveja. El lobo empezó a acusar a la oveja porque le ensuciaba el agua que estaba tomando. La oveja le respondió respetuosamente: “Señor lobo yo estoy corriente abajo, y usted está arriba. Yo no le puedo ensuciar su agua”. Pero el lobo comenzó a insultar a la oveja, que se atrevió a contestarle: “Oveja me has desafiado y eso no te lo puedo perdonar”. La oveja trató de explicar que no quería ofender al lobo. De nada sirvió. El final de la historia es que el lobo se comió a la oveja.
Ustedes los rusos y nosotros los cubanos compartimos una herencia común que hunde sus raíces en la fe cristiana y en la cultura helenístico-romana
Cuando escucho sus discursos y veo los acontecimientos de las últimas semanas viene a mi memoria la fábula de Esopo. Y usted, señor presidente, es para mí el lobo que ha provocado todo esto para comerse a la oveja. El libreto estaba escrito de antemano.
Usted justificó su ataque a Ucrania basado en la idea de una futura intervención armada que se estaba fraguando en Ucrania con apoyo de la OTAN. Pero el único que estaba preparado para la guerra, con ejércitos y armamentos ampliamente superiores, era usted. Y el que en repetidas ocasiones intervino en la política interna de Ucrania fue usted. En verdad no se me oculta que la Unión Europea o más bien las Naciones Unidas cometieron un fallo fatal, y fue permitir que en 2014, contra todo derecho y sin motivo, Rusia, manu militari, se anexara Crimea y que, por los manejos de una política desleal y rapaz, usted interviniera en los asuntos internos de Ucrania, alentando el separatismo en las provincias de Donetsk y Luhansk, un plan alevosamente urdido por usted, al costo de la justicia internacional y de la paz de una nación, además de la muerte, en los últimos ocho años, de 14.000 seres humanos.
Señor presidente, cuando trato de analizar sus declaraciones y las comparo con su comportamiento no veo más que incoherencia, doblez y mala voluntad. Un viejo refrán castellano dice “que la mentira tiene las patas cortas”. Una y otra vez ha acabado haciendo lo que antes dijo que no iba a hacer. Ha mentido sin rubor, acusando a los demás de los crímenes que usted estaba planeando cometer. Usted acusó a Ucrania de armarse para la guerra pero era usted el que puso en pie y armó un ejército y lo lanzó contra un país mucho más pequeño y pobre que Rusia. Usted acusó a la Otan y a Europa de amenazar a Rusia y de tener malas intenciones contra su país, y estos no han podido manifestar más aguante y contención frente a su invasión y su guerra contra Ucrania. Fue usted, más recientemente, el que mandó poner en alerta las unidades de armas nucleares de Rusia. Los demás países han mostrado mucha mayor voluntad de paz y ningún deseo de comenzar el tortuoso e imprevisible camino de la guerra.
Señor presidente, cuando trato de analizar sus declaraciones y las comparo con su comportamiento no veo más que incoherencia, doblez y mala voluntad
En el siglo XX la humanidad se enfrentó a una situación similar a la actual: cuando un señor llamado Adolfo Hitler, investido de una conciencia de superioridad mesiánica, lanzó a su patria y a su pueblo a una guerra terrible y desastrosa. Hitler acusó a todo el mundo de querer dañar a su país y comenzó a reclamar como propios los territorios de otras naciones: así se anexó Austria (el Anschluss, en marzo de 1938) y los Sudetes (en septiembre del 38). Posteriormente, ocupó el resto de Checoslovaquia (en marzo del 39). El 1 de septiembre de 1939, la invasión de Polonia marcó el comienzo de la Segunda Guerra Mundial.
En usted, como en Hitler, encuentro un similar menosprecio por el derecho internacional, el mismo desprecio por la vida humana, la utilización de la mentira como arma arrojadiza contra el contrincante. Pero además, el recurso del ataque brutal e injusto para defender la pretendida seguridad amenazada de su país. Pero lo mismo que otrora en Alemania, ésta ha sido la mejor manera de sumir a su país en el caos y en el rechazo universal, y es usted el responsable de esta espiral del sinsentido que arrastrará a Rusia al abismo. Chechenia (1999), Georgia (2008), Crimea y Donbás (2014) son las distintas estaciones de un viacrucis diabólico. Pero no olvide, presidente, que la hibris (arrogancia desmedida) del poder ciega y la soberbia siembra la destrucción y la muerte. Nunca olvide que Dios confunde a los soberbios, “derriba del trono a los poderosos y enaltece a los humildes, a los hambrientos los colma de bienes y a los ricos los despide vacíos” como dijo la Santísima Virgen María en el Magnificat. Leer más