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Comentario Bíblico -24 de mayo- Evangelio (Mt 28,16-20): Yo estaré con vosotros siempre

Evangelio (Mt 28,16-20): Yo estaré con vosotros siempre

III.1. El evangelio de este día es el final del evangelio de Mateo y se quiere poner de manifiesto lo que Lucas ya nos ha expresado con la presentación de la «Ascensión»: es el momento de los discípulos, de sus seguidores, que tienen que llevar el evangelio allí donde Jesús no pudo ir: a todo el mundo. Desde lo alto de un monte, con todo el simbolismo que esto tiene en la Biblia, Jesús les otorga a los suyos un poder comunicador de salvación y de gracia.

III.2. El bautismo en su nombre, será por otra parte, el sacramento de iniciación de los que quieran llevar una vida nueva en este mundo. Mateo ya había elegido un monte para la enseñanza de Jesús que ha pasado a la historia como el «sermón de la montaña» (Mt 5-7). Con ello se quería ir más allá del monte Sinaí y de la ley del Antiguo Testamento, la ley del la Alianza. Para culminar la teología de una Alianza nueva dada en una enseñanza nueva, ahora Mateo, en Galilea, nos presenta al Resucitado corroborando, con un nuevo poder, lo que ya les había trasmitido en el sermón de la montaña.

III.3. Mas no podemos menos de resaltar que a la promesa de hacer discípulos en todo el mundo (aquí el evangelio de Mateo se hace absolutamente universalista), corresponde la promesa del mismo Jesús de estar con los suyos siempre. Muchos autores resaltan con razón que aquí se retoma el significado de “Emmanuel” (Dios con nosotros) como cumplimiento de la profecía de Is 7 y del anuncio a José (Mt. 1,23). Como el nombre que recibió fue Jesús, no concretamente “Emmanuel”, y Jesús significa “Dios salva”, quiere decir que la promesa se cumple porque la salvación de Dios con la humanidad no tendrá límites. Y esto, prometido al final, como Señor resucitado que tiene todo el poder, en el “monte”, es de una importancia teológica irrepetible.

Fray Miguel de Burgos Núñez

Comentario Bíblico -Evangelio (Juan 14,1-12): El camino de la verdad y de la vida

III.1. El evangelio de hoy de Juan, es uno de los discursos de revelación más densos de su obra. Está inserto en el testamento de Jesús a los discípulos en la última cena, que es un relato muy particular de este evangelista. Es un discurso de despedida. Aquella noche, entiende Juan, Jesús comunicó a los suyos las verdades más profundas de su vida, de su existencia y de su proexistencia (existir para otro). Jesús se propone, se auto-revela, como el camino que lleva a Dios; se presenta igual a Dios, igual a Dios que es Padre. El centro del mismo es la afirmación de Jesús como «camino, verdad y vida».

III.2. Ya sabemos que el camino es para andar y llegar a una meta; la vida es para vivirla, gustarla y disfrutarla; la verdad es para experimentarla como bondad frente a la mentira, que engendra desazón e infelicidad. En el mundo bíblico la verdad (emet) no es una idea, sino una realidad que se hace, se realiza, se lleva a la práctica. En el mundo de la filosofía helenista puede que la verdad sea algo más ideológico. Camino, verdad y vida, pues, son cosas concretas que se viven, que se hacen, que se experimentan. Estas son cosas que todos buscamos en nuestra historia: queremos caminos que nos lleven a la felicidad; amamos la verdad, porque la mentira es la negación del ser y de los bueno; queremos vivir, no morir, vivir siempre, eternamente.

III.3. Nadie puede llegar al Padre sino por Jesús (“por mi”). Los hombres buscan a Dios, necesitan a Dios; pero no a cualquier Dios, sino el Padre. Jesús lo ha revelado de esa forma y en ello ha empeñado su palabra y su vida: ésta es su verdad. San Juan, pues, está afirmando que no es posible experimentar a Dios sino por medio de Jesús. Muchos ha hablado del absolutismo joánico, lo que llama la atención desde le punto de vista cristológico, ya que el Jesús de los evangelios sinópticos no se expresaba así. Estamos de acuerdo que esta manera de hablar depende de los catequistas y teólogos de la comunidad joánica, no de palabras o “logia” reales de Jesús de Nazaret. Este absolutismo joánico se explica porque en este momento de la cena, de la despedida, del testamento o última voluntad, Jesús está revelando todo en beneficio nuestro, en beneficio de los que “son de la verdad” (Jn 18,37), como dirá a Pilato en el momento de ser juzgado. Escuchar su voz, es confiar en su palabra de vida .

III.4. A Jesús, lo propone San Juan, con estos conceptos tan consistentes como el que puede liberarnos en nuestra existencia agobiada y, a veces, no menos esquizofrénica. Podemos decir que esta alta teología joánica sobre quién es Jesús para la comunidad cristiana, es una propuesta de fe; pero no una propuesta de experiencias abstractas, sino de las realidades que buscamos siempre y en todas partes. El es el camino que nos lleva a Dios como Padre, porque de otro forma hubiera seguido siendo un Dios “desconocido” para nosotros. No basta con decir Dios, sino que esa intimidad con el Padre lo hace accesible para siempre. La cristología de Juan, pues, se “abaja” en el misterio de la paternidad de Dios para que no estemos desamparados y sin confianza. Un Dios, padre, que también es madre, hace la teología más humana y, desde luego, la fe más terapéutica y espiritual. Jesús se atrevió más que nadie, y precisamente por ello es la verdad de nuestra existencia cristiana y la vida de nuestra experiencia de fe.

Fray Miguel de Burgos Nuñez

Evangelio: Juan (10,1-10): Yo he venido para que tengan vida en plenitud

III.1.El evangelio de Juan (10,1-10), nos habla del «buen pastor» que es la imagen del día en la liturgia de este cuarto domingo de Pascua. Comienza el evangelio con una especie de discurso enigmático, que es así para los oyentes, ya que este texto es bien claro: en el redil de las ovejas, el pastor entra por la puerta, los ladrones saltan por la tapia. Es una especie de introducción para las afirmaciones cristológicas de Juan. Esas afirmaciones, con toda su carga teológica, se expresan con afirmaciones de revelación bíblica, con el «yo soy».

III.2.En el AT Dios se reveló a Moisés con ese nombre enigmático de Yahvé (algunos piensan que significa “yo soy el que soy”, aunque no está claro). Ahora, Jesús, el Señor, no tiene recato en establecer lo sustancial de lo que es y de lo que siente. Y de la misma manera que ha dicho en otros momentos que es la verdad, la vida, la resurrección, la luz, ahora se nos presenta con la imagen del pastor, cuya tradición veterotestamentaria es proverbial, como nos muestra el Salmo 23. En realidad, la imagen de este texto joánico es la de Jesús como «puerta», aunque en el conjunto de Jn 10 se juega precisamente con las dos imágenes: puerta y pastor.

III.3. La imagen de la puerta es la imagen de la libertad, de la confianza: no se entra por las azoteas, por las ventanas, a hurtadillas, a escondidas. Es la imagen, pues, de la confianza. En el Antiguo Testamento se habla de las puertas del templo: “Abridme las puertas del triunfo y entraré para dar gracias al Señor. Esta es la puerta del Señor, los vencedores entrarán por ella” (Sal 118,19-20). Las puertas del templo o de la ciudad eran ya el mismo conjunto del templo o de la ciudad santa (es una especie de metonimia, con lo que se expresa el todo por una parte). Por eso dice el Sal 122,2: “ya están pisando nuestros pies tus puertas Jerusalén”; cf. Sal 87,1-2; 118,21; etc.). Pasar por la puerta era ¡el no va más! para los peregrinos. Ahora Jesús es como la nueva ciudad y el nuevo templo para encontrarse con Dios. Porque a eso iban los peregrinos a la ciudad santa a encontrarse con Dios.

III.4.Jesús en este evangelio se propone, según la teología joánica, como la persona en la que podemos confiar; por Él podemos entrar y salir para encontrar a Dios y para encontrar la vida. Quien esté fuera de esa puerta, quien pretenda construir un mundo al margen de Jesús lo puede hacer, pero no hay otro camino para encontrarse con el Dios de vida y con la verdad de nuestra existencia. No es una pretensión altisonante, aunque la afirmación cristológica de Juan sea fuerte. Eso no quita que debamos mantener un respeto y una comprensión para quien no quiera o no pueda entrar por esa puerta, Jesús, para encontrar a Dios. Nosotros, no obstante, los que nos fiamos de su palabra sabemos que él nos otorga una confianza llena de vida.

III.5. Se habla de un “entrar y salir” que son dos verbos significativos de la vida, como el nacer y el morir. En Jesús, puerta verdadera de la vida, ésta adquiere una dimensión inigualable. Por la fórmula de revelación, del “yo”, se quiere mostrar a Jesús que hace lo contrario de los ladrones que entran de cualquier manera en la casa, para robar, para matar, para llevarse todo lo que pueden. Jesús, puerta, “viene” para dar, para ofrecer la vida en plenitud (v. 10). Pero en este domingo pascual, el símbolo de la puerta debemos enhebrarlo a la significación del misterio de la resurrección de Jesús. Es verdad que en el texto joánico este significado no cuenta, pero sí debemos tenerlo presente en la predicación, ya que la resurrección de Jesús es la “puerta” de la vida nueva para El y para todos nosotros. Y solamente es desde la resurrección cómo podría expresarse el Cristo de Juan esas expresiones de revelación del “yo soy” la vida, la resurrección, el buen pastor, la luz…

Fray Miguel de Burgos Núñez
(1944-2019)

Comunidad. Pbr. Ramón Vinke

El Papa Francisco preside un momento extraordinario de oración en el Vaticano, con la Plaza de San Pedro vacía, con una bendición Urbi et Orbi y la indulgencia plenaria para pedir por el fin de la epidemia del coronavirus o COVID19:

«Al atardecer» (Mc 4,35). Así comienza el Evangelio que hemos escuchado. Desde hace algunas semanas parece que todo se ha oscurecido. Densas tinieblas han cubierto nuestras plazas, calles y ciudades; se fueron adueñando de nuestras vidas llenando todo de un silencio que ensordece y un vacío desolador que paraliza todo a su paso: se palpita en el aire, se siente en los gestos, lo dicen las miradas.

Nos encontramos asustados y perdidos. Al igual que a los discípulos del Evangelio, nos sorprendió una tormenta inesperada y furiosa. Nos dimos cuenta de que estábamos en la misma barca, todos frágiles y desorientados; pero, al mismo tiempo, importantes y necesarios, todos llamados a remar juntos, todos necesitados de confortarnos mutuamente.

En esta barca, estamos todos. Como esos discípulos, que hablan con una única voz y con angustia dicen: “perecemos” (cf. v. 38), también nosotros descubrimos que no podemos seguir cada uno por nuestra cuenta, sino solo juntos. Es fácil identificarnos con esta historia, lo difícil es entender la actitud de Jesús.

Mientras los discípulos, lógicamente, estaban alarmados y desesperados, Él permanecía en popa, en la parte de la barca que primero se hunde. Y, ¿qué hace? A pesar del ajetreo y el bullicio, dormía tranquilo, confiado en el Padre —es la única vez en el Evangelio que Jesús aparece durmiendo—.

Después de que lo despertaran y que calmara el viento y las aguas, se dirigió a los discípulos con un tono de reproche: «¿Por qué tenéis miedo? ¿Aún no tenéis fe?» (v. 40). Tratemos de entenderlo. ¿En qué consiste la falta de fe de los discípulos que se contrapone a la confianza de Jesús? Ellos no habían dejado de creer en Él; de hecho, lo invocaron. Pero veamos cómo lo invocan: «Maestro, ¿no te importa que perezcamos?» (v. 38).
No te importa: pensaron que Jesús se desinteresaba de ellos, que no les prestaba atención. Entre nosotros, en nuestras familias, lo que más duele es cuando escuchamos decir: “¿Es que no te importo?”. Es una frase que lastima y desata tormentas en el corazón. También habrá sacudido a Jesús, porque a Él le importamos más que a nadie. De hecho, una vez invocado, salva a sus discípulos desconfiados. Leer más

Comentario Bíblico – Evangelio (Lc 24,13-35): Cuando arde nuestro corazón

III.1. El evangelio (Lucas 24,13-35) es una de las escenas de las apariciones del Resucitado que más han calado en la catequesis de la comunidad cristiana. La polifonía de la narración encierra notas de mucho calado, “tempi” que deben recrearse en una lectura pausada y sosegada para llegar hasta donde nos quiere llevar el autor. Todo esto es lo que constituye la gramática generativa de nuestro relato como obra narrativa; pero no se queda ahí, en pura narración. Bien es verdad que sin narración, sin gramática, no hay mensaje y no puede haber hermenéutica. Pero la narración no está sola, sino que engendra un texto sagrado para la comunidad. Es como si fuera la descripción de una eucaristía en un proceso dinámico: primeramente los peregrinos de Emaús, desconcertados, van escuchando la interpretación de las Escrituras en lo referente al Mesías. Es una catequesis de preparación para lo que viene a continuación. Bien podemos articular esta narración en torno a dos escenas principales introducidas por la misma expresión: (a) Lc 24,15: “Y sucedió mientras conversaban…” (kai egéneto en tô homilein autois…); (b) Lc 24,30: “Y sucedió mientras se sentó a la mesa …” (kai egéneto en tô kataklithenai auton…). Muchos han reconocido que Lucas indica los dos momentos esenciales de la liturgia cristiana: la palabra y el sacramento, escucha de las Escrituras y liturgia eucarística.

III.2. La primera parte es en el camino. Desde la nostalgia solamente no es posible abrirse a la resurrección. No es la nostalgia la forma y manera de adentrarse en el anuncio pascual de que “el crucificado vive”. Esta primera etapa es la narración más impresionante de eso que podemos llamar la etapa de la verificabilidad de la resurrección. En ella ha quedado claro que el sepulcro vacío ha dejado de significar nada, al menos en la obra de Lucas y yo creo que en todo el NT. Pero es Lucas el que nos ha mostrado con esta escena que la “verificabilidad” no puede sostener la grandeza del misterio de la Pascua. Porque es después del intento de la verificabilidad cuando los dos discípulos prácticamente huyen de Jerusalén con el convencimiento de que todo ha terminado Mientras iban de camino, el Resucitado les sale al encuentro sin que puedan reconocerlo. Sabemos que Lucas es un verdadero catequista del camino. Así entiende toda la vida de Jesús, y muy especialmente en su decisión irrevocable de ir a Jerusalén (Lc 9,51-19,24). Y entiende, a su vez, que el discipulado cristiano es un camino que se ha de recorrer con Jesús; no es un discipulado de tipo intelectual: se aprende viviendo. Por eso, ahora también, en este relato de la experiencia de la resurrección, ese misterio es un “itinerario” que hay que recorrer en la lectura de la Escritura. En el caso de la comunidad cristiana debemos interpretarlo del mensaje de la vida de Jesús. Pero Jesús toma su iniciativa: se hace un peregrino, un itinerante con ellos, que vienen de Jerusalén desesperados, porque ni siquiera han tomado en consideración lo que algunas mujeres ya decían.

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Comentario Bíblico – Señor mío y Dios mío

IIIª Lectura (Jn 20,19-31): ¡Señor mío!

III.1.El texto es muy sencillo, tiene 2 partes (vv. 19-23 y vv. 26-27) unidas por la explicación de los vv. 24-25 sobre la ausencia de Tomás. Las dos partes inician con la misma indicación sobre los discípulos reunidos y en ambas Jesús se presenta con el saludo de la paz (vv. 19.26). Las apariciones, pues, son un encuentro nuevo de Jesús resucitado que no podemos entender como una vuelta a esta vida. Los signos de las puertas cerradas por miedo a los judíos y cómo Jesús las atraviesa, “dan que pensar”, como dice Ricoeur, en todo un mundo de oposición entre Jesús y los suyos, entre la religión judía y la nueva religión de la vida por parte de Dios.

III.2. El “soplo” sobre los discípulos recuerda acciones bíblicas que nos hablan de la nueva creación, de la vida nueva, por medio del Espíritu. Se ha pensado en Gn 2,7 o en Ez 37. El espíritu del Señor Resucitado inicia un mundo nuevo, y con el envío de los discípulos a la misión se inaugura un nuevo Israel que cree en Cristo y testimonia la verdad de la resurrección. El Israel viejo, al que temen los discípulos, está fuera de donde se reúnen los discípulos (si bien éstos tienen las puertas cerradas). Será el Espíritu del resucitado el que rompa esas barreras y abra esas puertas para la misión. En Juan, “Pentecostés” es una consecuencia inmediata de la resurrección del Señor. Esto, teológicamente, es coherente y determinante.

III.3. La figura de Tomás es solamente una actitud de “antiresurrección”; nos quiere presentar las dificultades a que nuestra fe está expuesta. Tomás, uno de los Doce, debe enfrentarse con el misterio de la resurrección de Jesús desde sus seguridades humanas y desde su soledad, porque no estaba con los discípulos en aquel momento en que Jesús, después de la resurrección, se les hizo presente, para mostrarse como el Viviente. Este es un dato que no es nada secundario a la hora de poder comprender el sentido de lo que se nos quiere poner de manifiesto en esta escena: la fe, vivida desde el personalismo, está expuesta a mayores dificultades. Desde ahí no hay camino alguno para ver que Dios resucita y salva.

III.4. Tomás no se fía de la palabra de sus hermanos; quiere creer desde él mismo, desde sus posibilidades, desde su misma debilidad. En definitiva, se está exponiendo a un camino arduo. Pero Dios no va a fallar ahora tampoco; Jesucristo, el resucitado, va a «mostrarse» (es una forma de hablar que encierra mucha simbología; concretamente podemos hablar de la simbología del “encuentro”) como Tomás quiere, como muchos queremos que Dios se nos muestre. Pero así no se “encontrará” con el Señor. Esa no es forma de “ver” nada, ni entender nada, ni creer nada.

III.5. Tomás, pues, debe comenzar de nuevo: no podrá tocar con sus manos la heridas de las manos del Resucitado, de sus pies y de su costado, porque éste, no es una «imagen», sino la realidad pura de quien tiene la vida verdadera. Y es ante esa experiencia de una vida distinta, pero verdadera, cuando Tomás se siente llamado a creer como sus hermanos, como todos los hombres. Diciendo «Señor mío y Dios mío», es aceptar que la fe deja de ser puro personalismo para ser comunión que se enraíce en la confianza comunitaria, y experimentar que el Dios de Jesús es un Dios de vida y no de muerte.

Fry Miguel de Burgos Nuñez

In Coena Domini. El Papa a los sacerdotes: déjense lavar los pies

En la noche en el que el más grande se hace pequeño, (cfr. Jn 13, 3-5), el Pontífice improvisa la homilía de la Misa de la Cena del Señor, y da tres palabras claves, Eucaristía, servicio, unción, es decir “la realidad de esta celebración”. Y se dirige a los sacerdotes, a quienes hoy lleva consigo al altar. “Sean grandes perdonadores”, les dice.

Griselda Mutual – Ciudad del Vaticano

El día en que la Iglesia conmemora la Última Cena celebrada por Jesús con sus doce discípulos en «la noche en que iba a ser entregado» (1 Cor 11,23), durante la cual el Maestro instituyó la Eucaristía y el Sacerdocio cristiano y que marca el inicio del Triduo Pascual, el Papa Francisco celebró la Santa Misa en la Basílica Vaticana. Una Misa inusual, debido a la pandemia en curso, que ve al Sumo Pontífice celebrarla en una basílica semivacía, tras haberla celebrado cinco años en el interior de una cárcel, tras haber lavado los pies de personas privadas de su libertad, de pobres y de refugiados. Este año, esos ritos no están presentes, debido al distanciamiento social pedido por las autoridades para prevenir los contagios. La comunión de la Iglesia es de todos modos latente: en los hogares convertidos en templos domésticos así como en las iglesias y en las comunidades religiosas, gracias también a los medios de comunicación social. 

Eucaristía, servicio, unción

En la noche en el que el más grande se hace pequeño, (cfr. Jn 13, 3-5), el Pontífice improvisa la homilía, y da tres palabras claves al iniciar, a partir de las cuales desarrollará la primera parte de su reflexión: Eucaristía, servicio, unción.

El Señor que quiere permanecer con nosotros en la Eucaristía, y nosotros nos convertimos siempre en sagrarios del Señor: llevamos al Señor con nosotros hasta el punto de que él mismo nos dice que si no comemos su cuerpo y bebemos su sangre, no entraremos en el Reino de los Cielos. Misterio, esto del pan y el vino, del Señor con nosotros, en nosotros, dentro de nosotros.

El servicio: ese gesto que es una condición para entrar en el Reino de los Cielos. Servir, sí, a todos. Pero el Señor, en ese intercambio de palabras que tuvo con Pedro, le hace entender que para entrar en el Reino de los Cielos debemos dejar que el Señor nos sirva, que sea el Siervo de Dios siervo de nosotros. Y esto es difícil de entender. Si no dejo que el Señor sea mi siervo, que el Señor me lave, me haga crecer, me perdone, no entraré en el Reino de los Cielos.

Y el sacerdocio. Hoy quisiera estar cerca de los sacerdotes, de todos los sacerdotes, desde el más reciente ordenado hasta el Papa: todos somos sacerdotes. Obispos, todos… Somos ungidos, ungidos por el Señor; ungidos para hacer la Eucaristía, ungidos para servir.

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