III.1. El evangelio de Lucas forma parte del relato de la
crucifixión, diríamos que es el momento culminante de un relato que
encierra todo la teología lucana: Jesús salvador del hombre, y muy
especialmente de aquellos más desvalidos. Lucas, con este relato nos
quiere presentar algo más profundo y extraordinario que la simple
crucifixión de un profeta. Por ello se llama la atención de cómo el
pueblo “estaba mirando” y escuchando. Y comienza todo un diálogo y una
polémica sobre la “salvación” y el “salvarse” que es uno de los
conceptos claves de la obra de Lucas. Los adversarios se obstinan en que
Jesús, el Mesías según el texto, no puede salvarse y no puede salvar a
otros. Además está crucificado y ya ello es inconveniente excesivo para
que el letrero de la cruz (“rey de los judíos”=Mesías) pierda todo su
sentido jurídico y se convierta en sarcasmo. Está claro por qué ha sido
condenado: por una razón política, acusado de ir contra Roma, en nombre
de un mesianismo que ni pretendió, ni aceptó de sus seguidores.
III.2.
Todo, en el relato, convoca a contemplar; emplaza al “pueblo” (testigo
privilegiado de la pasión en Lucas) para que sea espectador del fracaso
de este profeta que ha dedicado su vida al reinado de Dios, sin derecho
alguno, y rompiendo las normas elementales de las tradiciones religiosas
de su pueblo. Los profetas verdaderos no pueden acabar de otra manera
para las religiones oficiales. Por lo mismo está en juego, según la
teología de Lucas, toda la vida de Jesús que es una vida para la
salvación de los hombres. La psicología del evangelista se percibe a
grandes rasgos. El pueblo será “secretario” cualificado del fracaso de
éste que se ha atrevido a hablar de Dios como nadie lo ha hecho; porque
se ha osado recibir a los publicanos y pecadores, compartir su vida con
hombres y mujeres que le seguían hasta Jerusalén. Este era el momento
esperado… y, de pronto, un “diálogo” asombroso rompe, antes de la hora
“tercia”, el “nudo gordiano” de la salvación. No va a ser como Alejandro
Magno con su espada a tajo, en Godion de Frigia, para dominar el mundo
por esa decisión drástica. Será con la oferta audaz y valiente de la
salvación en nombre del Dios de su vida.
III.3. El diálogo con los
malhechores (vv. 39-43), y especialmente con aquél que le pide el
“paraíso”, es un episodio propio de Lucas que ha dado al relato de la
crucifixión una fisonomía inigualable. La comparación que hemos
mencionado con Alejandro Magno y el “nudo gordiano” sigue estando en pie
a todos los efectos. Quien crucificado, la muerte más ignominiosa del
imperio romano, pueda ofrecer la salvación al mundo, podrá dominar el
mundo con el amor y la paz, no con un imperio grandioso fundamentado en
la guerra, la conquista, la muerte y la injusticia. Lucas es consciente
de esta tradición que ha recogido y que ha reinventado para este momento
y en este “climax”. Cuando ya está dictada la sentencia de impotencia y
de infamia… la petición de uno de los malhechores ofrece a Jesús la
posibilidad de dar vida y salvación a quien irá a la muerte innoble como
él. No es un libertador militar… está muriendo crucificado, porque ha
sido condenado a muerte. Los valientes militares morían a espada; los
esclavos y los parias, en la “mors turpissima crucis”.
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