Parroquia San Andres Apostol

Comentario Bíblico. III Domingo de Adviento.Evangelio. Lucas (3,10-18): La alegría del compartir.

III.1. El evangelio es la continuación del mensaje personal del Bautista que ha recogido la tradición sinóptica y se plasma con matices diferentes entre Mateo y Lucas. Nuestro evangelio de hoy prescinde de la parte más determinante del mensaje del Bautista histórico (3,7-9), en coincidencia con Mateo, y se centra en el mensaje más humano de lo que hay que hacer. Con toda razón, el texto de los vv. 10-18 no aparece en la fuente Q de la que se han podido servir Mateo y Lucas. Se considera tradición particular de Lucas con la que enriquece constantemente su evangelio. No quiere decir que Lucas se lo haya inventado todo, pero en gran parte responde, como en este caso, a su visión particular del Jesús de Nazaret y de su cristología.

III.2. Por tanto, podemos adelantar que Lucas quiere humanizar, con razón, el mensaje apocalíptico del Bautista para vivirlo más cristianamente. En realidad es el modo práctico de la vivencia del seguimiento que Lucas propone a los suyos. Acuden al Bautista la multitud y nos pone el ejemplo, paradigmático, de los publicanos y los soldados. Unos y otros, absolutamente al margen de los esquemas religiosos del judaísmo. Lucas no ha podido entender a Juan el Bautista fuera de este mensaje de la verdadera salvación de Dios. Este cristianismo práctico, de desprendimiento, es una constate en su obra.

III.3. Nos encontramos con la llamada a la alegría de Juan el Bautista; es una llamada diferente, extraña, pero no menos verídica: es el gozo o la alegría del cambio. El mensaje del Bautista, la figura despertadora del Adviento, es bien concreto: el que tiene algo, que lo comparta con el que no tiene; el que se dedica a los negocios, que no robe, sino que ofrezca la posibilidad de que todos los que trabajan puedan tener lo necesario para vivir en dignidad; el soldado, que no sea violento, ni reprima a los demás. Estos ejemplos pueden multiplicarse y actualizarse a cada situación, profesión o modo de vivir en la sociedad. Juan pide que se cambie el rumbo de nuestra existencia en cosas bien determinantes, como pedimos y exigimos nosotros a los responsables el bienestar de la sociedad. No es solamente un mensaje moralizante y de honradez, que lo es; es, asimismo, una posibilidad de contribuir a la verdadera paz, que trae la alegría.

Fray Miguel de Burgos Núñez
(1944-2019)

12 de Diciembre. III Domingo de Adviento.

En aquel tiempo, la gente le preguntaba a Juan el Bautista: “¿Qué debemos hacer?” Él contestó: “Quien tenga dos túnicas, que dé una al que no tiene ninguna, y quien tenga comida, que haga lo mismo”.

También acudían a él los publicanos para que los bautizara, y le preguntaban: “Maestro, ¿qué tenemos que hacer nosotros?” Él les decía: “No cobren más de lo establecido”. Unos soldados le preguntaron: “Y nosotros, ¿qué tenemos que hacer?” Él les dijo: “No extorsionen a nadie, ni denuncien a nadie falsamente, sino conténtense con su salario”.

Como el pueblo estaba en expectación y todos pensaban que quizá Juan era el Mesías, Juan los sacó de dudas, diciéndoles: “Es cierto que yo bautizo con agua, pero ya viene otro más poderoso que yo, a quien no merezco desatarle las correas de sus sandalias. Él los bautizará con el Espíritu Santo y con fuego. Él tiene el bieldo en la mano para separar el trigo de la paja; guardará el trigo en su granero y quemará la paja en un fuego que no se extingue”.

Con éstas y otras muchas exhortaciones anunciaba al pueblo la buena nueva.

Evangelio según san Lucas (Lc 3. 10-18)

Comentario Bíblico. “Una voz grita en el Desierto”, 5 de Diciembre. II Domingo de Adviento.

Introducción

El tiempo de Adviento es una introducción a todo el Año litúrgico y, en él, al conjunto de la vida cristiana ¿Cómo cumple este cometido? Estableciendo el marco temporal en el que acontece la celebración del misterio de la fe, que es en el que camina la Iglesia. Este marco es la convergencia en Jesucristo del pasado, del presente y del futuro; dimensiones que se entrecruzan en la vida creyente de manera enigmática pero real.

El Adviento, por tanto, no es solo un tiempo de preparación para la Navidad. Este es solo un aspecto. El Adviento prepara a la Iglesia y a los creyentes para que sepan vivir la fe en las condiciones históricas en las que se encuentran; es decir, que aprendan a vivir en el presente la actualidad y vigencia del ayer y que, simultáneamente, detecten la presencia del futuro definitivo en lo que acontece hoy.

En el horizonte del Adviento, la memoria se hace profecía y la profecía toma como fundamento la memoria. Estamos en la dinámica del binomio “promesa/cumplimiento”. Lo que sucedió ayer, y se ha cumplido, es la garantía de lo que sucederá. El que, tras ser anunciado, se hizo presente en la historia y en la carne (Jesucristo), es el mismo que, tal y como dijo, volverá rodeado de gloria. En esta lógica, la primera venida del Señor (Navidad), recordada y actualizada, es el raíz de la esperanza de su regreso definitivo (Parusía).

Ante esta situación histórico-salvífica planteada por el Adviento, las actitudes cristianas que se han de practicar responsablemente (y que ya no hay que dejar de lado a lo largo de todo el Año litúrgico) son dos: la conversión y la esperanza. Ambas muestran el dinamismo abierto y confiado de la vida creyente, que no cesará nunca mientras estemos en este mundo.

Fr. Vicente Botella Cubells O.P.
Convento de San Vicente Ferrer (Valencia)

5 de Diciembre. II Domingo de Adviento.

Evangelio según san Lucas (Lc 3,1-6)

En el año décimo quinto del reinado del César Tiberio, siendo Poncio Pilato procurador de Judea; Herodes, tetrarca de Galilea; su hermano Filipo, tetrarca de las regiones de Iturea y Traconítide; y Lisanias, tetrarca de Abilene; bajo el pontificado de los sumos sacerdotes Anás y Caifás, vino la palabra de Dios en el desierto sobre Juan, hijo de Zacarías.

Entonces comenzó a recorrer toda la comarca del Jordán, predicando un bautismo de penitencia para el perdón de los pecados, como está escrito en el libro de las predicciones del profeta Isaías:

Ha resonado una voz en el desierto:
Preparen el camino del Señor,
hagan rectos sus senderos.
Todo valle será rellenado,
toda montaña y colina, rebajada;
lo tortuoso se hará derecho,
los caminos ásperos serán allanados
y todos los hombres verán la salvación de Dios.

Comentario Bíblico. I Domingo de Adviento. Lucas (21,25-28.34-36): Se acerca nuestra liberación.

III.1. Todos los años comenzamos el nuevo ciclo litúrgico con el Adviento, que es presencia y es llegada. Es una presencia de siempre y constantemente renovada, porque nos preparamos para celebrar el misterio del Dios que se encarna en la grandeza de nuestra miseria humana. En el Primer Domingo de Adviento, “Ciclo C” del año litúrgico, que estará apoyado fundamentalmente en el evangelio de Lucas, se ofrece un mensaje lleno de fuerza, una llamada a la esperanza, que es lo propio del Adviento: Levantad vuestras cabezas porque se acerca vuestra liberación. Esa es la clave de la lectura evangélica del día. No son los signos apocalípticos los que deben impresionar, sino el mensaje de lo que se nos propone como oferta de parte de Dios. Los signos apocalípticos, en este mundo, siempre han ocurrido y siempre estarán ocurriendo.

III.2. Lucas también nos ha trasmitido el discurso apocalíptico en boca de Jesús (c. 21) a semejanza de lo que hace Mc 13. En Lucas comienza con una enseñanza que contrasta con la actitud de algunos que están mirando y contemplando la grandeza del templo (21,5ss). Los vv. 25-28 se centran en la famosa venida (parousía) del Hijo del hombre que ha de arrancar de los cristianos, ¡no pánico!, sino una actitud contraria: ¡levantar la cabeza, porque ese es el momento de la liberación!. Digamos que esta última expresión es lo propia de Lucas ante las palabras que le ha suministrado la tradición apocalíptica sobre la llegada misteriosa del Hijo del hombre. Lucas es muy conciso sobre los signos extraordinarios que acompañarán ese momento. Pero no puede sustraerse totalmente a esos signos. Y especialmente significativo es en Lucas la actitud que se ha de tener ante todo eso: vigilad (agrupneô) con la oración (v.36). Es lo propio de Lucas: la vigilancia que pide es teológica, la que mantiene abiertos los ojos del alma y de la vida. En la obra de Lucas, el talante de oración es la clave de las grandes decisiones de Jesús y de la comunidad. Y este momento que describe es clave en cada historia personal y de toda la humanidad. En definitiva, la llamada a la “vigilancia en la oración” responde muy bien a la visión cristológica del tercer evangelista: eso quiere decir que la conducta del cristiano debe inspirarse más en la esperanza que en el temor. No en vano Lucas se ha cuidado mucho de presentar a Jesús, en este caso sería el mismo Hijo del hombre, más como salvador de todos que como juez de todos.

III.3. A los hombres, continuamente se nos escapan muchas cosas por los “agujeros negros” de nuestro universo personal, pero la esperanza humana y cristiana no se puede escapar por ellos, porque eso se vive en la mismidad de ser humano. Lo apocalíptico, mensaje a veces deprimente, tiene la identidad de la profunda conmoción, pero no es más que la expresión de la situación desamparada del ser humano. Y sólo hay un camino para no caer en ese desamparo inhumano: vigilar, creer y esperar que del evangelio, del mensaje de Jesús, de su Dios y nuestro, nos viene la salvación, la redención, la liberación. Por eso, en la liturgia del Primer Domingo de Adviento se pide y se invoca a la libertad divina para que salga al encuentro del impulso desvalido de nuestra impotencia.

Fray Miguel de Burgos Núñez
(1944-2019)

28 de noviembre. I Domingo de Adviento.

Evangelio según san Lucas (Lc 21, 25-28. 34-36)

En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: “Habrá señales prodigiosas en el sol, en la luna y en las estrellas. En la tierra, las naciones se llenarán de angustia y de miedo por el estruendo de las olas del mar; la gente se morirá de terror y de angustiosa espera por las cosas que vendrán sobre el mundo, pues hasta las estrellas se bambolearán. Entonces verán venir al Hijo del hombre en una nube, con gran poder y majestad.

Cuando estas cosas comiencen a suceder, pongan atención y levanten la cabeza, porque se acerca la hora de su liberación. Estén alerta, para que los vicios, con el libertinaje, la embriaguez y las preocupaciones de esta vida no entorpezcan su mente y aquel día los sorprenda desprevenidos; porque caerá de repente como una trampa sobre todos los habitantes de la tierra.

Velen, pues, y hagan oración continuamente, para que puedan escapar de todo lo que ha de suceder y comparecer seguros ante el Hijo del hombre.

CON JESÚS SEÑOR DE LA HISTORIA – Nº 14 (8 de noviembre de 2020)

EL CUADRO DEL PURGATORIO DEL PINTOR CRISTÓBAL ROJAS

Después de la salida definitiva del poder del Gral. Antonio Guzmán Blanco, tomó posesión como Presidente de la República de Venezuela, el 5 de julio de 1888 —aniversario de la Declaración de la Independencia de Venezuela—, el Dr. Juan Pablo Rojas Paúl, un ferviente católico… Las relaciones entre la Iglesia y el Estado mejoraron notoriamente… Cuando se trató de crear dos nuevas Parroquias en el casco urbano de la ciudad de Caracas, en octubre de 1889, las autoridades civiles y eclesiásticas, las crearon simultáneamente…

La Iglesia de La Pastora, la había construido con formidable empeño Fray Olegario de Barcelona, uno de los Capuchinos venidos a Venezuela en 1841, gracias a las gestiones del Pbro. Dr. José Manuel Alegría. Como hizo notar en su oportunidad Mons. Nicolás Navarro, Fray Olegario logró granjearse la buena voluntad de los sucesivos Presidentes de la República: El Gral. “Guzmán Blanco mismo, el hombre incapaz de reconocer otra superioridad que la suya propia, rindió reconocimiento a la virtud del humilde Capuchino, y fue él quien, con la más espontánea generosidad y de una manera harto imprevista, puso en manos del Padre Olegario la primera suma considerable para la construcción de La Pastora. En seguida, el Dr. Juan Pablo Rojas Paúl, durante los días de su glorioso Gobierno, enalteció los vínculos de su cordial amistad, que le ligaban con nuestro Religioso Capuchino desde que éste fue Capellán del Ejército, prosiguiendo con ahínco la fábrica, sin omitir ninguna clase de expensas, hasta dejarla casi concluida. El Dr. Raimundo Andueza Palacio llevó la obra a término; y el General Joaquín Crespo prestó también un valioso contingente en el pago de algunas deudas, con que el venerable anciano quedó comprometido al fin de la jornada”.

Precisamente por encargo de Fray Olegario de Barcelona, pintó Cristóbal Rojas el cuadro del purgatorio entre 1888 y 1890 en París, ya gravemente enfermo de tuberculosis… Según Alberto Junyent, en su sucinta pero enjundiosa biografía de Cristóbal Rojas, el pintor intentó encontrar alguna orientación para el cuadro en el Museo del Louvre… Allí se encontró con un colega francés, de edad madura, a quien había conocido por intermedio de Martín Tovar y Tovar, pintor venezolano, que había estudiado en París, años atrás, y que se había venido a París con Arturo Michelena en 1885… El joven venezolano le expuso sus inquietudes, y el colega francés —cuyo nombre no menciona Junyent— lo invitó a pasar por su casa para hacerle ver algo que podría serle muy útil… Al día siguiente, en su casa, “le prestó dos abultados tomos de la ‘Divina Comedia’ de Dante ilustrados por Gustave Doré. Es de suponer que el pintor leyó el poema del gran poeta florentino con avidez. En todo caso, es lo cierto que Rojas tomó pie del libro para concebir una curiosa composición que llevaría el título de ‘Dante y Beatriz a orillas del Leteo’”, que llegó a figurar en el Salón de la Sociedad de Artistas Franceses… Leer más

CON JESÚS SEÑOR DE LA HISTORIA – Nº 13 (2 de noviembre de 2020)

EL ALMA DE GREGORIO RIVERA

    Es costumbre piadosa en Venezuela encargar Misas en sufragio por el alma de Gregorio Rivera para que aparezcan las cosas perdidas… ¿Cómo se originó esta costumbre? ¿Quién fue Gregorio Rivera? Se le debe a Don Tulio Febres Cordero —célebre escritor venezolano de finales del Siglo XIX y principios del Siglo XX— el relato titulado “El alma de Gregorio Rivera, que se desarrolla en la ciudad de Mérida, en el Siglo XVIII: Trata de Don Gregorio Rivera y Sologuren, quien, inflamado por sus celos, daba mala vida a su esposa Doña Josefa Ramírez de la Parra… Un día, ésta, después de verse amenazada de muerte por su esposo, se refugió en el Convento de Monjas Clarisas, donde tenía una tía y una hermana… La Madre Abadesa informó al Señor Vicario y Capellán del Convento, Pbro. Dr. Francisco de la Peña y Bohórquez, quien dio permiso a las Monjas de dar asilo a la señora… Pasaban los días, y Don Gregorio persistía con tenacidad en que debían entregarle a su esposa… Un día, el 5 de mayo de 1739, se encaminó al Convento de las Monjas Clarisas: “A los recios golpes que daba, contesta la Monja portera tras el torno. Don Gregorio le dice de mal talante que deseaba hablar personalmente con la Madre Abadesa. La portera, con el sobresalto del caso, pasa el recado, en momentos en que la Superiora se hallaba en la piadosa labor de vestir una imagen del Niño Jesús. Llena de angustia, dirígese a la portería, pero se devuelve del camino, sobrecogida por súbito presentimiento. En viendo Don Gregorio que la Abadesa excusaba presentarse, sale de la portería ciego de ira, lanzando terribles amenazas. Las Monjas hacen cerrar tras él las puertas, y se entregan a la oración. (…) Los pasos precipitados de Don Gregorio se oyeron resonar por algunos instantes en la solitaria calle, simultáneamente con el crujir de las cerraduras del Monasterio. Y sobrevino el silencio, ¡el silencio precursor del desastre!”. Se escuchó una detonación de arma de fuego… ¡Don Gregorio había asesinado al Vicario, Pbro. Dr. Francisco de la Peña y Bohórquez! Don Gregorio se dio a la fuga, pero transcurridas unas horas se entregó a la justicia…

    Llevado a cabo el proceso, “breve y sumariamente, pues se trataba de un hecho cometido a plena luz del día, en el centro de la ciudad, confesado también por el mismo criminal”, “Don Gregorio fue conducido a caballo al lugar del suplicio, en la Plaza Mayor de Mérida, siendo allí fusilado y no ahorcado”.

Leer más

CON JESÚS SEÑOR DE LA HISTORIA – Nº 15 (22 de noviembre de 2020)

NATALICIO DEL PBRO. DR. JOSÉ CECILIO ÁVILA

Será siempre una gloria inmarcesible del eximio escritor y periodista Juan Vicente González haber legado a la posteridad la biografía del Padre Ávila, sacerdote insigne, quien, concluida la Guerra de Independencia, logró salvar la Universidad de Caracas…

Nació José Cecilio Ávila el 22 de noviembre de 1786 en el sitio de Pedernales, cercano a la población de Güigüe. Hijo de José Gregorio Ávila, quien había casado seis años antes con la aún adolescente Francisca Antonia Casañas, de doce años de edad, fue el tercero de seis hermanos. Tenía once años, cuando una violenta e inesperada enfermedad le arrebató a su progenitora, joven todavía; sin duda, la precoz maternidad le había minado el organismo. Habiéndose su padre radicado en Caracas, José Cecilio pudo seguir cursos de latín y filosofía, culminados el 11 de mayo de 1803. El 11 de agosto de 1805 obtuvo el título de Maestro en Filosofía, y el 25 de enero de 1808 el Doctorado en Teología. Al mismo tiempo que realizaba sus estudios, se preparaba para el sacerdocio: “Devorado del deseo de consagrarse a Dios, Ávila vistió el traje eclesiástico desde sus tiernos años. Su infancia y su adolescencia, inocentes, puras, habían corrido en el vestíbulo del templo. Vencido por la constancia del joven y asegurado de la solidez de su vocación, su padre le dejó libertad de escoger un estado, donde él mismo pensó entrar en su juventud y en que acababa de empeñarse” —el estado del sacerdocio… José Cecilio, por su parte, fue ordenado sacerdote el 10 de agosto de 1811 por el entonces Arzobispo de Caracas, Mons. Narciso Coll y Prat… Para el año 1814 fue nombrado Rector del Seminario, desempeñándose posteriormente como Catedrático en la Universidad…

Fueron incontables los méritos del Padre Ávila… Entre ellos, el de haber logrado salvar a la Universidad de Caracas: “Para 1824 la Universidad iba a cerrarse, por la imposibilidad de sostenerse. Sin dotación los catedráticos, la academia, sin medios de subvenir a los gastos más indispensables, habría caído, sin duda, por algún tiempo al menos, sin la feliz elección de Ávila para el Rectorado. Entra éste y al punto llena todas las necesidades con desinterés sin ejemplo: Restablece la abandonada disciplina, anima a los profesores, despierta el entusiasmo, y (…) da nueva vida a los estudios, los ensancha, y prepara y funda nuevas Cátedras. Amenazaba a los estudiantes una contribución para el pago de los profesores; se opone y contenta a éstos; y temeroso de la inutilidad final de sus esfuerzos, tienta el único camino para salvar y perpetuar la fuente exclusiva del saber en Venezuela: Escribe a Simón Bolívar, (…)”. Se ignora el contenido de la correspondencia que enviara el Padre Ávila al Libertador; pero, éste le contestaba en elocuente carta, fechada en Lima, el 20 de febrero de 1826, que “me será muy halagüeño satisfacer la indicación que Vuestra Señoría me hace en beneficio de esa Universidad; porque después de aliviar a los que aún sufren por la guerra, nada puede interesarme más que la propagación de las ciencias”. La falta de interés de los que en la actualidad se dicen “bolivarianos” por la enseñanza universitaria en Venezuela, o peor todavía, su interés en acabarla, está en evidente contraste con el decidido interés mostrado por entonces por el Libertador poe la Universidad de Caracas…

De las palabras a los hechos… Encontrándose Bolívar en Caracas, el 24 de junio de 1827, promulgó los nuevos Estatutos de la Universidad de Caracas, habiéndola dotado anteriormente de suficientes recursos —como hace notar el Dr. Ildefonso Leal, al escribir la historia de la Universidad Central de Venezuela: “Por primera vez el Estado venezolano puso en manos de la Universidad una sólida fuente de ingresos para desarrollar sin trabas el cultivo de la ciencia. Los fondos del extinto Colegio de Abogados, las obras pías de Cata y Chuao, los bienes de los Jesuitas expulsados [por el Rey Carlos III], las rentas anuales sobrantes de los resguardos indígenas, la renta de quinientos pesos anuales de la Canonjía Lectoral (suprimida por Decreto del 10 de marzo de 1826), la hacienda de caña dulce nombrada ‘La Concepción’ ubicada en Tácata, expropiada al canario José Antonio Sánchez y adjudicada a la Universidad por Decreto firmado el 16 de marzo de 1827, la manda benéfica de seis pesos, que los Doctores y Maestros cederían en favor de los estudios, y otros bienes, constituyeron el patrimonio económico, que el Gobierno cedió a nuestra primera casa de estudios”.

Leer más