III.1. El evangelio, de san Juan (en este domingo se prescinde
de Mateo), nos ofrece una de las escenas y diálogos mejor construidos
del cuarto evangelista. Todo hemos escuchado alguna vez esta narración
de Jesús y la samaritana; aunque no siempre hayamos podido abarcar todo
su significado y profundidad. Puede que hoy no la oigamos completa, pero
su sentido es el mismo que exponemos. Jesús pasa por territorio de
herejes, como eran considerados los samaritanos por los judíos
ortodoxos. Es una vieja historia de odios y rencores a causa de la
religión. Los samaritanos se consideraban herederos de los patriarcas,
tenían su Pentateuco, creían en Yahvé, en Dios, pero unos y otros
pensaban que su “dios” era mejor que el otro, y su templo, y su monte
santo, y su agua y sus fuentes. La escena se sitúa en Samaría.
III.2.Los
samaritanos proceden de la unión de tribus asirias y de judíos del
reino del Norte antes de su destrucción en el año 721 a. C.. Después se
llegó a un verdadero cisma entre judíos y samaritanos, como rigorismo de
la reforma judía que sigue al destierro de Babilonia. Los samaritanos
se opusieron a la construcción del nuevo Templo de los judíos.
Construyeron otro santuario para ellos en el monte Garizim que fue
destruido en el año 129 a C.. Los samaritanos se consideran
descendientes de los Patriarcas, y estaban orgullosos del pozo que
-decían- les había dejado su padre Jacob por medio de José (Gn
33,19;48,22; Jos 24,32). Los samaritanos solamente creen en los cinco
libros del Pentateuco; aún hoy existen tribus samaritanas. Un judío
religioso debía evitar todo contacto con los samaritanos, no solamente
impuros, sino herejes, y lo que menos se podía pensar era en pedirle a
ellos de comer o beber (Cf. Eclo 50,25-26; Lc 9,52; 10,33; Mt 10,5). En
este relato van a coincidir una serie de factores, muchos tipológicos,
para enseñar verdades que nunca deberíamos olvidar. Jesús fatigado del
camino, deja Jerusalén, va hacia Galilea y pasa por Samaría que era un
lugar que evitaban los judíos piadosos. El, Jesús, un hombre, un judío, y
si queremos Dios «pide» a una mujer pecadora y herética. Jesús, a una
samaritana, a una persona que por herejía solo podía dar hastío y
maldición, le pide. Ya sabemos que Jesús le pide para dar él mucho más.
El diálogo es sabroso, es un diálogo con alguien maldito. Y Jesús ofrece
a cambio «agua viva». Esta expresión en el AT significaba: los valores
de la vida, la revelación, la Sabiduría divina y la Ley (Cf: Jer 2,13;
Zac 14,8; Ez 47,9; Prov 13,14; Is 44,3; Jl 3,1). En nuestro caso, a
cambio, Jesús ofrece por el agua del pozo (que puede significar el
judaísmo con lo que prometía y no daba, ya que los samaritanos también
eran judíos), «agua viva» que según el mismo Juan es el Espíritu que da
la vida eterna (cf: Jn 7, 37-39).
III.3. Jesús no pasa por
casualidad por aquél camino, ya que a la ida o vuelta de Jerusalén,
había que evitar este territorio central de Tierra Santa; había elegido
él mismo el camino por el que debía pasar; se siente cansado, pero, más
bien que por el camino, a causa de estas disputas religiosas sin sentido
y le pide a la mujer (representante de todo un pueblo odiado y
condenado) agua, llega pidiendo, no ofreciendo. Existe desconfianza,
aunque Jesús ha venido para ofrecer a estos herejes un espíritu nuevo,
un agua viva, un culto nuevo, un Dios verdadero. El agua del pozo estaba
encerrada y el pozo era hondo; representa el judaísmo y el
samaritanismo. Es una crítica a las religiones que ponen tanto empeño en
sus cosas, en sus tradiciones, en sus costumbres y en sus normas. A una
y otra religión les faltaba el agua viva, carecían de Espíritu y
verdadera adoración. Vemos a Jesús que escucha las quejas de la mujer
samaritana contra los judíos; pero Jesús, en el evangelio no representa a
los judíos, aunque sea confundido con uno de ellos. Advirtamos que
Jesús pide, para dar; pregunta, para responder; siente sed, para
ofrecerse como agua viva.
III.4.Con esa dinámica de contraste, la teología joánica de este pasaje, emblemático a todas luces, propone una religión nueva y un culto nuevo: el culto en Espíritu y verdad. El Espíritu dará a conocer cuál es el culto que tiene sentido: el conocer a Dios y el adorarlo como Padre. Pero los judíos y los samaritanos no adoran precisamente a un Dios como Padre, sino a un dios que ellos mismos se han creado a su modo y manera; el dios que justifica sus odios y rencores. Esa religión, que muchas veces sigue siendo la dinámica de nuestras religiones actuales es un contra-Dios y anti-evangelio. Hoy, pues, también podemos aprender mucho desde el punto de vista ecuménico en la celebración de la eucaristía con este evangelio joánico. Ese no pasar de lejos por el terreno, por el mundo o la vida de los malditos; ese pedir para dar y ofrecer en nombre del Dios vivo la felicidad y la vida verdadera… es lo propio de la “religión” de Cristo. Son muchos los desafíos que esta narración evangélica nos sugiere. El relato nos muestra a un Jesús que en este caso no es un simple judío, sino el Logos de Dios, que habla y dialoga con una mujer (que representa a un pueblo con sus influencias sincretistas, pero al fin y al cabo una mujer)… que descubre algo nuevo que viene de Dios. Y entonces todo cambia… se dejan de lado historias pasadas, reglas que atan el corazón y el alma de la gente religiosa… y hacen posible descubrir a Dios como Padre.
Fray Miguel de Burgos Núñez
(1944-2019)